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Visto... y no visto

Carles Puigdemont ha vuelto a demostrar una capacidad de generar momentos de sensación mediática, aunque su desaparición ocasiona perplejidad política generalizada

09 agosto 2024 06:57 | Actualizado a 09 agosto 2024 11:19
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Conseguirán acabar con las metáforas. Los golpes de guion (quien avisa no es traidor y en este Diari ya avisó ayer de que el president Puigdemont lleva muchas horas de consumo cinematográfico encima) a los que nos someten nuestros políticos nos han dejado sin figuras literarias. Solo podemos recurrir a las hipérboles y eso nunca es bueno. Ya lo decía Josep Pla, los adjetivos, cuantos menos, mejor. Es el recurso del que no sabe qué decir. Houdini, Mago Pop, David Copperfield... los escapistas, los magos de la desaparición se han visto directamente apelados a explicarnos qué ocurrió ayer por la mañana. El montaje en el Passeig Lluís Companys era una caja de magia. Un fondo extraño, un muro blanco, que no ayudaba a una foto épica y rompía la perspectiva, un espacio disimulado por el que desaparecer, una tienda de campaña y un coche blanco. Emilio Morenatti, el fotógrafo multipremiado habitual de la portada del New York Times, estaba con él en el escenario y más tarde, entrevistado por Jordi Basté en directo es el primero en confirmar lo que ya parece una película de Tom Cruise: Carles Puigdemont ha huido en un coche blanco que le estaba esperando detrás de una tienda de campaña que ha servido para despistar aún más a todo el mundo. A partir de ese momento las especulaciones que parecían una locura se han confirmado. Carles Puigdemont ha sido visto... y no visto. Ha llegado, ha hablado y ha desaparecido.

La humillación de los Mossos

Carles Puigdemont es un maestro de la escapología. Lo ha demostrado en numerosas ocasiones. No exactamente desapareciendo, sino en la capacidad de dominar la escena. Pero esta vez su víctima no ha sido exactamente su némesis habitual (el deep state o el Estado español) sino la policía catalana, una creación de un gobierno de Convergència i Unió bajo el mando de Jordi Pujol: los Mossos d’Esquadra.

300 agentes custodiaban el Parc de la Ciutadella durante la mañana con las órdenes de detener a Carles Puigdemont. El juego del gato y el ratón ha empezado pronto. A las 8.00 de la mañana ya estaba todo preparado. Expectativas, nervios. En realidad hemos vivido un día histórico y un día histérico. Del discurso de Puigdemont –corto, apenas 5 minutos– retener su gesto: un puño en el aire, un rictus de rabia. Y una frase «no sé cuándo volveremos a vernos, amigos y amigas quizás tardemos mucho tiempo, pero que podamos volver a gritar: Visca Catalunya Liure». A esa hora se pensaba en la cárcel, se pensaba en un acuerdo de caballeros entre los Mossos y Puigdemont que permitiese una detención «tranquila». Pero una vez más el guion de Puigdemont lo escribe Puigdemont. La desaparición del expresident al cabo de unos minutos, mientras la comitiva de Junts se dirigía al Parlament, empieza a planear. ¿Dónde está? Pasan los minutos. Algunos medios internacionales como Político se lo preguntan en guasa y proponen un juego estilo Buscando a Wally.

Algunos tertulianos se resisten a creérselo, Puigdemont ha prometido que el exilio ha terminado, dicen. Pero el juego es el juego. Puigdemont se ha esfumado, evaporado, delante de 300 Mossos d’Esquadra, cientos de periodistas, cámaras de televisión, miles de telespectadores. El estupor es una cosa, la humillación es otra. La policía catalana no da crédito y lanza la operación de búsqueda que responde al nombre de Gàbia. Un operativo que normalmente se utiliza para dar caza a terroristas.

Caos en las carreteras, colas interminables. Hay quien debe pasarse más de tres horas en el coche bajo un sol tórrido. Y Puigdemont que no aparece, y que no aparecerá ya durante el día. Su huida ha sido de película, con una preparación impecable que no se ha podido improvisar. Ha sido meticulosamente preparada con la complicidad de unos pocos fieles que han jugado los roles de «distractores» a la perfección. Pero mientras la perplejidad crece (la operación solo parece ser comprendida por los militantes de Junts y no todos) la ofuscación entre los Mossos d’Esquadra aumenta. Puigdemont los ha humillado. ¿Era esa su intención? No lo sabemos. Pero la imagen internacional del cuerpo policial catalán ha sido devastadora. Las consecuencias para su prestigio, incalculables. Los Mossos d’Esquadra son los responsables de nuestra seguridad y jugar con su imagen es difícil de justificar, aunque sea para entrar en la Historia. Se podía haber entrado en ella de otro modo menos costoso para Catalunya.

Salvador Illa, el impasible

Dentro del hemiciclo la investidura sigue su curso. El rostro de Salvador Illa no dibuja ni tan solo perplejidad. Seguramente es al único al que le importa bien poco que el protagonismo se lo esté llevando otro. Seguramente lo agradece. Ya lo dijimos, Illa es un maratoniano y por eso piensa en largo. Puigdemont en cambio parece más cómodo en los 100 metros, en acciones comando, en la pirotecnia bien dibujada. Pirotecnia que cuando termina solo deja señales de humo.

Se hace difícil comprender el happening de Puigdemont si al final es Salvador Illa es quien se lleva la Generalitat y su partido va a gobernar las 15 consellerias y ya tiene el Ayuntamiento de Barcelona como tiene el de Tarragona, Lleida, Reus y los grandes del cinturón de Barcelona. Gobierna la Diputació de Barcelona y está en la de Tarragona y Lleida. La pregunta es de recibo: ¿para qué? Para la posteridad, imaginamos. No es poca cosa.

Puigdemont y Poblet

¿Dónde está Puigdemont ahora? Pues siguiendo un guion muy cinematográfico podríamos decir que una posibilidad es que haya encontrado refugio en el Real Monasterio de Santa María de Poblet, que es uno de sus lugares fetiche, y que los monjes del Císter lo estén protegiendo siguiendo una tradición milenaria que les permite cerrar los muros y no dar explicaciones. Si es así y siguiendo el mismo guion (ya me perdonarán) Puigdemont puede estar escondido bajo el manto de un novicio.

Pero la historia no es solo lo que le ocurre a uno. Es lo que nos ocurre a todos. Y ayer a todos nos ocurrió que un nuevo president de la Generalitat tomó posesión de su cargo.

Llega el momento y empieza el recuento de votos. Sin mayor sorpresa que el día ya nos tiene a todos un poco cardíacos, los síes ganan. Illa agradece con pocas palabras y obliga a los suyos a dejar de aplaudirle. Poca algarabía y una interpretación de Els Segadors sin olvidar ni una estrofa. Luego va a huir a su modo. Sigiloso y solitario, saludará a los demás diputados, Josep Maria Jové de ERC en primer lugar.

La guardia de honor de los Mossos lo esperará en la puerta para el primer saludo institucional y el nuevo president se llevará la mano al pecho. Será su gesto más romántico del día. Imaginamos el suspiro de alivio que habrá exhalado dentro del coche que también le esperaba.

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