Las elecciones municipales del pasado domingo han volteado el reparto de fuerzas en el Ayuntamiento de Reus. La valoración sobre la nueva composición del pleno depende del prisma del observador, pero a mi juicio tiene una característica poco discutible: es más ilustrativa de la realidad sociopolítica de la ciudad. Otra cosa es que esa realidad nos guste más o menos o nada.
La reflexión viene a cuento de una de las principales novedades del 28-M: la irrupción de Vox en el consistorio, con tres concejales y como cuarta lista más votada, con 3.775 sufragios. El partido de extrema derecha aglutina al electorado más reactivo al proceso independentista y a la inmigración. Que quienes profesan ese credo se hubiesen decantado hasta la fecha por otras siglas, por la abstención o no hubiese alcanzado los votos necesarios para obtener representación municipal, no implica que no estuviese sólidamente implantado en la ciudad. Los resultados de Vox en las últimas generales y autonómicas lo dejaron meridianamente claro, colocándose por encima del PP en ambas convocatorias, igual que ha sucedido ahora.
Y si bien el ultranacionalismo unionista se ha visto avivado en los últimos años como contraposición al procés, el discurso xenófobo ya había obtenido resultados dignos de mención tiempo atrás, cuando Plataforma x Catalunya se quedó fuera del Ayuntamiento en 2011 por sólo un puñado de votos.
Que la extrema derecha haya sido la segunda fuerza en los colegios electorales del Pavelló Olímpic y el Rosa Sensat –en los barrios Fortuny y Sant Josep Obrer– y tercera en el Ciutat de Reus, Salvador Vilaseca y Teresa Miquel –barrio Gaudí y entornos del Carrilet y la Pastoreta–, zonas todas ellas con gran volumen de población de origen extranjero, relaciona claramente ambos fenómenos. El factor inmigración, que hasta ahora jugaba en la sombra, va a entrar en el pleno.
Así las cosas, la mayor disparidad entre el Ayuntamiento surgido del 28-M con las fotografías que proporcionan otras elecciones es la incapacidad de comunes y podemitas de movilizar a sus votantes en clave local.
La abstención y los pactos
¿Se puede dar un alto valor representativo a unas elecciones municipales con el 49,35% participación, la menor desde la recuperación de la democracia? Si tenemos en cuenta que la participación media en los doce comicios locales celebrados en Reus desde 1979 ha sido del 54,75%, la foto surgida del 28-M tiene un valor demoscópico no muy alejado del habitual. La baja movilización que históricamente suscitan las municipales en Reus –siempre por debajo de la media– es un fenómeno pendiente de explicación, especialmente en una ciudad que gusta presumir de tejido asociativo, de sociedad civil, de patriotismo local...
La alta abstención también influye en otros registros. Por ejemplo, que los 8.585 votos logrados por la futura alcaldesa, Sandra Guaita (PSC), sean la segunda cifra más baja obtenida por un ganador de las elecciones, tras los 8.306 de Carles Pellicer (CiU) en 2015.
Curiosamente, lo que ahora vale una victoria, antes era un fracaso, porque ocho mil votos fueron el peor resultado de la antigua Convergència en sus derrotas frente a los socialistas, y también los que obtuvo el PSC cuando perdió el poder en 2011.
Lo más chocante del caso es que los ocho concejales obtenidos por Guaita –sólo uno más que Pellicer en 2015 y 2019– se han traducido en la negociación de investidura más plácida de los últimos tiempos, porque la aritmética convertía cualquier fórmula alternativa en una quimera, dado que requería un pacto de cuatro grupos y cualquier combinación implicaba incompatibilidades manifiestas.
El desenlace estaba cantado y a Guaita le ha bastado con cerrar un primer acuerdo con Ara Reus para desactivar cualquier run-run y llegar al pleno del 17 de junio ya con un socio de gobierno.
Era un paso lógico, dado que la formación municipalista no está condicionada por la convocatoria de elecciones generales para el 23 de julio, y porque Daniel Rubio y los suyos siempre han apostado por facilitar la gobernabilidad. Si bien la decisión de Ara Reus implica dejar de lado a sus hasta ahora compañeros de gobierno, aliarse con un PSC ganador de las elecciones concuerda con su vocación de centralidad.
De hecho, Rubio ha sido el único integrante del tripartito Junts-ERC-Ara que consiguió aumentar votos el 28-M. Un buen resultado que, aunque no le alcanzó por poco para obtener el tercer concejal que esperaban, avala la estrategia y la acción de gobierno desarrollada hasta la fecha.
Y si la investidura de Sandra Guaita como primera alcaldesa de la ciudad se ha resuelto por la vía rápida, la configuración de una mayoría estable probablemente tendrá que esperar a después de las elecciones generales para no afectar a la estrategia de los partidos. Pero todo apunta a que, llegado el momento, la entrada de un tercer socio pueda sustanciarse sin gran dificultad.