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Las UCI de Tarragona, sin pacientes de Covid dos años después

En el Camp y en el Ebre no quedan enfermos críticos ni por Covid ni con Covid. No sucedía desde julio de 2020, hace más de dos años. 1.400 tarraconenses han pasado por intensivos

23 agosto 2022 21:00 | Actualizado a 24 agosto 2022 07:00
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Y 756 días después ya no hubo pacientes con coronavirus en la UCI. Por primera vez en más de dos años Tarragona no tiene ingresados en intensivos ni por Covid ni con Covid. Sucede desde el pasado 15 de agosto, cuando los dos últimos pacientes, uno en el Camp y el otro en el Ebre, abandonaron esas unidades.

No ocurría algo así, según los balances oficiales de Salut, desde el 21 de julio de 2020, hace la friolera de 25 meses. Aquel fue un verano tranquilo para los hospitales. No había vacuna. Aún faltaba casi medio año para el primer pinchazo pero se venía de un confinamiento domiciliario estricto de más de dos meses y, por tanto, la situación era benévola. Este desalojo supone también el adiós a la séptima ola, que ha dejado un goteo de defunciones entre los más vulnerables pero no ha tenido un impacto serio en los hospitales.

Las unidades de intensivos han aguantado bien, con apenas una decena de casos en el pico de este último envite. Hay que recordar que en las olas más furibundas se llegaba a rozar el centenar de ingresados solo teniendo en cuenta los intensivos.

La situación actual, con una normalidad casi plena y sin restricciones más allá de la mascarilla en la sanidad y el transporte, es de calma. «La tasa de ingresos en camas convencionales sigue una tendencia descendiente y la de críticos también disminuye», indican desde Salut.

La relativa tranquilidad también se ve en planta. En el Camp hay 52 pacientes ingresados con Covid, un tercio de los 144 que se alcanzaron a principios de julio, en la cresta de esta séptima ola, provocada fundamentalmente por dos subvariantes de ómicron. En las Terres de l’Ebre quedan 21 enfermos, la mitad de los 45 que había en ese punto álgido, justo en la misma semana.

Las unidades de intensivos se han mantenido estables durante esta séptima ola

A principios de agosto, el BIOCOM-SC, la unidad de investigación de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC), cifraba «el descenso de enfermos en aproximadamente un 30% semanal». De ahí que este grupo de científicos constate un «agosto con una circulación baja o muy baja de SARS-CoV-2 y una evolución a la baja en hospitalizaciones y número de defunciones».

Las diferentes vacunas no han evitado la transmisión ni tampoco las oleadas pero sí han custodiado el sistema sanitario, sobre todo su punto más frágil, como son las UCI. Una muestra es lo sucedido este verano. Desde junio, ha habido una total estabilidad en las zonas de críticos tarraconenses, moviéndose en una horquilla entre los cinco y los diez ingresados, sin pasar de ahí. En cambio, los aumentos sí se han dado más en hospitalización convencional: de los 62 ingresados en el Camp a principios de junio se ha pasado a los 144 solo un mes después, más del doble. Son datos, por tanto, que sugieren que a cada oleada le sigue un aumento inevitable en hospitalización pero en esta ocasión las unidades de intensivos han contenido casi por completo la amenaza.

Desde que empezó la pandemia, en marzo de 2020, un total de 1.443 tarraconenses han precisado de hospitalización en la UCI. A su vez, 9.976 personas han sido ingresadas por el impacto del virus en toda la provincia.

En Tarragona se han inyectado 1,6 millones de vacunas contra el coronavirus que han evitado mayores colapsos del sistema sanitario y han salvado vidas.

Un estudio publicado este año a cargo del experto en análisis de datos Toni Sanclement supervisado por el propio BIOCOM-SC de la UPC y por el economista Xavier Sala-i-Martin estimaba que la inmunización ha evitado más de 4.200 ingresos en Tarragona a lo largo de todo un año.

Más de 1.000 ingresos evitados

También ha impedido que 1.185 personas en la provincia acabaran pasando por la UCI por el virus. Se trata de una simulación que extrapola datos de no vacunados al total de la población y los equipara con balances reales para dibujar un escenario hipotético en el que durante todo 2021 no hubiera habido dosis.

El virus de marras parece, por tanto, dar en estos momentos una tregua. Atrás queda este último incremento estival, que ha puesto a prueba una protección comunitaria articulada en dos factores: ocho de cada diez tarraconenses se han vacunado y casi la mitad tienen el refuerzo; y una buena parte, incalculable pero notable, se han contagiado durante en estos dos años y medio, lo que añade una mayor cobertura.

Precisamente esta última oleada confiere una protección para los próximos meses. «Ahora estamos en una incidencia muy baja. Los contagios de esta ola nos dan un factor importante en cuanto a protección de cara a otoño, un momento en el que la situación podría volver a complicarse, pero quizás un poco más tarde de lo que preveíamos», explica Àlex Arenas, Catedrático de Ingeniería Informática y Matemáticas en la URV. Toca, mientras tanto, proteger a los vulnerable, donde se incluyen aquellas personas con patologías previas y a los más mayores. El 63% de los ingresados en la provincia tienen más de 70 años.

$!Manolo Cuétara, después de recuperarse de la estancia hospitalaria. Foto: Pere Ferré

«Yo me salvé pero muchos se quedaron en el camino»

Dice Manolo Cuétara (67 años) que casi que volvió del más allá. Pasó casi cuatro meses en intensivos, dos de ellos en coma, cuando aún no había vacuna.

Hoy todavía se recupera de los estragos del virus. Este empresario de la restauración afincado en Cambrils, responsable de la marca McDonald’s en Tarragona, por fin ha podido ir este verano a su Ribadesella natal a disfrutar de las vacaciones. El año pasado no pudo hacerlo porque aún estaba demasiado débil.

Sin patologías previas, solo con una hipertensión que tenía controlada, se infectó en octubre de 2020, en la segunda ola. Ingresó a los pocos días en el Hospital Sant Joan de Reus y no volvió a casa hasta mediados de febrero. «Se puede decir que Dios me sacó de la muerte. Soy creyente y lo tengo muy claro. Entre Dios y los médicos me han salvado la vida. El equipo médico ha sido extraordinario conmigo», explicaba sobre su estancia, todo un récord, ya que la permanencia media suele rondar los 30 días.

«Estoy recuperándome. Tengo la capacidad pulmonar muy mermada, pero intento tirar para adelante. Cada día noto una pequeña mejoría», dice desde Asturias. Aún no se ha recuperado plenamente pero se queda con ese progreso, realizado a golpe de esfuerzo diario. «Hay que adaptarse a esta nueva situación. Yo me pude salvar pero hay mucha gente que se quedó por el camino». No realiza grandes esfuerzos pero ya ha podido volver a conducir. Son imprescindibles los ejercicios de rehabilitación que hace cada día. «He recuperado la capacidad muscular, que la tenía muy mal. Hago tres veces al día ejercicios respiratorios. Y salgo a caminar cada día, hago entre dos y tres kilómetros que me vienen muy bien. Estoy contento».

$!Agostina Parpaselli. Foto: DT

«Tardé tres meses en superar las secuelas»

Es el ejemplo de que el SARS-CoV-2 también la ha emprendido con personas jóvenes durante algunos momentos. Se infectó a inicios de diciembre de 2021, cuando apenas había empezado la sexta ola de ómicron que luego se desbocó en enero.

Agostina Parpaselli era paciente de riesgo, por ser diabética, y además no estaba vacunada. Permaneció seis días en intensivos de Santa Tecla. «Cuando entré en el hospital ya estaba fatal, se había empeorado mucho mi salud. No tenía oxígeno, estaba inconsciente. Me detectaron la neumonía bilateral y, como soy diabética, acabé con un cuadro muy severo. Estaba prácticamente inconsciente, ya no podía ni hablar», cuenta.

Por fortuna, su recuperación, gracias a su juventud, no resultó demasiado larga ni costosa. «Ahora estoy como nueva, me he podido recuperar completamente», relata. También tuvo que esmerarse. «Hice rehabilitación en casa durante un tiempo para recuperar la movilidad y poder caminar con normalidad. Me hicieron una serie de estudios médicos para verificar cómo habían quedado los pulmones. Vimos que no quedó ninguna secuela», explica ella, que tenía 32 cuando se infectó.

Estuvo alrededor de tres meses padeciendo algunos de esos efectos, como sensibilidad al frío o al calor, distorsión en el gusto y en el olfato, mareos, inestabilidad o dolores musculares. También ha ido recuperando parte del peso que perdió por la estancia hospitalaria. Pasó cuatro meses de baja laboral. «Antes de que me pasara esto ya era precavida, porque trabajo de cara al público. De hecho, no sé cómo me contagié. Ahora sigo siendo cauta. Me vacuné, siempre llevo una bolsa de mascarillas, voy protegida».

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