Dice Teresa Beà que «la gente que vive en la calle es invisible». Lo hace además con conocimiento de causa, ya que lleva casi dos décadas dedicándose al voluntariado social en la Fundació Bonanit, que gestiona el único albergue de la ciudad que ofrece un techo para pasar la noche a las personas que no lo tienen. Son más de cien en diferentes situaciones, según los diagnósticos municipales.
Coinciden con Beà los educadores sociales del Punt d’Atenció a les Persones Sense Sostre (PASS), un equipamiento municipal ubicado en el cruce entre el carrer Misericòrdia y el carrer Smith, activo las veinticuatro horas y que cuenta con un centro de día –gestionado por Creu Roja– que abre los lunes por la tarde y los miércoles y viernes por la mañana.
El personal del PASS ha detectado que hay más de cien personas que viven en las calles de Tarragona y, una vez realizada la diagnosis, en estos momentos se encuentra elaborando un plan para hilar las mejores estrategias de atención. Estrategias que el Ayuntamiento definirá en la llamada Xarxa d’Atenció Integral a les Persones Sensesostre de Tarragona, formada por el consistorio y por más de una veintena de entidades sociales.
Los trabajadores del PASS, además de asesorar a aquellos que se acercan, también llevan a cabo un seguimiento de las personas que son habituales del centro de día y se encargan de derivar a los casos más delicados al albergue de la Fundació Bonanit, situado en la plaça de les Peixateries Velles y que cuenta con una veintena de plazas, o a pensiones de la ciudad.
«Por ejemplo, realizamos un alojamiento de urgencia cuando una persona que está en la calle tiene que tener algún tipo de intervención quirúrgica o cuando debe enfrentarse al postoperatorio», comenta la técnica coordinadora del PASS, Antonia García.
Durante la temporada invernal, mientras dura la Operació Iglú, que suele ser entre diciembre y marzo, existen una serie de plazas habilitadas en pensiones. «Son diez fijas, además de las veinte del albergue, pero no suele haber problemas para alojar a más personas, especialmente si llega alguna ola de frío a la ciudad», indica la coordinadora del PASS.
Los educadores también llevan el control de la medicación que algunos usuarios deben administrarse: «Sería necesario que las personas que se encuentran en esta situación tuvieran un mejor servicio a nivel sanitario y a nivel mental», reconoce García.
¿Y si no quieren ser atendidos?
¿Qué sucede con las personas que no quieren tener ningún tipo de atención? La coordinadora del PASS reconoce que su capacidad de acción es muy reducida: «No podemos obligar a nadie a ser atendido ni a que siga el plan que nosotros creemos que le convendría; solo podemos exponérselo».
En estos casos, siempre prima la libertad individual de la persona, a no ser que, en situaciones de extrema gravedad, exista un informe médico –no social– que sea aceptado por un juez.
Los técnicos del PASS tienen identificadas a la mayoría de personas que viven en las calles de Tarragona y, una vez por semana –a no ser que haya alguna urgencia–, llevan a cabo una salida para actualizar sus situaciones y para ofrecer ayuda.
El ‘Diari’ los acompaña en una de esas salidas matutinas, sobre las 09.00 horas. Comentan que están en contacto con el albergue para llevar un control y que muchas de las personas que viven en la calle van moviéndose y son difíciles de ubicar.
Encuentran a un hombre en Rambla Nova. Lleva dos años viviendo en la calle. Ellos le recuerdan la existencia del PASS y él se lo agradece. Hay muchos que van durante unos días y luego lo dejan. Insisten en la complejidad de cada situación.
Se acercan a la estación de autobuses. Allí, hay otra persona que había ido hace un tiempo al PASS y que les transmite que volverá. En casos como este, el personal de seguridad y limpieza es clave para informar a los técnicos sociales en caso de que haya movimientos en los alrededores.
Es un punto habitual. Encuentran a otra persona: «Es muy presumido», comentan los educadores, que manifiestan que «pide americanas y siempre quiere afeitarse». En esta línea, hay vecinos que realizan donaciones de, entre otras cosas, ropa.
A la altura de Ramon i Cajal, se da otro encuentro: «Cada día estás más guapa», piropea a la técnica, mientras le ofrece un bocado de la pasta que estaba comiéndose para desayunar. «Nunca sabes lo que te deparará la vida», comenta. Narra que hace poco estuvo en Ginebra con sus sobrinos.
Esas charlas de escasos minutos son un alivio para estas personas. Un bálsamo. Lo comenta también uno de los técnicos: «Hace que no se sientan invisibles». Esa invisibilidad de la que también habla Teresa Beà y cuyo antídoto está tan solo en unas pocas palabras.