Usted es un policía que se encuentra en plena operación para intervenir kilos de hachís o de marihuana en un alijo a la entrada de una zona boscosa. Pone un pie en suelo campesino y se le enquista un clavo en la planta del pie.
Los criminales a los que piensa capturar han puesto una trampa. No obstante, no va dirigida hacia usted, sino que tiene por objetivo a alguna banda rival.
«Es habitual que los ‘jardineros’ que custodian la droga estén armados», Héctor Muñoz, jefe de la Unidad Orgánica de la Policía Judicial de la Guardia Civil de Tarragona
Los narcoasaltos están a la orden del día y ejemplifican que los criminales ya no solo huyen de la policía, sino que destinan parte de sus esfuerzos a intentar que otras bandas no les arrebaten la mercancía y, a ser posible, que sea la suya la que comete el robo a otra organización.
«Han visto cómo se les multiplican las amenazas, no tan solo por la presión policial, sino también por la de otros grupos», indica el jefe de la Unitat d’Investigació del Àrea Bàsica Policial (ABP) del Tarragonès, el subinspector Marc Bayón.
Puntualiza que «la cifra de los narcoasaltos no está del todo dimensionada porque, obviamente, ningún criminal llama a la policía para decir que le están atracando».
Por su parte, el jefe de la Unidad Orgánica de la Policía Judicial de la comandancia de la Guardia Civil de Tarragona, Héctor Muñoz, comenta que «el sistema de seguridad de las mafias va más destinado a protegerse ante otras que a actuar contra la policía».
«El sistema las mafias va más destinado a protegerse ante otras que a actuar contra la policía», Héctor Muñoz, jefe de la Unidad Orgánica de la Policía Judicial de la Guardia Civil de Tarragona
«El mayor problema que tienen las organizaciones que se dedican al tráfico de drogas no somos nosotros, son los grupos que les pueden robar; ya asumen que los cuerpos policiales investigarán y realizarán incautaciones, pero que otra banda les saquee y, además, les cause algún tipo de daño, es su gran preocupación», añade.
Se da el caso de que, para una organización, es más sencillo birlarle a otra la materia prima que realizar una plantación propia. Ahí es cuando aparecen estos asaltos, las armas de fuego y, en ocasiones, los secuestros, las coacciones, las amenazas y los homicidios.
Los cuerpos policiales también sospechan haberse encontrado con chivatazos: organizaciones que, de forma anónima, dan la voz de alarma para que la policía ‘cace’ a otro grupo.
El de los narcoasaltos es un fenómeno que se da, en su mayoría, en plantaciones de marihuana, cuya ubicación se ha democratizado tanto que ya puede ir desde un gran chalet en una urbanización alejada de núcleos urbanos hasta un piso en el centro, una nave industrial o una zona boscosa. Como es lógico, la mayoría se dan en puntos más alejados de la ciudadanía.
Bayón es claro: «La marihuana es un fenómeno tan lucrativo que no hay nadie que quiera desaprovechar la oportunidad». Es el mercado de la droga, tan frío que la dinámica podría mutar si se produce un boom del cannabis.
No obstante, la marihuana sigue siendo la joya de la corona actualmente y por eso lleva asociada un incremento de la violencia entre grupos, los más grandes procedentes de Albania, Kosovo y otros países del este de Europa.
«Han visto cómo se les multiplican las amenazas, no tan solo por la presión policial, sino también por la de otros grupos», Marc Bayón, jefe de la Unitat d’Investigació de la ABP del Tarragonès
Y es que los narcoasaltos no se producen tan solo en el lugar donde se almacena la droga ni en el período de custodia, sino que pueden darse en cualquiera de las fases logísticas posteriores, como el empaquetamiento y el trayecto hacia el destino final.
«Pensamos que cuanto más se pospone el asalto, más éxito tiene, ya que no es lo mismo arrancar plantas que aún están cultivándose, que llevarte el producto una vez está envasado al vacío con un camión que lo está llevando por la ruta mediterránea hacia el norte», destaca Bayón. Precisamente por eso, está aumentando el uso de las armas de fuego en busca de la autoprotección.
En esta línea, Muñoz desvela que «es habitual que los ‘jardineros’ que custodian la droga estén armados y también lleven a cabo las funciones de vigilante para evitar los posibles robos que pueda haber».