«Soy una víctima de una persecución política. La Justicia está manipulada. Mi único delito ha sido defender a la Nación». Este es el mensaje que lanzó Donald Trump después de ser acusado de 34 cargos.
Paradojas de la política y del victimismo innato a muchos dirigentes, es la misma idea que defiende la lideresa de Junts, Laura Borràs. Ambos coinciden en presentarse como mártires de una conspiración. Comunista (el expresidente de EEUU) o españolista (la suspendida presidenta del Parlament). Ni uno ni lo otro es cierto. La letanía autocompasiva de Trump convence a sus adeptos gracias a su habilidad para mentir. Borràs, sin embargo, puede citar vergonzosos precedentes.
Ha sido condenada por prevaricación y falsedad documental, es decir, delitos relacionados con la corrupción, no con su papel en el Procés. El problema es que la persecución contra el independentismo por vía judicial, policial y mediática es una realidad.
El ejemplo más claro es la llamada ‘Operación Catalunya’. El españolismo más recalcitrante sirve en bandeja el lloriqueo de Borràs. Vamos mal con políticos que usan sus patrias como arma arrojadiza. Vamos mal con un presidente español al que le sobra soberbia.
Vamos mal con diputados que vomitan odio. Vamos mal con gobernantes que quiebran la separación de poderes. Y vamos mal con jueces que hacen lo mismo y se creen en la «obligación» de gobernar desde sus estrados sin haber pasado por las urnas. Los políticos deben respetar a Montesquieu.Y también los jueces.