No hace falta tener dotes de detective para dar con Blanca Muiños Acosta en Sant Salvador. Y no es solo porque aquí todo el mundo la conoce, sino porque el nombre de su bar: ‘El búho’, ya da buena cuenta de la afición que la ha hecho famosa entre sus vecinos.
Y es que Blanca, que es originaria de Uruguay pero ama el barrio en el que lleva toda la vida, tiene casi tres décadas coleccionando búhos en todos los formatos imaginables. Acumula ya más de 8.700; el último de ellos de un viaje a Laguardia.
Pero la suya no es una colección para batir récords (hace ya algún tiempo que leyó en el libro Guiness que alguien tenía más que ella) sino un asunto de puro disfrute personal.
Basta con escucharla hablar de los búhos que atesora y ver cómo se le ilumina la cara recordando su procedencia para comprenderlo. La visita comienza en su bar. En las paredes hay fotos suyas con estos animales y pinturas en todas las técnicas posibles, incluidos algunos dibujos infantiles. Como pasa con toda la colección, de algunos sabe el origen, porque se los han entregado en mano, pero otros se los han hecho llegar a través de familiares o amigos.
Sin un hueco libre
Aunque algunos los ha comprado ella misma en todo tipo de establecimientos, desde tiendas de souvenirs a anticuarios, la mayoría se los han regalado. «Más de una vez ha venido gente y me los ha entregado diciéndome que aquí van a estar mejor... Recuerdo un señor que vino a traerme expresamente la colección de su madre que había fallecido», explica.
En el bar hay figuritas en estanterías, pero también regadas por todas partes, así como botellas de vino donde el búho es el protagonista de la etiqueta.
Pero la verdadera locura llega al entrar a su casa. Es difícil encontrar un hueco donde no haya un par de ojos mirando. Están igual entre las plantas que sujetando una mesa.
Pero si en el salón no hay rincón libre, la habitación que encontramos a continuación es difícil de describir. Hay dos vitrinas que ocupan las paredes de arriba a abajo. Están llenas de figuras de cerámica, papel, conchas marinas, yeso, corcho, madera, plástico, hierro, cuarzo, cera... Resulta imposible contar todos los materiales, aunque lo que sí asegura Blanca es que el 90% son figuras de las que solo tiene una unidad. Nos muestra una caja con compartimientos donde guarda los que todavía tiene por contar y clasificar.
En el dormitorio más de lo mismo: hay un tapiz, cortinas, colchas, cojines... Con imágenes de: ¿adivine?
Pero la cosa no acaba aquí, ella lleva una camiseta pintada a mano (sí, con un búho) y un collar con el mismo motivo. Nos muestra colgantes, llaveros, paraguas, bolsos, abanicos... Ningún complemento se le resiste.
lo cuenta, detrás de la colección se percibe agradecimiento y cariño
No sabe muy bien por qué comenzó la colección, solo la alegría que le da conseguir cada búho nuevo.
Otro dato curioso es la procedencia. Los tiene de todos los continentes y con más de una historia peculiar, como la del gran búho de ébano tallado a mano que le trajo un amigo de su hijo de África. Ella le había dado cobijo por una temporada «aquí siempre ayudamos en lo que podemos», dice.
Y es en esta última frase donde vemos una de las claves que ha hecho crecer su colección. Aunque Blanca no lo cuenta, se ve que hay una toda una corriente de agradecimiento detrás.
Cuando se le pregunta cual es el que más le gusta no hay manera de sacarle una respuesta, pero dice que tiene especial cariño a los que son un recuerdo de las personas que no están.