En 22 municipios de la provincia azota la cara más amarga del invierno demográfico: no nacen niños. Ahí están, entre otros, pueblos como Caseres, Bellmunt del Priorat, Margalef, Llorac, La Figuera, Savallà del Comtat, Pradell de la Teixeta, La Pobla de Massaluca o Vinebre. Habría que hacer bastante memoria para recordar el último bautizo en esos sitios. Tampoco es fácil ver chiquillos correteando detrás de un balón ni carritos con bebés. Y una comunión se convierte en un todo un acontecimiento. Otras 18 poblaciones pueden presumir de infancia, aunque sólo sea porque se produjo un único nacimiento en un año. Ahí se hallan núcleos como Freginals, Prat de Comte, Poboleda o Conesa. En 106 de los 184 municipios tarraconenses –el 57%– no se alcanzaron ni los diez nacimientos en un año.
La estadística del padrón continuo a 1 de enero del 2017 corrobora con los números una realidad demográfica preocupante de todos conocida –envejecimiento, despoblación y hasta desaparición de una parte del mundo rural–, y que ya se ha colado en la agenda política y económica como uno de los principales desafíos. La estadística del INE –realizada a partir de los datos de residencia en el municipio y del domicilio habitual facilitados por los ayuntamientos– recoge la información de las personas que están empadronadas, si bien puede ocurrir que alguien mantenga su empadronamiento en el pueblo aunque viva fuera del lugar.
Tarragona no sufre el ocaso demográfico tanto como otras provincias españolas pero sí hay zonas concretas y cada vez más amplias sometidas a él, básicamente en el ámbito rural y en el interior. Hay algunas poblaciones donde la crianza de infantes es, definitivamente, cosa casi del pleistoceno. En La Febró, Forès y Vallfogona de Riucorb no hay censado ningún niño menor de nueve años. Es más: en La Febró hace casi 30 años que no nace un crío, mientras que en Forès y en Vallfogona de Riucorb no hay nadie que tenga menos de 19 años, según los registros del INE.
Forès, donde el último nacimiento fue hace 12 años, también es, con diferencia, el pueblo más envejecido de la provincia. Tiene un 48,9% de personas mayores de 65 años, una cifra que supera con creces a Vallfogona de Riucorb, en segunda posición con un porcentaje de 40,2% y a La Figuera (39,2%), que cierra el podio. En las plazas altas de ese ranking hay localidades más grandes como Bot, con el 38,1% de su censo compuesto por jubilados.
Colldejou es otro de esos municipios donde en 2016, último año contabilizado por el INE, no hubo ningún nacimiento. El alcalde, Jordi Sierra, certifica que en 2017 sí hubo alumbramientos, que igualmente no amortigua la deriva de despoblación. «Es una realidad. En el Ayuntamiento lo notamos incluso cuando hay que sacar algo a concurso público, como la gestión del bar. Antes se presentaban dos o tres propuestas, ahora ninguna», cuenta el edil, impotente ante la situación: «Es difícil plantear iniciativas. La clave para atraer a gente es sobre todo económica y de trabajo. Creo que es una lástima, porque me parece que estamos en un lugar privilegiado: a un cuarto de hora de la playa y a lo mismo del Priorat, que son dos atractivos».
Senan, Torroja del Priorat, La Vilella Alta, La Vilella Baixa, Vallclara, Figuerola del Camp, Els Garidells, La Morera de Montsant y Renau completan la lista de sitios sin un alumbramiento durante todo un año. En algunos casos, esa espera a cobijar la llegada de un hijo del pueblo se prolonga a seis años, en el caso de la Morera de Montsant, o de ocho si se trata de Llorac, un pueblecito que no llega al centenar de habitantes en la Conca de Barberà. Es la muestra de que esta dinámica se ceba con todo el territorio: desde la Terra Alta hasta la Conca, pasando por el Priorat. Sólo se salvan las comarcas costeras.
Más viejos... pese al inmigrante
Si cotejamos las cifras en el tiempo, los tarraconenses nos hemos envejecido con rapidez: dejamos el siglo XX con 39 años de media y en poco más de tres lustros superamos los 42. Y eso que hemos contado con la población extranjera, cuya juventud ha contribuido a matizar nuestra vejez ‘in crescendo’. Sin el apoyo de la lozana emigración, nuestra edad en 2018 se eleva hasta los 43,9 años de media. Esa cifra contrasta con la edad media de los foráneos residentes aquí: 34,7.
El sociólogo tarraconense Francesc Núñez, profesor en la UOC, cree que el proceso de despoblación rural es irreversible: «Es algo que viene de hace mucho tiempo, incluso de siglos, y va ligado a la modernidad, a la revolución industrial. En las ciudades es donde se concentra la vida económica y también la del ocio».
El resurgimiento puntual de algunos pueblos es sólo limitado y poco relevante, al menos demográficamente: «Hay un retorno al pueblo pero no como lugar para vivir, sino como segunda residencia, como lugar de ocio donde la gente busca tranquilidad y tiempo libre, pero no por razones económicas. Los trabajos del campo no son necesarios ni rentables».