No hay nadie en el mundo judicial no solo de Tarragona sino de fuera que no sepa quién es Francisco Zapater Esteban, más conocido como Paco Zapater (Chelva, 1946). Colegiado número 707 del Col·legi d’Advocats de Tarragona, es licenciado en Derecho por la Universitat de València. Después de más de 40 años de profesión, ha decidido colgar la toga. Pero antes ha publicado Medio siglo de abogacía penal, un libro, a modo de guía práctica, para los futuros abogados sobre la realidad que se van a encontrar en los tribunales.
Me han dicho que se acaba de jubilar. ¿Le tengo que felicitar?
Es que estoy en un alambre. He colgado la toga, no voy al despacho excepto para acabar temas. Quiero mantener el alta en el colegio hasta que pueda hacer una presentación presencial del libro en Tarragona porque la quería hacer siendo abogado. Tengo 74 años, tenía dos temas vitales pendientes. Uno era el juicio de mi hija en Alemania y el otro la presentación de este libro con experiencias profesionales. Creo que ha llegado el momento de decir pues «hasta aquí hemos llegado».
Me ha sorprendido el libro. Esperaba uno de batallitas de estos 40 años de abogado y me encuentro con una guía muy didáctica para nuevos abogados…
Esa era la pretensión. Era dejar un legado a los nuevos abogados con experiencias prácticas que les pueden servir en el futuro. Experiencias obtenidas en medio siglo trabajando en el mundo de la Justicia y dejar así un cuaderno de bitácora.
¿Intenta solucionar ‘que en las Facultades de Derecho apenas si se enseña cómo deben hacer un juicio los futuros abogados’?
Efectivamente. En las facultades se da muy poco Derecho práctico, de manera que aprenden la teoría, pero te lanzas al ruedo con muy poco bagaje. Luego la realidad es la que te va dando bofetadas continuamente.
Explica en la introducción que es abogado en parte gracias a un sargento de la Guardia Civil de su Chelva natal….
Exacto.
Sintió mucha “rabia e impotencia” por aquella decisión unilateral de un miembro de un cuerpo de seguridad. ¿Ha vivido muchas situaciones de este tipo en su carretera profesional?
Ninguna. Precisamente, la carrera de Derecho, el ser abogado te da una herramienta para defenderte ante la vida y para hacer valer tus derechos y también los de los demás. De abogado no me hubiese podido salir un sargento Muñoz porque me hubiese ido inmediatamente al juez de guardia a denunciarlo por prevaricador.
Cito: «Sentirme abogado, estar orgulloso de serlo y disfrutar –y a veces sufrir– con la profesión es algo innato en el abogado vocacional». ¿Ha sufrido mucho?
Hay un porcentaje de sufrimiento pero sobre todo lo que hay es un porcentaje de neguit considerable, continuo de los asuntos en trámite. En pensar las 24 horas del día en las problemáticas diferentes que están en tu órbita profesional.
Me sorprendió que un abogado se siente de una determinada manera según la estación del año. ¿Cuál es su favorita?
La primavera. Porque es el comienzo de la vida, del ciclo y ahí empieza todo: las esperanzas, las ilusiones, las actitudes virtuosas y generosas. Es la base de cualquier ciclo vital del ser humano.
Coincidió en un juicio en Tarragona con Emilio Rodríguez Menéndez, un abogado que ha sido condenado varias veces. ¿Una mala experiencia su encuentro con él?
Fue una buena experiencia porque me vacunó para no tomar la filosofía de abogado que este señor representaba.
También recuerda la figura de Manolita Gómez, a las antípodas de Rodríguez Menéndez, como dice en el libro….
Exacto. En las antípodas totalmente. Él cobra unas minutas oceánicas y no hace nada, y la Manolita resolvía los problemas de los presos gratuitamente.
De Pedrol Rius destaca su oratoria durante una vista oral en la que eran defensores. ¿Aprendió algo de él en aquel juicio por el robo en la propia casa del abogado?
Aprendí dos cosas: qué es el peso específico de un abogado y que hay profesionales cuyo ombligo es el centro del mundo.
«Lo breve dos veces bueno», dice el refrán y recuerda en su libro. Hay muchos abogados que se saltan esta premisa cuando están en un juicio….
Ciertamente. Y así nos va. Quien recibe nuestro mensaje, el juez, tiene diez minutos de atención para nosotros. Más allá de este tiempo se suele desconectar. Por tanto, dale el grano de tu discurso en esos diez minutos porque si le das la paja se la comerá y ya no se comerá el grano.
¿Hay algún momento procesal en que uno se pueda alargar más?
En casos excepcionales, y cuando el guion de defensa lo requiere.
El último Código Penal, el de 1995, ha sufrido unas 25 reformas en este año. ¿Así es muy difícil ponerse al día?
No, no es difícil. El Código Penal es un texto muy concreto y fácil de retener. Las reformas son muy circunscritas a un elemento concreto y sobre la marcha las vas asimilando porque en realidad la abogacía es una profesión en continuo reciclaje. Si no te reciclas, te oxidas.
«Se tiene que ayudar al detenido y a veces a su familia, no solo jurídicamente sino también humana y psicológicamente». ¿Cuántas personas le han llorado sobre su hombro?
En las detenciones se producen momentos de zozobra para el preso y para su familia. La incertidumbre de cuándo saldrás y si saldrás en libertad nubla la vista de la persona. Y por eso, el abogado en esos momentos es cuando más puede ayudar al preso y a su familia. Sobre mi hombro no han llorado, pero con las madres, que son las que están más pendientes de su hijo en el Juzgado de Guardia, hemos tenido momentos críticos para ellos de estos que no se olvida jamás. Y la explosión de júbilo que se produce si el detenido es puesto en libertad.
¿Es difícil ayudar a un detenido sabiendo que es culpable?
En absoluto. Lo que está en el sumario está en el mundo, y lo que no está en el sumario no está en el mundo. Por tanto, aunque uno haya cometido y reconocido un delito se le puede ayudar buscando la pena más pequeña de ese margen punitivo que tiene el Código Penal.
Un detenido en Cambrils, presionado por la Guardia Civil, se confesó autor de varios robos en domicilios. Y después lo ratificó ante el juez instructor. Lo condenaron a 15 años de prisión y usted sabe que era inocente. ¿Es muy frustrante no?
Es de las cosas más frustrantes que he tenido en mi vida profesional. La ratificación ante un juez de una declaración policial significa su corroboración. Es muy difícil después demostrar su inocencia. Es lo que llamamos la «prueba diabólica».
De la detención de personajes públicos la denomina «pena del Telediario» y aboga para que la «detención se realice con la mayor discreción posible y sin menoscabar su dignidad». Veo que está en contra de que salgan imágenes de las detenciones con el imputado.
Naturalmente, bastante pena conlleva la detención como para añadirle la aflicción de que lo vean todos sus convecinos.
¿Hay muchos clientes que le han preguntado «y si marcho al extranjero hasta que el delito prescriba»?
Si, varios. Y a todos les he recomendado que no lo hagan, porque en Derecho Penal español las penas se disuelven como azucarillo en el café y no vale la pena marchar. Es preferible quedarse. Pese a mis consejos, recuerdo a un hombre que había dejado su escopeta a un amigo para cazar y el amigo hizo un atraco y mató a una persona. El cliente fue condenado como cooperador necesario y tomó las de Villadiego contra mi consejo. Otro tanto ocurrió con un británico que estaba en prisión por robo. Cuando salió en libertad provisional a la espera de juicio se marchó a Australia y ya no lo vimos más.
Comenta también que iba de acusación particular contra un político «en las alturas del poder provincial» y que quedó absuelto «tanto él como los de su cuerda» y que a partir de entonces le vetaron. ¿Todavía sigue vigente este veto?
Ha sido siempre.
¿Ve ahora a un juez instructor ir a ver una obra de teatro para ver si se vulneran unos derechos?
Sí, también. Los jueces de instrucción son muy valientes. Y aquella inspección ocular del juez del caso Els Joglars de ir a ver la obra teatral le permitió tomar su decisión en 24 horas. Y dictó al día siguiente auto de sobreseimiento. Desde mi butaca, detrás del juez, vi como él en un primer momento estaba serio, después sonreía, después aplaudía y acabó con el público de pie, aplaudiendo. Lo que él no sabía es que tenía detrás al abogado defensor. Y naturalmente, al ver el comportamiento del juez, su lenguaje corporal, vi que pronto tendríamos el auto de archivo.
Al final del capítulo, como no, habla de la Love Parade, un caso que le ha cambiado la vida, un caso que no lo ha vivido como abogado sino como perjudicado por ser el padre de una de las víctimas, Clara. Deja claro que la justicia alemana le falló. ¿Está esperanzado con Estrasburgo?
De entrada soy consciente que es muy dificultoso porque solo prosperan el uno por ciento de los recursos. Pero particularmente creo que podemos tener posibilidades. Alego cinco derechos humanos violados y si prosperara uno solo se condenaría a Alemania por haber vulnerado los derechos de la familia Zapater Caminal e incluso pido la modificación de las leyes procesales penales para evitar que a los 10 años de un proceso, si no hay sentencia, el proceso se cierre, que es lo que nos ha pasado.
Es una manera de tener el orgullo de haber hecho todo lo posible para hacer justicia.
Exacto. Había una necesidad vital de recurrir hasta la última instancia y de hacer todo lo posible para que no quede impune una acción grave como fue la ratonera de la Love Parade. Se lo debemos a nuestra hija. Cuando el 15 de enero presenté el recurso en Correos para Estrasburgo, después de nueve meses de estudio del caso, mi mujer y yo descansamos diciendo «por nosotros no ha quedado».
En ocho ocasiones ha ido a Estrasburgo.
Después de una sentencia de la Audiencia de Tarragona presenté una demanda ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos y gané. Fue el caso de un accidente de circulación en el que murieron cuatro personas en Amposta. Se le atribuía al marido de mi cliente que conducía el vehículo. Estrasburgo nos dio la razón y condenó a España.
¿Está escribiendo otro libro ahora?
No. Pero lo tengo en mente.
Será una novela, sus memorias....
Memorias no, porque mi vida tiene escaso interés para dejar unas memorias. Será como una novela histórica.