Gustavo Hernández Becerra (Bogotá, Colombia, 1955) es escritor, periodista y profesor de Lengua y Literatura Castellana. Ha trabajado también como publicista y productor audiovisual. Con El mal de Penélope (Ediciones Cuanto Te Quiero), regresa al género de la novela después de siete años. Una obra que habla de sentimientos, deseos, emociones y penurias.
¿Qué males tiene Penélope?
A la hora de buscar nombres me di cuenta de que mi protagonista me recordaba muy vagamente a Penélope, la mujer de Ulises, la reina de Itaca, que es la que espera durante 20 años a que regrese su marido de la Guerra de Troya. Entonces descubrí que el síndrome de Penélope se relaciona con un bloqueo mental que aparece cuando hay alguien que se ha alejado de tu vida y estás esperando a que regrese. Síndrome es igual a mal. Y el mal de Penélope, en el fondo, refleja lo que es la novela.
Aborda las relaciones humanas a través de una pareja.
Ella es una mujer humilde, que siempre ha estado sometida a su marido. Sin embargo, ahora que es mayor, es él quien depende de ella para todo, a causa de una extraña discapacidad. Es un hombre que en cierta manera está, pero no está y esto es un juego para el lector, que no sabe muy bien qué pasa. En esta primera parte ella cuenta su vida, una vida muy dura, aunque es una historia llena de apuntitos de humor.
Una tragicomedia.
Exactamente. El sentido del humor es una de las características de mi escritura desde siempre.
Habla de una primera parte.
Sí. En la segunda interviene una segunda voz narrativa que es un escritor que conocía a la pareja y que había sido pretendiente de la mujer. Él tenía dos obsesiones. Por un lado seducirla y por otro que ella le contara su historia. Entonces él se encuentra con esta primera historia contada por otro. Y al mismo tiempo él tiene un interlocutor que tampoco habla. La novela son dos delirios.
¿Por qué indagar en el delirio?
Porque la literatura es exageración. Al intentar profundizar en el alma humana y al intentar retratarla, realmente lo más probable es que caigas en la exageración. Mi novela es una novela exagerada. En cierta manera yo mismo la califico de extravagante.
¿Qué le sorprenderá al lector?
Es un caramelito envenenado.
¿Por qué?
Es aparentemente ligera, con muchos puntos de ironía, pero que en el fondo narra dos historias muy trágicas de mujeres. Estoy seguro de que a alguna gente la hará sonreír, pero también es muy probable que a alguien le haga llorar.
¿Qué pretende transmitir?
Esencialmente lo que busco es provocar emociones en el lector. Aunque sin pretenderlo, en algún momento puede incluso causar cierta mala conciencia. Es una novela para entretenerse, sin intención de crítica, aunque pongo algunas cosas sobre la palestra.
Habrá quien se sienta reflejado. ¿Cómo ve esta sociedad?
Vivimos todos como en burbujas paralelas. Nuestra sociedad es del primer mundo en la que hay representación del segundo, del tercero y del que quieras y pienso que más o menos convivimos pero intentando no mezclarnos con el que es más desgraciadito o no piensa como nosotros.
¿Cómo un hombre escribe sobre los deseos de una mujer?
Ese es el gran reto y la gran incógnita, saber si realmente lo aciertas o no. Una especie de protección por mi parte como escritor es que la mujer está un poco desquiciada y encima el personaje que ha escrito esa primera parte es un hombre. La novela es muy onírica. Es surrealista.
¿Le interesa el surrealismo?
Sí, porque tiene que ver con el mundo de los sueños. Todo lo que tenga que ver con el mundo de los sueños es el misterio y para mí las mujeres son el misterio.
¿Cuánto tiempo ha trabajado en ‘El mal de Penélope’?
Empezó hace 15 años como un monólogo teatral. También soy muy perezoso para escribir y corrijo hasta el agotamiento.
Le ha dedicado la novela a Jordi Tiñena.
Éramos muy amigos. Yo le admiraba y le admiro mucho como escritor. Para mí era un modelo. Y es responsabilidad nuestra que el nombre de Jordi Tiñena nos sobreviva a todos porque su legado literario merece ser patrimonio de esta ciudad. Sus novelas son de primerísimo nivel europeo, no solo catalán. Yo propuse en las jornadas en su honor que el Institut Camp Clar, donde trabajó tantos años, llevara su nombre.
Pero es una dedicatoria doble.
Sí. Yo se la iba a dedicar solo a Jordi Tiñena. Pero, hasta ahora, todos mis libros los he dedicado a mi familia. Y no quería darle ese disgusto a mi madre, que cumplirá 96 años en mayo. Podría pensar: «Qué le habrá pasado a Gustavo?».