El conjunto de viviendas de Coma-ruga es tranquilo. Junto a la estación de Sant Vicenç de Calders. Si que pasan trenes y se oyen. «Pero cuando te acostumbras y ni se notan», explica Antonio Da Costa.
Pero «esto es otra cosa». Ayer lo vivieron desde la madrugada. Un paso constante de autocares frente a su casa. «Una circulación continua». Con el ruido de los motores, bocinazos, arrancadas, frenadas...
«Es imposible descansar». Y el ruido de un autocar lo conoce bien Antonio. Es chófer. «Pero con todos esos autocares enfrente de casa es imposible esatr». Porque el trajín es constante. Desde primerísima a ultimísima hora del día.
Tradicionalmente se cree que los motores tenían que calentar para un mejor desarrollo y consumo de combustible. Y a más grande el motor era mayor el tiempo de calentamiento. Ya no es tan así, pero se mantiene esa costumbre.
«Pues ahora imagina tanto autobús con el motor en marcha de manera permanente». Ruido, ruido y humo. Y más ruido. «Y así todo el día».
La esposa de Antonio Da Costa explica que a veces su sobrina duerme en la casa. «No se cómo lo hará. Trabaja a turnos y aquí no se puede descansar». El matrimonio ya piensa en trasladar el dormitorio a la parte trasera de la vivienda. La que no da al aparcamiento de la estación convertida en el punto de carga y descarga de los pasajeros que llegan y van a buscar el tren.
¿Y esto cinco meses?
«Nos han dicho que van a a ser cinco o seis meses... No sé cómo vamos a aguantar». Porque los viajeros van y vienen. «Pero nosotros vamos a estar aquí de manera permanente. Tragando humo y ruidos».
No sólo eso. «Ya esta mañana he tenido problemas para sacar el coche de parking de casa». Da Costa tiene el acceso a la cochera por la calle en la que entran hacia la estación la ristra de autocares que espera para acceder a la zona de carga y descarga de pasajeros.
«No se ha planificado bien. No se ha pensado en las personas que vivimos aquí. ¿O nosotros no somos afectados? No se nos ha tenido en cuenta.