Margarita (Marga) Mardones no puede evitar una mueca de pena. Acaba de ver a dos chicos jóvenes durmiendo en los rincones que deja la plataforma de entrada al Centre Cívic de la Part Alta. «Nunca pensé ver a gente tan joven dormir en la calle. Tienes la idea de que siempre es gente mayor que no ha tenido suerte en la vida, pero me ha impactado mucho verlos durmiendo en el suelo», reconoce una vez que se retira un poco del lugar. Los chicos, que no se han enterado de nuestra presencia y siguen durmiendo, apenas tienen algunos años más que sus hijos.
Marga es una de las voluntarias que se apuntó para participar en el recuento de personas sin hogar impulsado por el Institut Municipal de Serveis Socials de Tarragona (IMSST) y la Xarxa d’Atenció Integral a les Persones Sense Llar de Tarragona y que se llevó a cabo entre la noche del martes y la madrugada de ayer.
El objetivo, recordaba el alcalde, Rubén Viñuales, que también trabajó como voluntario en la zona de Campclar, era conocer lo mejor posible esta «realidad compleja» a la hora de trabajar con estos ciudadanos. Apuntó, además, que la intención es que este recuento se realice cada año, y no cada dos, como se ha hecho hasta ahora.
En el recuento se encontró a 78 personas sin hogar; de ellas, 60 estaban durmiendo en la calle (49 hombres, 4 mujeres y de 7 no se pudo identificar el sexo). También se contabilizó a las 18 personas que esa noche del martes dormían en el albergue de la Fundació Bonanit (14 hombres y 4 mujeres). La cifra es muy similar a la del último recuento, el de 2021, donde se encontró a 77 personas, e inferior a la de 2019, cuando se localizó a 84.
El papel de los voluntarios
Para realizar el recuento se contó con una ochentena de voluntarios, la mayoría, mujeres, de perfiles de lo más variados. Entre las más jóvenes había sobre todo estudiantes como Èlia y Raquel, que cursan Integración Social, muy concienciadas de que la información que recogerán es importante para planificar los servicios que se ofrecen a estas personas en situación de extrema vulnerabilidad. Ambas acaban de conocer a Julia, estudiante de medicina que se había apuntado, simplemente «por ayudar». Sentadas en las escaleras del Ayuntamiento podría pensarse que forman parte del grupo de personas que a esa hora sigue en las terrazas de la Plaça de la Font.
Pero también hay otras personas más adultas, como la propia Marga, que ya es voluntaria en Cáritas y Ada, voluntaria de Creu Roja, que se enteraron por las redes sociales y participan por primera vez. También hay un buen despliegue de agentes de la Guàrdia Urbana y de voluntarios de Protección Civil.
Hay, además, otros voluntarios más veteranos, como Josep Maria Carreto, director del albergue de Bonanit, acostumbrado a ver esta realidad de frente cada día. Actualmente, y pese a que todavía no ha comenzado el frío, el sitio ya está al 90% de su capacidad.
El ejercicio de contar
Justo antes de salir a las once en punto (muchos grupos no acabaron hasta pasada la una de la madrugada), Josep Miquel Beltran, gerente del IMSST, es uno de los que da las últimas indicaciones a los voluntarios: se trata solo de observar y apuntar sin interrumpir. Los voluntarios tienen un mapa con todas las calles que deben recorrer y donde deben señalar los sitios donde se encuentra gente durmiendo. Los datos a recoger son básicos: si se puede distinguir si la persona es hombre o mujer y si se encuentra al raso, bajo cubierto, dentro de un coche o en un cajero.
Esta información básica será el punto de partida para elaborar el censo más detallado que realizarán técnicos municipales próximamente. En él, aunque no se incluye la identidad de las personas, sí que se indaga en las razones que les han llevado a vivir en la calle o cuánto tiempo tienen en esa situación.
Más que un número
Durante el recorrido, Marga demuestra ser de lo más minuciosa buscando en cada rincón. Y es que, vista con los ojos de alguien que busca sitio para dormir, la ciudad parece de lo más inhóspita. Pero más allá de una persona que dormía en un banco en un pequeño parque infantil, la verdad es que las ocho personas que acabamos contando durante el recorrido duermen en sitios más que visibles para cualquiera. Algunas, de hecho, están en lugares realmente vistosos por su valor patrimonial, como los soportales del Carrer Merceria o los del Consell Comarcal del Tarragonès.
Es justo en este último sitio donde encontramos a cuatro hombres que a partir de ese momento ya no serían cuatro simples casillas más del formulario. Saludan y se interesan por lo que estamos haciendo. Explican que duermen acompañados porque es una forma de defenderse de los robos que han sufrido. «Aquí todo el mundo ha llegado a la calle por una historia diferente: unos por drogas, otros por amor...», dice uno. Otro argumenta que «estar en la calle es algo que todo el mundo debería vivir en algún momento en la vida... Pero en un tiempo limitado, porque es algo muy jodido».
Se expresan bien, con calma, y se lamentan de su invisibilidad y de que no haya, por ejemplo, un albergue municipal. Uno explica que a sus cincuenta y tantos ha perdido la esperanza de encontrar un trabajo; igual que otro que dice que tampoco encuentra pese a ser ingeniero técnico.
Por su lado pasan, ajenos a su situación, los comensales que acaban de salir de un restaurante cercano. La noche es agradable (hay 20º) pero mientras otros van camino de casa ellos seguirán allí. Marga le pone voz a lo que pasa por la mente de todos. «Te das cuenta de que lo de estar en la calle podría pasarle a cualquiera».