«Los jóvenes han de tener más responsabilidad y poder participar en la toma de decisiones e involucrarse en los planos político y económico, en las cuestiones importantes de la vida». Este fue uno de los grandes retos que dejó la cuarta edición de los ‘Debats en positiu’ que el Diari de Tarragona organiza en colaboración con la Fundació ‘la Caixa’ y que se celebró ayer en el CaixaFòrum de Tarragona bajo el título ‘La juventud ante un futuro incierto’ y que estuvo moderado por la directora del Diari, Núria Pérez.
La jornada comenzó con la bienvenida a cargo de Sergi Loughney, director de Relacions Institucionals del Grup Fundació ‘la Caixa’, quien se hizo eco del título del coloquio para admitir que «el futuro es incierto, pero acabaremos saliendo de esta situación», y tuvo un recuerdo para la juventud de Ucrania, «que se ha visto obligada a coger un fusil y lo está pasando mal».
La educación, fundamental
Agustí Segarra, catedrático de Economía Aplicada en la Universitat Rovira i Virgili, fue el primer ponente en tomar la palabra. Y lo hizo para aclarar que «la juventud no es solo haber nacido en un determinado momento y lugar, sino que es también un estado de ánimo». Quiso huir de los tópicos con el argumento de que la juventud no es un grupo homogéneo, que hay muchas juventudes, aunque esbozó una generación «bastante bien formada, con mucho criterio, que no es apática, sino más solidaria y empática que sus mayores, de los que están algo desconectados, pues presentan cierta irreverencia al establishment». Dijo también que los jóvenes de hoy «no han tenido mucha suerte: la crisis que provocó el estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008 precarizó mucho el empleo, luego llegó una pandemia que los encerró en casa y, ahora, una guerra. Una coyuntura especialmente adversa en un periodo de tiempo muy acotado». Y, a pesar de todo ello, les invitó a «no tirar la toalla».
Segarra cree que para encarar el futuro con ciertas garantías «hay que tomar en serio la educación; si no hacemos una apuesta estratégica por la educación nos quedaremos atrás».
En este sentido, el catedrático de Economía Aplicada se mostró muy crítico, porque «el fracaso educativo en España es muy elevado y el porcentaje de jóvenes menores de 25 años que se quedan solo con la educación obligatoria nos sitúa en lo más alto de este ranking en Europa. Se han hecho cosas en el mundo educativo, pero aún es mucho lo que nos queda por hacer», sentenció.
Y, a renglón seguido, relacionó este tema con el mercado laboral, del que dijo que «funciona de forma muy errónea, con unas elevadas tasas de paro juvenil y en ocasiones ofreciendo unas condiciones precarias, a lo que los jóvenes de hoy dan mucha importancia. De hecho –continuó–, para los jóvenes realizarse en el mercado laboral es muy diferente a lo que era antes, pues no priorizan tanto el aspecto retributivo como la empatía y sentirse a gusto en la empresa. Quizá no tengan tanta capacidad de sacrificio, se mueven por otros principios, buscan un crecimiento no tan cuantitativo, sino más sostenible. Esto hará que las reglas del juego cambien». En todo caso, considera imprescindible alcanzar un pacto de Estado en educación y mejorar la calidad del mercado laboral.
Ante ese futuro incierto que espera a los jóvenes, Segarra considera importante «mirar al pasado, a la historia, para construir ese futuro, que es incierto pero que tenemos que dibujar entre todos». E incide en la necesidad de pensar a corto plazo y, sobre todo, a largo plazo, pues «son los países que elevan la mirada y planifican a largo plazo los que construyen un futuro que se acerca más a lo que quieren y necesitan, y no podemos dejar que sean otros países los que diseñen nuestro futuro. Y hay que tener en cuenta que las acciones que emprendamos ahora condicionarán ese futuro».
Segarra piensa que no podemos construir ese futuro sin escuchar más a los jóvenes, saber qué quieren. Y aconseja al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, «que les escuche también, que organice cenas con ellos y les invite a La Moncloa para atender sus inquietudes».
«Tenemos que preparar un escenario para que las nuevas generaciones se empoderen del mundo», concluye.
Un contrato intergeneracional
El sociólogo Ángel Belzunegui, director de Investigación del CIS, hizo un diagnóstico de tres grandes problemas que afectan a los jóvenes. El primero de ellos lo llamó ansiedad por el estatus, un término que desarrolló explicando que «todos esos mensajes de superación, de que tienen que estudiar mucho, de que tienen que tener éxito, de que tienen que proyectar una imagen positiva, de que tienen que superar el estatus de sus padres... les produce una gran ansiedad». Y citó que España es, junto a Irlanda, el país europeo donde más jóvenes sufren ansiedad, «un mal que conduce a tener una de las tasas de suicidios más elevadas», por lo que aconsejó cuidar la salud mental de esta generación.
«La visión de la juventud ha cambiado. La globalización ofrece posibilidades infinitas y lo queremos hacer todo»
Otros de los grandes problemas de los jóvenes se centra en el mercado laboral, «con trabajos precarios, infrasalarios... condiciones que no se puede permitir un país que quiere estar en la vanguardia». Y añadió que los salarios bajos no solo afectan a empleos de baja cualificación –«que también merecen un sueldo digno y no uno de explotación»–, sino incluso entre jóvenes bien formados». En este sentido, Belzunegui destaca una contradicción: «Un mayor esfuerzo y una mejor educación ya no garantiza un ascenso social, ni siquiera un mejor salario. Quizá a largo plazo, sí, pero esa inmediatez que había antes cuando un universitario encontraba trabajo en lo suyo se ha roto». Y apuntó que este es un asunto que tiene solución: «Se puede revertir con políticas; la situación es así porque hay personas que deciden que sea así».
Y el tercer asunto tiene que ver con la demora en la emancipación: «De media, los jóvenes se van de casa de los padres a los 28-29 años, y tienen su primer hijo a los 30-31, aunque cada vez son más las mujeres que se estrenan en la maternidad con más de 40 años. En esto tiene mucho que ver la precariedad del mercado laboral, pero no solo eso; los hogares ahora se han democratizado y son mucho más comprensivos con temas como el sexo de los hijos, lo que hace que la emancipación no solo se atrase por temas económicos, sino que hay jóvenes que están muy bien viviendo en casa de los padres. En todo caso –incidió Belzunegui–, los jóvenes no encuentran una cierta estabilidad en su trayectoria vital hasta edades más avanzadas». «E incluso cuando logran emanciparse no se resuelve del todo el problema de la dependencia, pues siguen ligados a los padres, a los que necesitan para cuidar a los hijos por trabajos que impiden la conciliación, por ejemplo».
Como respuesta a todos estos problemas, Ángel Belzunegui considera necesario establecer «un nuevo contrato social intergeneracional, porque seguimos apartando a los jóvenes de la toma de decisiones por una cuestión de edadismo. Les decimos que se preparen cada vez más pero no les dejamos tomar las riendas, y no podemos aplazar 15 o 20 años que asuman responsabilidades en lo político y en lo económico. Pueden abortar con 16 años, trabajar y ser explotados, pero no les dejamos votar. Tenemos una visión de la juventud desde un paternalismo egoísta que les excluye de la toma de decisiones, para lo que nos inventamos que no están preparados, que se pueden equivocar..., como si los adultos no tomáramos decisiones erróneas. Y las consecuencias de no contar con ellos son políticas de vivienda nefastas, precarización de los puestos de trabajo...».
Belzunegui defiende que los jóvenes llegan con valores diferentes, «son menos materialistas y están más concienciados con temas como el medioambiente, pero al final quieren lo mismo que lo que hemos hecho nosotros: formar una familia, tener uno o dos hijos, un empleo estable y digno... Pero los adultos les apartamos de la toma de decisiones y nos encargamos de que sigan en la adolescencia por muchos años».
«Que confíen en nosotros»
Álex Riba, vicepresidente ejecutivo de la Jove Cambra Internacional de Tarragona, fue el encargado de poner voz a los jóvenes. Y lo hizo reivindicando que las personas de su generación necesitan tener más responsabilidad. Insistió en que «la visión de la juventud ha cambiado» y, si bien se mostró de acuerdo con Belzunegui en que los jóvenes de ahora persiguen los mismos objetivos que los de antes –formar una familia, tener un empleo digno y estable...–, aclaró que «ha cambiado la forma de alcanzar esos objetivos». En todo caso, aclaró que si hace cincuenta años el éxito era lograr la estabilidad económica, hoy los jóvenes quieren hacer otras muchas cosas, «pues las posibilidades que ofrece la globalización son infinitas».
Él también observa algunos problemas que padecen sus coetáneos, y apuntó que «ese afán por estudiar, por estar muy preparados, ha disparado la competitividad, al tiempo que estamos sometidos a un exceso de información que a veces llega a marear».
«Los jóvenes necesitan autoestima, confiar en sus posibilidades. Un fracaso debe ser visto como un aprendizaje»
Álex incidió en la necesidad de «quitar esa connotación negativa que tiene el fracaso para que empiece a ser visto como algo humano y como un aprendizaje». Un punto que mereció una intervención de Agustí Segarra, que quiso aclarar que «si se puede evitar un fracaso, es mejor hacerlo, pues también puede sumir a alguien en un pozo muy profundo», y pidió no mitificarlo. «Ni el fracaso, ni el emprendimiento».
El representante de los jóvenes dijo que la juventud necesita algunas pautas, como la autoestima, aprender a confiar en sus posibilidades, y pidió a los adultos que aprendan también a confiar en los jóvenes.
Al final, una pregunta gobernó el auditorio: ¿Hay miedo al cambio? Álex contestó que no, que «el futuro realmente es incierto, con precariedad laboral, pero los jóvenes tenemos muchas ganas de salir adelante».
Segarra tampoco teme al futuro, pero considera que «los jóvenes deben implicarse más, para lo que hacen falta ciertas dosis de realismo y pragmatismo».
Y Belzunegui cerró el acto diciendo que «miedo, no; es simplemente que hay adultos que no tienen ganas de compartir su poder con los jóvenes. Y eso hay que cambiarlo».
que tenemos de ellos