La cola de estos días para primeras dosis en el Palau d’Esports de Campclar es bien reveladora. Hay mucho indeciso que se vacuna a regañadientes, casi presionado por las restricciones a las que se ve sometido y también desmotivados, personas sin movilizar durante muchos meses que han ido aplazando la decisión hasta ahora.
Alrededor de un 15% de la población tarraconense que se puede vacunar hasta la fecha no tiene ni una dosis. Son algo más de 106.000 personas, una cifra que puede parecer elevada –es casi la población de Tarragona capital, como llenar siete veces el campo del Nàstic– pero que es reducida en comparación con los más de 625.000 que han querido dar ejemplo y se han pinchado, para alcanzar una cobertura que va más allá del 85% entre los mayores de 12 años. ¿Son esas más de 100.000 personas negacionistas o antivacunas? Ni mucho menos. Hay que diferenciar entre la persona que ha mostrado un rechazo explícito a la vacuna registrado por el Departament de Salut y el que, de alguna manera, no ha dado señales de vida cuando se ha abierto su franja para inocularse.
Los datos de Salut confirman lo que dicen los expertos, que los antivacunas, a pesar del ruido y la repercusión, sobre todo por su amplificación en las redes, son muy pocos en número. Los que le han dicho que no al sistema a estas alturas son el 2% de la población diana –mayores de 12 años–. Es un porcentaje que se ha mantenido más o menos invariable durante todas las fases de la campaña de vacunación. Son unos 14.200 tarraconenses identificados por Salut y suponen únicamente un 13% de las personas que aún no se han vacunado de ninguna dosis de las cuatro soluciones que hay en el mercado.
Por tanto, queda un 87% dentro de ese colectivo con un rechazo no formulado oficialmente, únicamente implícito. Se trata de segmentos con una casuística difícil de discernir: ahí caben personas que dudan, que siguen esperando señales o información más definitiva para acabar de convencerse, recelosos por esta vacuna en concreto o simplemente ciudadanos poco implicados. También es relevante una cierta ratio de la inmigración irregular temerosa de contactar con la administración.
«No me vacuné por tonto», reconocía hace poco un tarraconense, que postergó los pinchazos sin razones específicas y que se vio luego afectado de gravedad por la Covid-19, hasta el punto de requerir hospitalización.
Hay que hacer dos salvedades para tener en cuenta. En el porcentaje de rechazo también pueden incluirse los que no se inyectan por contraindicación médica. Por otra parte, también puede haber antivacunas entre aquellos que no han manifestado su ‘no’ directamente a las autoridades sanitarias.
En cualquier caso, el objetivo de Salut, en su intento de ensanchar todavía más a la población vacunada, es seguir seduciendo no a esos antivacunas convencidos sino a los dubitativos o rezagados por dejadez. La franja ubicada entre los 20 y los 40 años es la que más problemas sigue teniendo. Hace unas semanas, Quique Bassat, epidemiólogo, pediatra e investigador ICREA, intentaba escudriñar qué sucede en esos colectivos: «No es fácil saber qué pasa. Es un grupo de edad donde posiblemente haya más gente reticente. Creo que es el grupo donde puede haber más apáticos, perfiles que no se oponen a vacunarse pero que no han sentido que les toque aún».
Bassat sostenía entonces que «había mucho margen para actuar» en esos segmentos y añadía: «Seguro que hay un porcentaje de gente que no cree en las vacunas y ahí no vale la pena intentar convencer. Pero eso es una proporción más pequeña». Se refería a esos antivacunas más militantes que, desde las primeras de cambio, ya han dejado clara su oposición al antígeno. «Lo que nos dicen todas las encuestas es que el movimiento antivacunas en España es residual», afirma Àngel Belzunegui, profesor de Sociología en la URV.
Las áreas básicas de salud de Flix, Ulldecona o L’Ametlla son las que más rechazo registranElisa Alegre, antropóloga y profesora en la UOC y la URV, añade que «los más antivacunas suelen ser personas más instruidas, ligadas a un estado culturalmente alto. El negacionista no suele estar ligado a la precariedad».
Falta por ver cuál es la postura influyente, en términos de prescripción, de una franja que, durante la vacunación, se ha mostrado algo más reacia como es la de los 30 a 40 años. Serán claves ahora porque son, en buena parte, padres de esos niños de 5 a 11 años que se empezarán a vacunar a partir del día 15. En Tarragona, hay 62.000 niños llamados al pinchazo.
Por regiones sanitarias, hay más rechazo en las Terres de l’Ebre que en el Camp de Tarragona. La Ribera d’Ebre, con un 6,6% de resistencia, es la comarca que tiene un nivel más elevado de ‘no’ a la vacuna. En el otro extremo, el Baix Camp, una de las comarcas más pobladas, es la que registra unos parámetros más bajos. Son los datos de Salut tratados por el Grupo de Biología Computacional y Sistemas Complejos de la UPC (BIOCOM-SC).
Por áreas básicas de salud, la de Flix es la que más rechazo acumula, con un porcentaje del 8,45%, por delante de Ulldecona (8,3%) y de L’Ametlla de Mar-El Perelló (6,7%). Las tres áreas básicas del Ebre lideran la lista de las que más oposición poblacional han mostrado a los antídotos de este virus.
«Desconocimiento y ‘fake news’»
Conrad Casas, subdirector de Salut Pública en el Camp de Tarragona y el Ebre, detecta que tras las negativas «a veces se esconde una cuestión de desconocimiento o también del daño que puedan hacer las ‘fake news’, introduciendo según qué miedos». Sobre los jóvenes, Casas agrega: «Hay una percepción del riesgo que varía y que es menor en ciertos colectivos jóvenes, que creen que, si se contagian, la enfermedad provocará un efecto banal o no tienen ganas de encontrarse mal un día o dos si se ponen la vacuna», explica Conrad Casas, subdirector de Salut Pública en el Camp y el Ebre.
Aunque las coberturas son elevadísimas en la provincia, aún hay margen de mejora. Prueba de ello son los últimos datos, que confirman un repunte que coincide con la ampliación del pasaporte Covid para entrar en bares, restaurantes o gimnasios. En el último mes, las vacunas administradas en Tarragona se han triplicado, al pasar de las 2.445 dosis puestas en la primera semana de noviembre a las 7.744 de los últimos siete días. Las primeras dosis son una prueba clara de que los nuevos vacunados son jóvenes para quien el mayor aliciente es obtener el certificado. También se han multiplicado por tres: de 1.202 a la semana a 3.698.