Alexandra Vila y José Leonardo Gutiérrez no dejan de sonreír. Se les ve orgullosos. Ella es de Tarragona y se halla de Erasmus en Holanda; él vive en Reus. Se conocieron compartiendo un piso de estudiantes en Vilanova i la Geltrú. Ajenos a las estériles batallas que hablan de rivalidades pueblerinas, estos dos jóvenes de 23 años que finalizan ahora su doble grado de Ingeniería de Diseño Industrial e Ingeniería Mecánica en la Universitat Politècnica de Catalunya forman un gran equipo. Lo acaban de demostrar en su primer trabajo juntos: han ganado el Premi Joan Roset i Ventosa 2017 al Millor Projecte de Fi de Grau que otorga el Colegio de Ingenieros de Garraf i Alt Penedès, un premio que les ha aportado 1.00o euros, un trofeo y otros 300 euros para el profesor que dirigió su trabajo.
Y lo han logrado con un proyecto de lo más práctico: intentar reducir el miedo de los niños a la hora de ir al dentista. Habían detectado, gracias a un odontólogo, que los pequeños sufren un estrés añadido en las consultas de los dentistas porque se sienten muy incómodos en unas butacas pensadas para los adultos. Y se lanzaron en busca de una solución, no en vano Alexandra comenta que «contribuir a mejorar la vida de la gente es lo que me llevó a estudiar esta carrera».
El camino no resultó fácil. «Fueron cinco meses sin pensar en otra cosa, todos los días y todas las horas dedicados a este proyecto», cuenta José Leonardo. Realizaron un minucioso trabajo de observación que les llevó incluso al Hospital Sant Joan de Deu. «Allí –relata Alexandra– todo está pensado para mejorar la estancia de los niños y ayudarles a perder el miedo a la enfermedad: la atención del personal, la decoración… todo excepto las sillas de los dentistas».
Tras la fase de observación llegó la de «realizar dibujos, dibujos y más dibujos», hasta dar con su solución: una aplicación que se coloca en la silla normal del dentista y que permite corregir la postura de los niños a base de módulos que se adaptan en función de la altura del paciente. Pero no se quedaron allí; introdujeron una serie de mejoras en la butaca para que los niños no sólo estuvieran más cómodos, sino para que además vivieran la visita al dentista como una experiencia agradable. «Pensamos la silla como si fuera una nave espacial, con unos mandos de control a los que los niños pueden agarrarse para pilotarla y así tener las manos ocupadas y no molestar al odontólogo. También pusimos unas gafas de realidad virtual con un juego con el que no tenían que mover la cabeza para facilitar también la labor del dentista».
La exposición del proyecto tuvo tanto éxito que incluso un dentista que formaba parte del tribunal se interesó para instalar el dispositivo en su consulta. Y el profesor que les acompañó en el proyecto habla de patentarlo.
Ahora, con la carrera prácticamente acabada, ya piensan en su futuro. «Tuvimos suerte de encontrarnos el uno al otro para este proyecto», dicen casi al unísono, aunque todo apunta a que el destino les llevará por caminos diferentes.
José Leonardo tiene en mente irse a Canadá un año y medio para perfeccionar su inglés y después «recorreré mundo durante un tiempo antes de centrarme de lleno en la búsqueda de un empleo». Quiere ser diseñador de coches. «Es mi sueño desde que era pequeño», dice.
A Alexandra, la única chica en su clase vespertina de la facultad de Ingeniería Mecánica, le atrae más la parte del diseño, observar las necesidades de la gente para tratar de solventarlas. «Estudié Ingeniería con el objetivo de contribuir a mejorar la calidad de vida de las personas, para ser útil», repite. De momento, se halla repartiendo currículums por aquí y por allá, en Tarragona y en Holanda, aunque no se le escapa el hecho de que «allí hay más ofertas y mejores condiciones que en España».
Si nadie lo remedia, otros dos grandes talentos que se nos van al extranjero…