M’bamoussa Dembelé llegó a España hace 19 años y Sita Gama Tangara hace 20; pero los años no importan, explica esta última, cuando entrega su DNI. En ese momento más de una vez cae la misma pregunta: «¿y tú de dónde eres?». Lo que no entiende es por qué a sus hijas, nacidas en Tarragona, les siguen preguntando lo mismo. El caso es que cuando las niñas responden que son «de aquí» la respuesta no suele dejar conforme a quien les pregunta.
M’bamoussa y Sita son presidenta y vocal, respectivamente, de la asociación de mujeres Indivisibles y tienen una colección de situaciones de este tipo. La palabra racismo no sale de su boca, pero está muy presente a lo largo de toda la conversación.
La asociación se presentó el fin de semana pasado, pero lo cierto es que llevan años trabajando de manera informal. Son, sobre todo, mujeres acompañando a otras mujeres y sus familias en su proceso de integración en la ciudad. Se ocupan desde ayudarles a hacer trámites, hasta acompañarles en momentos duros como cuando muere un ser querido en el país que se ha dejado y no se puede ir ni al entierro. Han organizado bodas, bautizos y funerales conforme a su cultura (muchas son musulmanas, pero también las hay que profesan otras religiones).
Hasta ahora ha funcionado como una especie de cadena en que la que lleva más tiempo ayuda a la que acaba de llegar. En el caso de Sita su familia fue la primera familia africana en llegar a vivir a Bonavista. Ella es de Costa de Marfil y los siguientes en llegar eran de Senegal y del Congo «no sabíamos el idioma, pero hicimos por acogerles», recuerda.
Poco a poco la asociación se ha ido haciendo grande y ya son 22 mujeres con sus familias. Proceden de seis países de África Occidental: Burkina Faso, Costa de Marfil, Mali, Senegal, Gambia y Nigeria.
Presentes en la vida de la ciudad
Como explica M’bamoussa, la intención de la asociación es ir más allá y acercar su cultura y su realidad a los tarraconenses y establecer lazos con otras asociaciones. «Queremos estar en todo lo que aporte a la ciudad».
Es, reconocen, un trabajo que hacen pensando en sus hijos; la mayoría de los cuales ya ha nacido aquí y siguen enfrentándose a las mismas situaciones que ellas.
Sita recuerda como terminó por dejar el baloncesto, que tanto le gustaba, por culpa del bullying. «Y ahora no quiero que mis hijas crezcan la idea de que nos son aceptadas», señala.
M’bamoussa explica que, lamentablemente, hay actitudes que siguen formando parte del día a día, como cuando hay un piso en alquiler y llaman para interesarse. Nada más escuchar los apellidos, las viviendas dejan de estar disponibles.
Con las oportunidades de encontrar trabajo pasa más de lo mismo. Lo sabe bien ella que tiene estudios de contabilidad en su país de origen, Mali, y aquí hizo un ciclo de comercio pero apenas ha tenido posibilidad de entrar en procesos de selección de personal. «Nuestros hijos están estudiando, y cuando terminen queremos que tengan las mismas oportunidades que todo el mundo. Que miren sus títulos y no el color de su piel o sus apellidos», señala.
Además de la labor local, las integrantes de la entidad no se olvidan de sus orígenes. Por ello también organizan iniciativas para ayudar a recaudar fondos para construir pozos de agua en sus países de nacimiento. Es una manera de ayudar a otras mujeres con unas condiciones de vida tremendamente complicadas.