«El 7 de octubre de 2021, vinimos a podar y sanear la palmera centenaria del cementerio general de Reus, que el picudo rojo se estaba comiendo: retiramos las partes muertas de la zona superior y aplicamos los productos necesarios para mantenerla viva. A día de hoy, ha logrado brotar, ha generado hojas nuevas y no hemos tenido que talarla; está viva, se ha conservado». Lo explica Josep Oriol Prats (Reus, 42 años), ya con más de dos décadas en el singular oficio de palmerero.
En el Baix Camp, apenas hay «dos o tres chicos» que desempeñen estrictamente su misma profesión y él es ahora el que acumula mayor experiencia.
El histórico ejemplar del camposanto, que alcanza cerca de diez metros y «calculo que podría llegar a 200 años, que serían 20 metros si va a metro por cada diez», representa una de sus recientes intervenciones más particulares y exitosas. Se trata, tal como especifica Prats, de una phoenix canariensis, una variedad propia de las Islas Canarias que estaba afectada por el picudo.
Buena parte de la labor diaria del palmerero, de hecho, se centra en combatir esta plaga que «rompe por completo la estructura de las hojas por donde nacen y cambia totalmente las palmeras, y entonces aparecen estas que vemos por las ciudades tan aplanadas, achatadas, que tienen el ojo –el punto por donde salen las hojas– destrozado».
El insecto «se llama rhynchophorus ferrugineus y es un coleóptero, que no deja de ser como un escarabajo que vuela, pone larvas y esas larvas se comen la zona más tierna de las palmeras, dañan su parte reproductora y, como no pueden regenerarse, entonces mueren», explica.
En casos así, el trabajo de Prats se focaliza en «subir y quitar las partes afectadas o las que acabarían de pudrir la palmera». «Deben tratarse de manera regular y cada vez más porque los productos fitosanitarios disminuyen su potencia», indica. En la ciudad, «hay palmeras en las plazas, en las piscinas...».
Es una profesión de riesgo en la que hay que cuidarse, estar preparado y tener fe
El palmerero no tiene miedo a las alturas. Llega a donde ni cestas ni escaleras pueden. Destaca que, pese a no estar plenamente reconocida, la suya es una profesión «muy cansada y de riesgo» en la que resulta crucial «tener cabeza» y usar «materiales de calidad» para mantenerse durante toda la jornada a gran distancia del suelo.
«En Barcelona he trepado a alguna palmera de 22 o 23 metros y, de hecho, esas suelen ser más duras», señala Prats. En la comarca, «Reus contaba con alrededor 260 phoenix canariensis públicas, pero quedarán menos porque el picudo rojo ha matado a muchas» y, por ejemplo, más hacia la costa, «Salou tenía unas 2.000 o 3.000 y también ha perdido un volumen importante». En este sentido, llama a actuar a tiempo y también a apostar por el talento local.
Las palmeras son para Prats «lo que más me gusta en la vida». ¿Y cómo se inició en esta actividad tan peculiar? «Estudié jardinería y conocí a un hombre de 70 u 80 años que se dedicaba a esto en la comarca, y así comencé», recuerda.
Lo más importante para desempeñar su tarea, dice, es «tener, al final, mucha fe», además de «contar con un físico, cuidarse, que te guste trabajar al aire libre en todas las estaciones y lo artesano, y adquirir formación además de mucha práctica».
El oficio entra en el diccionario de la RAE
La Real Academia Española (RAE) presentó recientemente la última actualización del Diccionario de la Lengua Española, que incluye 3.152 novedades entre las que se encuentran incorporaciones de términos.
Una de ellas corresponde a la palabra ‘palmerero’, que ya se acepta y se define a través de dos acepciones: «Perteneciente o relativo a la palmera» y «Persona que se dedica al cultivo y cuidado de las palmeras». Elche, cuna de los palmereros, reclamaba desde hace años este movimiento. Para Prats, «es un paso adelante en el reconocimiento del oficio».