Los romanos tuvieron vista al fijar las prioridades viarias de la península Ibérica. No tenían drones, ni aviones, ni satélites, pero su principal arteria, la Vía Augusta, la construyeron por el litoral mediterráneo. Con el tiempo el poder político se desplazó a Madrid y optó por una concepción radial de las comunicaciones, con ella de epicentro, y las zonas periféricas de la rueda de bicicleta pasaron a un segundo plano en las prioridades presupuestarias. Esa es la sensación que se tiene cuando viajas de Tarragona a Almería. No se entiende que, si el corredor del Mediterráneo supone el 45% del PIB español y el 50% de la población, se haya postergado tanto una infraestructura vital tren-autopista desde la frontera francesa hasta Algeciras.
El Cabo de Gata
El Parque Natural de Cabo de Gata es un singular mar de esparto. Jamás vi tanto esparto junto. Cautiva y emociona caminar entre sus onduladas olas al compás del viento, como si de campos de mies se tratara. Por su voluptuosidad, porque te evoca escenas de la infancia, y porque nos adentra en la cultura del esparto, que se remonta al Paleolítico. Hubo un tiempo que fue un producto muy importante, porque con el esparto se hacían innumerables utensilios (cuerdas, albardas, zapatos, alfombras, cortinas ...). Incluso llegó a sustituir al papel, como durante la crisis de Gran Bretaña en el siglo XIX.
La aparición de la goma y el plástico en los años sesenta acabó con la importancia socioeconómica del esparto y lo dejó huérfano de utilidad y de futuro. Sobre todo por la durabilidad: un capazo de esparto dura meses, uno de goma decenas de años. Un Real Decreto de 2019 trató de revertir esa tendencia declarando el esparto manifestación representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial, por su cultura e historia milenarias, porque todavía se utiliza en actividades cotidianas y decorativas y porque su cultivo y recolección contribuyen a la preservación de la flora y del medio ambiente.
El mar de plástico de El Ejido
Al subir por la ladera de la montaña se abre un mar de plástico, inmenso, deslumbrante, cuadriculado. Son los invernaderos de El Ejido, el lugar del mundo con mayor superficie de invernaderos. Dicen que es uno de los factores que más ha contribuido al desarrollo económico de Almería, que pasó de provincia española con menor renta per cápita a situarse en posición privilegiada en el ranking.
¿Cómo es posible que en la zona más árida de España puedan cultivarse grandes extensiones de productos (hortalizas, frutales...) de tan alta exigencia hídrica y, además, con gran rentabilidad? La receta se asienta en tres pilares: la energía del rey sol, gratuita, sostenible e ilimitada, la optimización del consumo de agua a través del riego por goteo y fuentes alternativas como desaladoras, reciclado y recogida de aguas pluviales y, por último, la utilización de técnicas agrícolas modernas.
Las Alpujarras
La Alpujarra -o Alpujarras- es una región a caballo entre Almería y Granada, formada por valles y barrancos que descienden por la cara sur de Sierra Nevada (Alpujarra Alta), otros que descienden desde las Sierras de Lújar, Contraviesa y Gádor hasta el Mediterráneo (Alpujarra Baja) y en paralelo un gran valle intermedio este-oeste (Alpujarra Media). Diseminados por el territorio, los típicos pueblecitos alpujarreños, con casas encaladas de blanco escalonadas en las empinadas laderas.
No es difícil imaginar, por la descripción, que sus carreteras son una especie de Dragon Khan, con subidas y bajadas constantes, precipicios no aptos para sufridores de vértigo, y desniveles entre mil y dos mil metros en pocos kilómetros. Pero esa circunstancia no debe disuadir al viajero: la comarca es de una gran belleza natural, clima suave y grandes contrastes. Recomendaría cuatro pueblos, todos en las estribaciones del Mulhacén y el Veleta. Las villas blancas de Campaneira y Capileira, ejemplo de la singular urbanización alpujarreña. Trevélez, el pueblo -dicen- más alto de España, lo que facilita el curado y secado de su producto estrella, el jamón del mismo nombre. Y Lanjarón, antaño presente en nuestras mesas en forma de botella de agua, hoy casi desaparecida por el empuje de otras denominaciones.
Lo más importante de las Alpujarras, en mi opinión, es que la vida mísera, el sometimiento al amo, y el revanchismo falangista de los años treinta que Victor Amela describe en su Yo pude salvar a Lorca, han sido sustituidos por la vida apacible, la seguridad y el bienestar social. En ese sentido, no es casualidad la presencia de no pocos ingleses en la zona -y en la vecina Costa del Sol- que parecen emular a Gerald Brenan. Unos, turistas atraídos por su Al sur de Granada; otros establecidos allí, como lugar donde la pensión cunde más, como hizo el escritor inglés durante seis años en Yegen.
Cádiz
Al llegar a Cádiz uno comprende por qué los padres de la Pepa se instalaron allí para parir la Constitución de 1812. Su lejanía de Francia y su ubicación -en una franja de mar en forma de península-, hacían de la capital gaditana el lugar ideal para defenderse de Napoleón en el contexto de la Guerra de la Independencia. Y si se ponían mal las cosas, los diputados podían huir por mar hacia el África o Ultramar. La cosa funcionó y el 19 de marzo, San José (de ahí su popular sobrenombre), nació nuestra primera constitución, la más emblemática en los dos siglos de ajetreada historia constitucional.
Y es que Cádiz está situada junto a uno de los puntos geoestratégicos más importantes del mundo, el Estrecho de Gibraltar, la única puerta natural del Mediterráneo, de la que sólo seis tienen llave: Marruecos, España, Gran Bretaña y EE UU, e indirectamente la OTAN y la UE, que la tienen prestada de sus aliados. Y mejor que sea así, pues esa pluralidad de porteros garantiza el derecho de paso inocente de todos. La importancia estratégica explica que los yanquis tengan una base naval en Rota, en el extremo opuesto de la bahía de Cádiz, y que los británicos se enroquen, siglo tras siglo, en el anacronismo del Peñón, que no lo devuelven ni con un meteorito de Juana Dolores.
En ocasiones, los tópicos responden a la realidad. Y realmente Cádiz es una tacita de plata, limpia, coquea y llena de luz. Lord Byron llegó a decir que la sirena del océano -como le llamaba- «es la ciudad más bonita y limpia de Europa». Su configuración de península alargada hace que gran parte de la ciudad esté rodeada de mar, que la mayoría de los ciudadanos viva a pocos minutos de él, y que la brisa marina venga de todas las direcciones. El Atlántico es el gran parque de la capital gaditana y le imprime carácter.
Baelo Claudia
Casi cien kilómetros al sur, ya en término de Tarifa, la historia nos ofrece un agradable regalo: el conjunto arqueológico de Baelo Claudia. Esta ciudad-factoría fue construida por los romanos a finales del siglo II a.C., y se convirtió en un centro económico importante del Mediterráneo. El comercio con el norte de África, la pesca, la industria de salazón de atunes y elaboración del garum eran sus principales fuentes de riqueza. La ciudad entró en decadencia cuatro siglos después por las incursiones de los piratas y por un tsunami que arruinó parte de sus edificios.
La visita a este enclave -una de las mejores muestras del urbanismo romano que se conservan- es un placentero paseo por sus calles y por las fábricas de conservas de atún y garum (la lata de atún y el kétchup que como eufemismo utiliza Joaquín Ruiz de Arbulo ante sus alumnos). Pronto se detecta la óptima orientación de la ciudad: hacia el sur, aprovechando una suave ladera que mira al mar y ofrece magníficas vistas. Como Tarragona, vaya. Y es que para los romanos la orientación de las ciudades y edificios era fundamental, a diferencia de algunos arquitectos actuales, que hicieron campana el día que el profesor explicó ese tema. Te das cuenta también que como amos del mundo que eran, los romanos eligieron el lugar más estratégico y beneficioso: junto a la Punta de Tarifa, el punto más meridional de la Europa continental, para controlar el paso de barcos por el Estrecho y el ir y venir cíclico de los atunes desde el océano al Mare Nostrum y a la inversa.
¿El milagro andaluz?
De regreso a casa una idea viene a la mente: en Andalucía está pasando algo, una especie de milagro económico. Y no solo es el mar de plástico de El Ejido. También la transformación agrícola de la provincia de Huelva, con la fresa como estrella. O la eclosión del cultivo del olivar en seto en el valle del Guadalquivir y otros lugares, que está revolucionando el mapa oleícola por su elevada precocidad -en dos años ya produce-, mayor productividad y menos mano de obra. Hasta tal punto que una finca de 1.000 hectáreas se recolecta con cuatro trabajadores, frente a los 400 que serían necesarios en un olivar tradicional. Y en todos los casos la receta es la misma: sol, optimización del agua y técnicas agrícolas modernas.
Pero también hay ejemplos fuera del sector agrícola. Uno es el despegue económico de Málaga durante los últimos lustros (turismo, cultura y polo tecnológico internacional). Y como muestra un botón: la “Málaga Valley”, como algunos ya le llaman, presentó candidatura a organizar la Exposición Universal de 2027 y quedó segunda, tras Belgrado, que fue la elegida hace pocas semanas. Otro ejemplo lo tenemos en los impresionantes parques fotovoltaicos esparcidos por Andalucía (Córdoba, Sevilla, Cádiz...), que con la energía solar que captan contribuyen -junto con otras- a que ese oro verde moderno que son las renovables nos lleve a la autonomía energética.
No hace mucho, un prestigioso diplomático tarraconense me explicaba una curiosa teoría. Las peonadas andaluzas -decía- provocaron uno de los casos de corrupción más escandalosos (caso ERE), pero sirvieron para redistribuir la riqueza y elevar el nivel de vida de las personas menos favorecidas, muchas de las cuales pudieron dar carrera a sus hijos.
No sé si es el por esfuerzo de los andaluces, por las peonadas o el por el Estado de las Autonomías, pero en Andalucía está ocurriendo algo. Para gozo de todos.