La voz de Carmen suena firme, jovial y alegre al otro lado del teléfono. «Soy una persona feliz y mientras viva intentaré disfrutar lo máximo posible, pero no voy a vivir a toda costa y el final, el punto de inflexión, llegará cuando vea que ya no voy a poder disfrutar más». Ese punto de inflexión ya ha llegado a la vida de Carmen (nombre ficticio), que a sus 49 años, con tres hijos, y tras más de dos décadas sufriendo una enfermedad degenerativa que le provoca intensos dolores y un deterioro físico, de la movilidad y de la capacidad de autonomía, ha solicitado la eutanasia.
A Carmen, que actualmente vive en Galicia, le diagnosticaron con 23 años esta patología autoinmune que a día de hoy la mantiene postrada en la cama. Ha perdido autonomía y sólo puede realizar acciones muy básicas. Mientras, el dolor le acompaña durante todo el día. Cuando el año pasado el Congreso de los Diputados dio luz verde a la ley de eutanasia, ella ya había tomado la decisión. «La idea pasó por mi cabeza hace cinco años», explica. Entonces, la eutanasia no era legal y Carmen intentó quitarse la vida, pero fracasó. En ese momento, se despidió de su familia. «Hablé con ellos, fue todo un proceso, un proceso largo... pero ese proceso ya está hecho, así que no necesito volver a hacerlo. Mi familia sabe que en cualquier momento esto puede suceder», comenta.
Hace un año, cuando la ley entró en vigor, Carmen habló con su médica de cabecera para solicitar la eutanasia. «Fue incómodo, también para la doctora. Nada fluido, bastante raro, muy rápido... y ella dio una opinión negativa y denegó la petición». Asesorada por la asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD), Carmen redactó entonces una reclamación para presentar ante la comisión gestora, que en el plazo estipulado por la ley resolvió asignarle otro médico responsable, «muy diferente a la primera doctora», con lo que el proceso desde entonces también ha sido muy distinto. El nuevo facultativo le ha propuesto probar con un tratamiento paliativo, el más novedoso que existe para su enfermedad y que recibe desde el mes de enero sin notar mejoría. «Estoy como con la medicación anterior. Era previsible, yo me lo esperaba porque ya he probado muchos tratamientos, pero era algo que tenía que hacer». Así, su solicitud de eutanasia se encuentra ahora «pausada» a la espera de completar el tratamiento. «Éste es el último recurso y la forma de no dar ningún argumento más para denegar mi petición. En ese momento estoy».
Pero Carmen lo tiene claro. «No encuentro otra solución. Cuando uno no puede valerse por sí mismo, con un grado de dependencia del 90 % y vive con dolor constante, crónico, es muy duro y difícil de llevar... Para mí la eutanasia supone un descanso, es lo que necesito después de tanto tiempo». Explica que su enfermedad es tan imprevisible que no sabe cómo va a despertarse al día siguiente. «No puedo permitirme estar tan mal», relata. A Carmen le gustaría morir sola, pero sabe que eso no será posible. La ley obliga a que haya un médico presente, así que imagina que será en su casa, tranquilamente y con el personal sanitario básico. «No sé si quiero que esté mi familia, sería cuestión de hablarlo, pero no tengo problema en estar sola», asegura. Y es que no le tiene miedo a la muerte. «Al contrario, creo que será una liberación», pero reconoce que la situación no es fácil cuando tienes hijos pequeños. «Estoy aprovechando este tiempo para prepararnos, despedirnos... como no va a ser una muerte accidental, lo bueno es que puedo prepararme y preparar a los demás y en este proceso estoy».
Sobre el tabú que rodea a la eutanasia, señala que a nadie le gusta reconocer que la muerte va a llegar, «pero es algo que va a pasar y porque lo neguemos no va a dejar de ocurrir». «Es importante transmitir la idea de que no hay que vivir a toda costa. Creo que si no estás disfrutando la vida, no vale la pena». No obstante, asegura que tan respetable es quien decide seguir adelante a pesar del sufrimiento, como quien no, y advierte de que es una decisión dura.