Alcover homenajea a Joan Martí Alanis, su obispo más ilustre

Tres ponencias ponen de relieve la gran actividad diplomática de quien fuera copríncipe de Andorra

09 junio 2019 17:19 | Actualizado a 11 junio 2019 16:57
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o fue un acto litúrgico, aunque el lugar en el que se organizó tenía su miga: antigua residencia de monjes, es un rincón de referencia cultural en la provincia de Tarragona donde artistas procedentes de todas partes del mundo se acobijan a espaldas del trasiego contemporáneo para moldear sus obras maestras con la tierra de sus paredes renacentistas. Ese es el Convent de les Arts de Alcover, un espacio de refugio para todo creador que el pasado viernes albergó, tras siglos sin hacerlo, a una nutrida representación de la catolicidad, en esta ocasión para rendir el único tributo dedicado hasta el momento al que fuera obispo de Urgell y copríncipe de Andorra durante 31 largos años, el milanense (de El Milà, municipio que se encuentra también a poca distancia de las faldas de la Serra de Prades), aunque alcoverense de adopción, Joan Martí Alanis (1928-2009). 

La temática de esta jornada, que caviló las ondas cualidades de este «hombre de Estado», calificación usada por algunos de los ponentes que se dieron cita (entre ellos, el autor de esta noticia), merecía hacer pleno en número de asistentes, y el pueblo respondió. Enfrascado en las fiestas que decenalmente brinda a su patrona, el Convent alcoverense fue testigo del venerable recuerdo que se tienen de la persona que cocinó la Constitución Andorrana en 1993, y ello sirvió para ofrecer una imagen de Martí Alanis que parece haber cuajado estos últimos lustros: la de alguien que antepuso la persona que era «hombre de leyes y libre al mismo tiempo», a tenor de su ahijado, el sacerdote y presentador del acto Jordi Figueras, a sus magnanimidades políticas y eclesiásticas. 

El jurista leridano Nemesi Marquès (también sacerdote) y el montblanquense Ramon Viñas fueron invitados para la ocasión por sus funciones de delegado personal y colaborador del copríncipe, respectivamente, y ofrecieron suculentas experiencias vividas durante décadas a la sombra de uno de los hombres más reputados del siglo XX andorrano.

Por otra parte, una de las conferencias rememoró la estrecha vinculación entre el prelado tarraconense y su hermano Antonio, nacido en Alcover en 1931 y observado como uno de los cerebros más descollantes en el ámbito de la investigación cervantina del último siglo. Desde su posición de profesor universitario en Canadá tras colgar los hábitos como jesuita, este otro Martí Alanis, quizá menos conocido que el anterior, fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura Menéndez Pelayo en 1972, que obtuvo mediante su trabajo de doctorado en la Universidad de Barcelona.  

Una mente humilde y sensata

De un recóndito rincón del Alt Camp con olor a arpillera y árboles de secano salió un escuálido Joan (Francesc, de segundo) Martí Alanis, primogénito (tuvo dos hermanos menores) de un ingeniero industrial convertido en campesino y granjero por convicción moral que convirtió a su ama de llaves y criada, diecisiete años menor que él, en su mujer. Un argumento de telenovela que comenzó en una finca de Alcover, Mas de Bessó, donde la única forma de sobrevivir por aquel entonces era a raíz del ganado que podía alimentarse y las avellanas cosechadas en otoño. 

Aparte de esto, la familia alquiló otra vivienda en el pueblo vecino, El Milà, para recibir mejores prestaciones sanitarias por el nacimiento de su hijo Joan; las matronas atendían a domicilio y debían irse a buscar en carruaje a otra localidad cercana a pocos días de dar a luz. 
Con el paso de los años, una vez ordenado capellán, en 1951, ya vendría su paso como estudiante, profesor, director, predicador del Evangelio y copríncipe por Salamanca, Montblanc, Tarragona, la Seu y, finalmente, Andorra. Pronto estuvieron a su cargo unos Marquès y Viñas, ambos puntales de envergadura en su empresa andorrana, que vieron en Martí Alanis a un hombre que permaneció lejos de la pomposidad que su cargo podía engendrar, incluso impeliendo el primer encuentro conocido entre dos copríncipes –el sacerdotal urgelense y el presidente galo, en este caso Georges Pompidou–, después de ocho siglos de mandato compartido. De hecho, desde su residencia aneja al Palacio Episcopal de la Seu (no quiso residir en él como le correspondía), vivió y manufacturó con la ayuda de unos no siempre dispuestos presidentes de Francia (a excepción de François Mitterrand) el levantamiento democrático de Andorra, hasta ese momento un lugar «trasnochado y mal gestionado», como reconoció abiertamente uno de los ponentes. 

El territorio zanjó así una de las deudas pendientes que tenía desde hacía años con su hijo adoptivo junto con su legado. Diez años después de su fallecimiento, se erige una nueva oportunidad para que pueda ofrecerse mayor cobertura, con este y demás actos, al personaje y a la persona, al obispo y al hombre que convirtió Andorra, con su güito a cuestas y su estatura menina, en algo más que un simple lugar de paso entre España y Europa.  

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