«Quisiéramos que todos, absolutamente todos, se hicieran cargo de las necesidades y deseos de los demás y que cuando se les acopla debidamente y con arreglo a las disponibilidades de la Ciudad, no mirasen a sus convecinos de chalet con ninguna desconfianza ni recelo, sino que por el contrario, plenos de esa satisfacción que al llegar a estas instalaciones experimentan, se vean y traten con alegría, tal y como si se tratasen de una prolongación de la familia, porque en realidad así lo consideramos los que nos hallamos al frente de esta Ciudad y asumimos orgullosos esta labor de bien hacer en favor de todos los residentes».Así se leía en un artículo de la revista de la Ciudad Residencial (hoy Ciutat de Repòs) del 4 al 18 de septiembre de 1958.
Dos años antes, el 6 de julio de 1957, se había inaugurado la que sería la primera ciudad residencial de toda España. Era una obra impulsada por la Falange, con la intención de premiar con unas vacaciones de bajo coste a los trabajadores («productores» en el lenguaje franquista) más fieles al Régimen.
La Residencial está ahora ‘de moda’ por el proyecto de la Generalitat de instalar un «espacio de turismo familiar y juvenil», como lo definió el pasado miércoles el alcalde de Tarragona, Pau Ricomà. Un par de días antes la consellera de Drets Socials, Violant Cervera, había anunciado que la Generalitat invertirá 15 millones de euros en poner en marcha el complejo, cerrado desde el 31 de diciembre de 2011, y que fue traspasado al Govern por el Gobierno español.
No tardaron en correr bulos por Internet que aseguraban que sería un centro de menas, de salud mental o para drogadictos. Cómo reza el dicho, «el sentido común es el menos común de los sentidos», especialmente en las redes. Más allá de las mentiras fruto de estos tiempos actuales, ¿cómo nació la Ciudad Residencial? ¿Cómo eran las vacaciones dentro de sus nueve hectáreas de superficie?
Con un presupuesto de 27,5 millones de pesetas, fue diseñada por los arquitectos Pujol Sevil y Monravá López. Incluía 120 chalets, cuatro bares,
tiendas, comedor, biblioteca, capilla, jardín infantil, piscina de agua de mar, frontón, bolera de ocho pistas, campos de baloncesto...
Modesto Dalmau en La Vanguardia del 8 de enero de 1955 peloteaba sin rubor al Régimen: «Esta nueva obra nos hace recordar el colmado interés de nuestra primera autoridad civil en el planteamiento y desarrollo, tanto en la capital, como en la provincia, de obras en beneficio de la clase productora, como son, entre otras, las Clínicas rurales, las construcciones de los edificios grandiosos de la Universidad Laboral y esta Institución en pro de la clase productora que evidencia un extraordinario avance, orientado en el sentido de proporcionar una base de bienestar en los trabajadores mejorando sus medios de salud y vida». Paternalismo en estado puro.
Un paternalismo que puede contemplarse a raudales en el NO-DO de la visita a Franco a la Residencial, la Laboral y el Ayuntamiento de Tarragona. No falta en la visita una nutrida comitiva, todos hombres, y la inevitable imagen del dictador con una sonriente familia de veraneantes.
¿Se comía bien? ¿Cuánto costaba la estancia? ¿Qué actividades se realizaban? La prensa de la época, y la mencionada revista interna, lo detallan. «El precio de la estancia es de 23 pesetas diarias por personas adultas. Los niños de dos a seis años tienen un importante descuento y los menores de dos años no abonan cantidad alguna», explica El Noticiero Universal del 6 de julio de 1957, el mismo día en que ministro-secretario general del Movimiento, José Solís, la inauguró.
Sigue El Noticiero: «El régimen alimenticio es abundante y sano. Por la mañana el desayuno consistente en un tazón de café con leche, mermelada y galletas. Almuerzo: entremeses, huevos duros con salsa, carne o pescado, fruta, pan y vino. Merienda para los niños y la cena aproximadamente como el almuerzo. Disfrutan además de un restaurante al que pueden concurrir y que está enclavado en la playa. En este restaurante los almuerzos son de 20 a 30 pesetas».
Bajo el epígrafe «así comemos», la revista enumera los menús: «día 8: lentejas con chorizo y bitoques portugueses. Día 11: entremeses variados, garbanzos a la dominicana y salchichas en su jugo. Día 17: entremeses, pescado en salsa romesco y ternera asada con puré parmentier».
Entre las actividades, un concurso de fotografía y excursiones a Andorra «con un mayor contingente de señoras, cosa que viene a demostrar la predilección que por los bellos panoramas tiene el sexo bello», sigue la revista.
Algunos residentes no se enteraban de donde estaban. Escribía María Nieves López: «¡Español! La Ciudad Residencial, que en esta bellísima Costa Brava han levantado nuestros Sindicatos, no es un proyecto, no es una promesa, es una realidad».
La Residencial y la Laboral marcaron una época. Tarragona atraía turismo y estudiantes de toda España. Como apuntó J. Cusidó en El Noticiero, «con la inauguración (de la Residencial) se culmina uno de los periodos más brillantes de la historia de nuestra ciudad. Tarragona limita por un lado con la magnificiencia de la Universidad Laboral y, por el otro, con la belleza juguetona de la Ciudad Residencial».
Tenía razón. El lenguaje era cursi, pero las obras quedaron. En la Laboral, que continúa operativa, estudió, por ejemplo, Joan Manuel Serrat, como él mismo recordó al Diari en otra crónica pelacanyes. La Residencial está cerrada a la espera de que, al menos por una vez, una Administración cumpla sus promesas.
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