Defiendo sin reservas la libertad de expresión. Creo firmemente en dar voz a víctimas y verdugos, en escuchar cada versión. Luego, llegará el juzgar. Pero la publicación o no publicación de ‘El Odio’ me plantea una cuestión ética que va mucho más allá. Porque no solo ofrece una narrativa de un crimen horrendo, sino que lo convierte en un objeto de consumo.
Se me hace un nudo en el estómago cuando leo una y otra vez las palabras de José Bretón: «Disolví las pastillas machacadas en agua con azúcar y se la di para que bebieran. Antes de poner los cuerpos en el fuego comprobé que no respiraban, estaban ya muertos. No se enteraron de lo que iba a pasar. Confiaron en mí. No hubo miedo ni dolor ni ningún tipo de sufrimiento». Odio. Crueldad. Maldad. Traición en mayúsculas. Porque no se me ocurre una traición más grande que utilizar la confianza y el amor incondicional de un niño hacia su padre para matarlo. «Confiaron en mí», vuelvo a leer. Me reconcome. Siento rabia. Bretón cometió el crimen en 2011. Es muy reciente. El dolor jamás se irá. Pienso en Ruth. ¿Podrá algún día pasar página? Quiso separarse y su exmarido decidió hacerle daño matando a sus dos hijos, Ruth y José. Romperles la vida que ya jamás podrán tener. Les engañó y los quemó. No hay nada más atroz.

Vuelvo a la pregunta inicial: ¿Debe publicarse el libro? Tengo mis contradicciones, supongo que como todos. Porque incluso estaría dispuesta a entrevistar al verdugo. Con la ira subiendo por mis venas, pero lo estaría. Lo que no veo es el formato: publicar un libro y ponerlo a la venta. Convertir el crimen en negocio editorial. No me imagino la firma de libros de Sant Jordi con el autor de esta historia, Luisgé Martín. Quizá lo suyo sería usar el formato de entrevistas. ¿Pero un libro? 488 páginas para explicar el crimen más crudo pueden hacer que el sufrimiento de las víctimas y las implicaciones emocionales del asesinato se vean reducidas a una historia de entretenimiento.
La comercialización de este tipo de obras puede trivializar el dolor. Blanquearlo. Mi oposición no es tanto en si explicar o no su historia. Sino en cómo explicarla. Otra vez, vuelvo a pensar en Ruth y en los pequeños que ya no están aquí. Porque el amor más puro es el que sentimos por nuestros hijos. Comercializar el asesinato de Ruth y José no es nada más que una tortura añadida para esta familia. Y no lo merecen. Ella solo quiso separarse.
«No se puede dar voz a un asesino que apela a los más bajos instintos de los ciudadanos para hacer negocio», dice la ministra de Igualdad. No sé si Anagrama valoró todo lo que estaba poniendo en juego cuando decidió publicarlo. Hablamos de convertir el crimen de violencia vicaria en un producto para ser vendido en las estanterías de las librerías. Es una cuestión de ética, de respeto a las víctimas y de responsabilidad social. Voy y vengo. Hablo desde la razón, desde la emoción y desde el estómago al mismo tiempo. Pero también creo que es inevitable y que es lo más humano que hay en el mundo.