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Manuel Valls, el regreso al pasado

La nominación del ex candidato a la alcaldía de Barcelona por Ciudadanos, como ministro de los Territorios de Ultramar, es un signo más de la decadencia de Francia

28 diciembre 2024 21:06 | Actualizado a 29 diciembre 2024 07:00
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Manuel Valls soñaba con un regreso al centro del juego político, y lo ha logrado. El pasado lunes 23 de diciembre, el antiguo primer ministro de François Hollande, antiguo candidato a la alcaldía de Barcelona por Ciudadanos, antiguo candidato a diputado de la asamblea francesa (no fue elegido), candidato a casi todos los puestos que se iban desgranando en esta sangría ministerial que es el segundo mandato de Emmanuel Macron, el candidato a ser candidato, fue nombrado ministro de Estado para los Territorios de Ultramar por el nuevo inquilino del palacio Matignon (la Moncloa francesa) François Bayrou.

El primer ministro Bayrou lo calificó la misma noche de su nombramiento como «un poco kamikaze». Un regreso inesperado, aunque el antiguo socialista, convertido al macronismo desde 2017, había ofrecido regularmente sus servicios en los últimos años. Era el hazmerreír de las tertulias políticas de Francia. Entre él y Segolène Royal, la carcajada estaba asegurada. Los memes, los chistes fáciles, la burla, el escarnio. Pero quién la sigue la consigue. Y Manuel, Manel Valls vuelve a ser un hijo de los «oros de la República». Nada menos que los Territorios de Ultramar, es decir las antiguas colonias.

«Después de tanto llamar a la puerta, era de esperar que alguien le abriera un día...», bromeaba con ironía un dirigente socialista. A quienes se cruzó este verano, en medio de las negociaciones sobre la formación del anterior equipo, el exprimer ministro no ocultaba su deseo de recuperar un puesto gubernamental. «Cuando has probado la acción, es evidente que quieres volver», confesaba a quien quisiera escucharlo. Es decir, a todo el mundo. No sabemos si en las noches de Menorca, la quiniela era el plato principal, pero la ambición junto a un claro y evidente autocomplacencia, han hecho el resto.

Sin un mandato en Francia desde su partida para intentar convertirse en alcalde de Barcelona, hace casi seis años, Valls entra en un gobierno amenazado por la censura desde su nombramiento y con un primer objetivo de fuego: deberá gestionar de inmediato la crisis de la isla de Mayotte, devastada por un huracán, la inflación en las Antillas (Guadalupe está en pie de guerra continuo) o la reconstrucción económica de la Nueva Caledonia y sus ansias independentistas. Temas candentes que conoce por sus experiencias ministeriales anteriores, y sobre los cuales había criticado, hasta ahora, muy severamente al presidente de la República. Pero las críticas del pasado no mueven molino y, en la política, donde dije Digo, digo Diego, y santas pascuas.

El regreso de Manuel Valls es un signo claro de ambiente de fin de reino que se vive en Francia desde las elecciones anticipadas del mes de julio. La precipitación, el vacío, los susurros, los silencios. Manuel Valls no es casi nadie. Es apenas un político del pasado, que regresa porque muchos se dicen que ya nadie confía en Macron. Este es el verdadero problema. Nadie quería ser ministro de este presidente, el más joven de la Quinta República vivaz, ultrarrápido e hiperamnésico, que logra brillantemente la reconstrucción de Notre-Dame, el desconfinamiento tras el Covid-19, la reducción del desempleo y el lanzamiento del préstamo europeo.

Este Macron impulsivo, orgulloso y narcisista, dispuesto a eximirse de costumbres e instituciones y convencido de poder realizar milagros por sí solo, antes de chocar con la realidad. El Macron en majestad ansioso por proteger sus secretos y decidir solo, en su fortaleza del Elíseo. En sus sienes, las patillas se han vuelto blancas. Aparecieron arrugas. Incluso su cuerpo se ha transformado. Ahora cultiva la imagen de su poder. Incluso Brigitte Macron, su esposa, no se esconde al decir que «ya no escucha a nadie». El presidente está absolutamente solo. Nadie conoce su horario de trabajo exacto. Es una anomalía en las democracias que la agenda oficial del presidente no se publique con antelación, contrariamente a la costumbre. Es imposible, en estas condiciones, saber con certeza a quién se dispone a recibir el jefe de Estado, ni siquiera dónde se encuentra. La misma fórmula aparece a menudo en la web del Eliseo: «La agenda del presidente se actualiza».

Tomo una decisión y la contraria

No queda nadie del equipo original que llegó al Eliseo en el 2017. Solo dos años después del macabro 2015. De los atentados de Charlie Hebdo, del Bataclan, de Niza, del Supermercado Kosher. Francia se desangraba, y se confío a un joven de 39 años, que venía a cargarse el sistema tradicional de partidos, picando en la izquierda y en la derecha. Con su famoso «al mismo tiempo». Es decir, tomo una decisión, pero al mismo tiempo tomo su contraria. La parálisis, y la incomprensión se instalan. Llegaron entonces la crisis de los chalecos amarillos y con ellos la subida como la espuma de la extrema derecha y de la extrema izquierda. Él, inmutable, se ve a sí mismo como la única opción posible.

Del Macron original sólo queda Alexis Kohler, secretario general del Elíseo, alrededor del cual resisten un equipo de impecables asesores de la alta administración, responsables de preparar los expedientes a Macron. Hace 10 años que Kohler acompaña al presidente y desempeña el papel de socio. Durante mucho tiempo lo apodaron «el gemelo», «el suplente», «el alter ego».

Regularmente, la prensa francesa anuncia la marcha de Alexis Kohler, pero él sigue allí, en este palacio que poco a poco se va vaciando, con la luz de su despacho encendida hasta medianoche. «Él todavía me necesita», le susurró a un confidente en octubre. Sin embargo, por primera vez, con la disolución de julio pasado, dudó. Él, que suele acoger con serenidad y humor inexpresivo, todas las audacias del Jefe de Estado aparece ahora en un segundo plano.

«El presidente ha perdido el equilibrio», aseguran que dijo tras la nominación del gobierno Bayrou. La nominación de Manuel Valls es solo un pequeño elemento de una gran crisis. Francia ha entrado en barrena, y no parece que nadie esté al mando de la nave. Porque recurrir a Manuel Valls es recurrir a nadie.

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