La paciencia se iba agotando. Los bueyes no llegaban y, sin ellos, la Virgen del Rocío no podía comenzar su camino hasta el santuario del Loreto, un ritual que este año llega a su 35 edición. Los rocieros estaban repartidos en dos puntos. Algunos esperaban en la plaza de la iglesia del Serrallo.
Otros se acercaron hasta el punto de salida de la virgen, en uno de los refugios del Moll de Costa. Y allí estaba ella, engalanada y envuelta en flores, pero sin los bueyes, encargados de conducir la carroza que sustenta la Virgen del Rocío. Los allí presentes estaban angustiados. Los animales no llegaban. «¡Dicen que están por Altafulla!», gritó de repente un rociero. Entonces, minutos de tranquilidad.
Cuando finalmente llegaron, la sorpresa fue mayúscula. No eran bueyes, eran vacas. Y además, no se forjó una relación de confianza entre los animales y los rocieros. La cosa no pintaba bien. Así que la Asociación Cultural y Folklórica Andaluza de Tarragona –entidad organizadora de la romería– decidió prescindir de las vacas y optar por un tractor como medio de transporte para trasladar la virgen hasta el Loreto.
Y entre una cosa y la otra, la romería ha empezado con dos horas de retraso y sin bueyes. Las carrozas, los caballos y los rocieros se han paseado por toda la ciudad, pasando por la Rambla Nova, Sant Pere i Sant Pau y por el Camí del Llorito. Al llegar al santuario, la Virgen será dipositada al interior de la iglesia. A partir de ese momento, el recinto se convertirá en un espacio donde la devoción a la virgen y la cultura andaluza eran las protagonistas.
Mañana será el turno de la ofrenda de flores por parte de los caseteros. Por la tarde, tendrá lugar la misa rociera y, el domingo, se vivirá el momento más emotivo, según explican los que entienden de romería. «A la hora del Angelus, a las doce del mediodía, sacamos en procesión a la Virgen del Rocío y pasamos por las casetas. Es un momento de sentimiento, de pellizco», explica Luisa Márquez, presidenta de la Asociación Cultural y Folklórica Andaluza de Tarragona. Al acabar, los más pequeños, repetirán la escena, pero con una imagen pequeña de la virgen.
De Andalucía a Tarragona
Isa Gil fue la rociera del año pasado. Es decir, fue la persona que se encargó de tener siempre a punto a la Virgen del Rocío. Para ella, la romería es el día más importante del año. «Mi padre es andaluz, de la Línea de la Concepción, Cádiz. Conocí a la virgen desde muy pequeña y, cuando estoy triste o tengo un bajón, me aferro a ella», explica Gil, quien añade que «el Rocío es un fin de semana, pero ser rociero es los 365 días del año». Gil tiene previsto viajar en agosto hasta Almonte (Huelva) para asistir, por segunda vez, al traslado de la Virgen desde el Rocío hasta la iglesia de Almonte. Se trata de un ritual que se hace cada siete años.
María Sánchez y Carmelo Rodríguez nacieron en Paterna del Campo (Huelva), pero se mudaron hasta Tarragona en el año 1966. Su caseta, llamada la del Tambor, fue de las primeras que se fundaron. Ayer, volvían a vivir un día mágico junto a su familia y con la medalla de la Hermandad de Paterna colgada en cuello.
El matrimonio explica que solo una vez han asistido a la romería en el Almonte. «Había mucha gente. Pero, sin embargo, llevamos 35 años viviéndola en Tarragona, que es nuestra casa», explicaba Rodríguez, quien explicaba «no reniego de mi tierra, Andalucía, pero digan lo que digan, aquí nos sentimos muy acogidos y la gente es muy buena». A Carmelo y a María solo les quedaba comer, beber, bailar, cantar, rezar y reír. Esto es el Rocío.