«A todos nos suben los costes y todos tenemos que encarecer el producto para tener algo de margen», explica Jordi Escrivà, presidente del Mercat del Camp, este mayorista de la distribución decisivo en Tarragona, una pieza clave en el engranaje de la cadena alimentaria con unos precios encarecidos por un efecto dominó. «Aquí hay dos factores. Uno lo hemos visto este verano y es causa del cambio climático. Por culpa del calor, por ejemplo, la campaña de la verdura no ha ido bien. Y también pasa con la fruta. Ha hecho más calor y hay menos género, para la misma demanda. Eso sucede siempre: cuando hay menos producto, sube el precio», cuenta Escrivà.
Lo confirma Cristian Castillo, profesor de Economía y Empresa en la UOC: «Es el juego de siempre, de oferta y demanda. Ha habido menos lluvia y un calor excesivo. Eso también influye en que algunas frutas y hortalizas estén en máximos históricos».
Luego están los estragos de la energía. «El tendero ha tenido que aumentar las tarifas pero yo también. Aquí tenemos neveras que gastan mucha electricidad. Yo pago en mi empresa 8.000 o 9.000 euros al mes, es el doble del año pasado», ejemplifica Escrivà.
El recibo de suministros como la electricidad, el gas y los combustibles ha crecido de media un 58% en el último año en Tarragona, según los datos provinciales del IPC desglosados por el NE.
El resultado es que, de media, los precios casi se han quintuplicado en el trayecto de la huerta al supermercado. Es lo que se extra del último Índice de Precios en Origen y Destino de los alimentos. La zanahoria, por ejemplo, se ha multiplicado casi por siete, el ajo y la mandarina por ocho, el limón por 10 y la naranja por 11. Esta última fruta ha visto cómo su precio subía un estratosférico 1.021%.
A la tormenta perfecta se suma la guerra. «Afecta en aquella materia prima de la que éramos importadores, como el pienso, que venía de Ucrania y que es vital para la ganadería. Si ahora lo tienes que traer desde más lejos, todo eso son sobrecostes de compra. Además, la propia logística en sí ya venía de un encarecimiento de los costes y de la propia mano de obra desde que se empezó a salir de la pandemia», indica Castillo.
«Anomalía del sistema»
Al inicio del proceso están agricultores como Josep Vicente Carles, de La Bisbal de Falset, productor de aceite en el Priorat y responsable de organización de Unió de Pagesos: «Lo relevante de toda esta situación es que ha salido a la luz la anomalía de la cadena. Sabemos que todo ha subido, pero hay una aberración que ya venía de antes y que venimos denunciando. La realidad es que el precio de origen no ha subido mucho. En algunos casos, ni se ha incrementado y, en otros, si ha crecido, ha sido poco, mucho menos que los costes de producción». Y pone un ejemplo, el suyo: «Hemos hecho la liquidación respecto al aceite y el resultado es que el precio cobrado por el payés ha sido un 8% superior pero la producción se ha encarecido un 30%. Y en el supermercado nos dicen que los aceites han subido un 30 o un 40%».
Cristian Castillo, como analista, es claro en esa línea: «Es un reclamo histórico de algo comprobado. Los márgenes entre lo que se compra en explotación agrícola y lo que se vende se incrementan de una forma que no justifica el coste de distribución logística o de intermediación, hay un sobrecoste desmesurado y no hace justicia al producto de origen».
Josep Vicente Carles, desde Unió de Pagesos, se pregunta: «La logística, la luz... todo eso sube, sí, es una cadena de valor, pero el resto se tendría que justificar». Va un poco más allá y señala como factor clave la posición de dominio, una práctica en la que la gran distribución estaría realizando prácticas de abuso que distorsionan.
«Si tú tienes un 10% del mercado o más, tu política influye en el resto, puedes hacer una oferta que arrastre al mercado. Hay especulación. Se dan pactos entre la competencia, al alza o a la baja, algo que mayoritariamente se ve en las grandes superficies. Y cuando hablamos de sectores como el cava o el vino, hay grandes transformadores que controlan un 80% del mercado», añade el responsable del sindicato, que remata: «Hay acuerdos tácitos, conductas paralelas que imitan al resto... todo eso es perseguible».
«Se quejan con razón»
Escrivà, desde el Mercat del Camp, reconoce que «todos estamos perdiendo margen porque los costes son mayores» y se muestra al lado de los agricultores: «Tienen toda la razón de quejarse, porque las cadenas tienen su potencial de compra y lo utilizan. Ahora bien, ellos denuncian que un tomate se lo compran a 50 céntimos y lo ven en la tienda a dos euros, pero no saben si el comerciante lo venderá todo, a lo mejor acaba tirando una parte. Eso también tienen que tenerlo en cuenta». En el Mercat del Camp, un punto neurálgico desde el que el género parte luego a tiendas, almacenes o mercados ambulantes, no hay precios cerrados, sino que se da pie a una negociación.
Al final del trayecto están empresarios como Joan Poch, al frente de un Coviran en Tarragona. «Todo suma pero el incremento más grande es por el tema de la luz. Yo en mi tienda estoy pagando el transporte, que es algo que el payés no tiene que pagar, además de la electricidad. Luego tengo que poner mi margen. Hace un año traer un palé en un camión en Sabadell me costaba tres euros y ahora 12. Eso lo tengo que repercutir», dice Poch, que zanja: «Lo que está claro es que a menos intermediarios, menos costes. El 90% de la fruta me viene del Mercat de Camp y es de proximidad».
¿Cómo solucionar esos desajustes?. «Habría que indexar unos costes de referencia mínimos, para defendernos de manera colectiva, no individualmente», apunta Josep Vicente Carles. Castillo, en la UOC, acaba: «La solución pasa por crear organizaciones a través de cooperativas que puedan llevar el producto del campo al consumidor, eliminando esa parte de intermediación que eleva los costes. Por parte de las grandes superficies quizás conviene reducir esos márgenes, para que todo sea más justo. No puede ser que desde el campo estén a pérdidas y la cadena se lleve todo el beneficio».