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De ruta por Tarragona: Castillos legendarios

Esta semana seguimos los pasos del conde Ramón Berenguer IV, quien fundó la unión dinástica de la Corona de Aragón en su matrimonio con Petronila de Aragón

04 julio 2024 07:00 | Actualizado a 16 enero 2025 16:00
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Recortan el horizonte, se cuentan por decenas y constituyen un atractivo innegable para los turistas locales y extranjeros. Así son los castillos tarraconenses, guardianes del tiempo cuyas historias de vida hablan, a su vez, de las transformaciones del pueblo tarraconense. En la ruta de esta semana, seguimos los pasos del conde Ramón Berenguer IV, quien fundó la unión dinástica de la Corona de Aragón en su matrimonio con Petronila de Aragón, expandió el principado a lo largo de la Catalunya Nova y conquistó muchos de los castillos que conocemos. A continuación, descubrimos la ocupación legendaria de estos castillos.

Turtusha

El martes 29 de junio de 1148, en el contexto de la Segunda Cruzada, las tropas de Guillem Ramon de Montcada, la armada genovesa y los caballeros de la Orden del Temple y del Hospitalet unieron sus fuerzas para cumplir la vieja aspiración aragonesa de fortalecer la soberanía del condado de Barcelona con la conquista de Turtusha. Aquel día, coincidiendo con la festividad dedicada a Sant Pere y Sant Pau, Ramón Berenguer IV zarpó del puerto de Barcelona junto con 426 naves que, tras dos días de navegación, alcanzaron el Delta de l’Ebre para desembarcar a dos millas de Tortosa. Como añade Josep Iglésies en La conquista de Tortosa, a pesar de que las confidencias apuntaban a que la ciudad estaría prácticamente desprotegida, la realidad era bastante distinta: los conquistadores descubrieron una plaza amurallada y alternada por torres que, por si fuera poco, estaba dominada por un castillo, el de La Suda o Sant Joan. En aquel momento, el conde extendió su brazo, miró al cielo y juró no abandonar Tortosa hasta haberla conquistado: así lo apuntaba el cronista Gènova Caffaro.

Miravet

Antes de la legendaria conquista de Siurana, Ramón Berenguer IV dirigió sus esfuerzos hacia la fortaleza que, según Artur Bladé, era el bastión más fuerte de los sarracenos en el sur de la Catalunya Nova: el castillo de Miravet. A principios de 1153, las tropas del conde y los templarios partieron de Tortosa con el objeto de asediar la fortificación, algo que consiguieron con gran trabajo –magno labore– de acuerdo con la escritura de donación a los templarios. Así pues, el castillo –que algunos autores suponen fue tomado por Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, en 1089– pasó al poder de la Orden del Temple, quienes lo retuvieron hasta 1308. Un año antes, Jaime II de Aragón ordenó su detención y la confiscación de sus bienes: empezó así un asedio que se prolongó durante un año y concluyó, según la leyenda, con seis templarios siendo ajusticiados.

Xibrana

El verano de 1153, después de la conquista de Tortosa (1148) y Lleida (1149), los mejores guerreros de la época se conjuraron para arrebatar Xibrana -Siurana en latín- a los guerreros de la media luna. De acuerdo con Josep Iglésies en su libro Siurana: narracions, tal era el respeto que los cristianos sentían por su fortaleza que, antes de atacarla, emprendieron la reconquista de Tortosa y Lleida a fin de aislar las Muntanyes de Prades y el valiato de Siurana. No era para menos, pues aquel castillo del siglo IX se alzaba sobre una península de roca inexpugnable, una situación natural contra la que nada podían hacer los medios y armas medievales. Si bien se desconoce la fecha exacta de su rendición, produciéndose entre 1153 y 1154, la campaña liderada por Bertran de Castellet en nombre de Ramón Berenguer IV supuso la forja de un episodio épico cuyas leyendas han trascendido hasta nuestros días: por un lado, la del judío de Siuranella y, por otro lado, el salto de la bella reina mora.

Saloquia

Tras la conquista de la capital del valiato, aún quedaba un último reducto sarraceno en los límites del territorio de Siurana. Según relata Eduard Toda, este se situaba en el Camp de Tarragona, en una montaña cónica conocida en aquella época como Saloquia. Fue el 8 de mayo de 1162, en la víspera de Sant Miquel, cuando las tropas lideradas por Arbert de Castellvell decidieron ocuparla en nombre del conde de Barcelona. Establece la leyenda que los cristianos fueron ayudados por el arcángel Sant Miquel, quien se presentó en el campo de batalla a lomos de su corcel blanco blandiendo una espada de fuego. Fuere como fuere, el conde rey Alfonso II de Aragón, el primogénito de Ramón Berenguer IV y Petronila de Aragón, donó el lugar y encargó la construcción de un convento. Siglos después, en 1908, Eduard Toda adquirió la propiedad con el propósito de convertirla en su residencia personal. Así, el reconocido egiptólogo imprimió un carácter único al lugar, transformando para siempre el castillo y monasterio de Sant Miquel d’Escornalbou, un icono de la provincia.

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