Llevabas tantos años enfermo, que me parecía que ibas a durar toda la vida. Porque desde lo más profundo de tus penalidades, siempre sobresalía tu inmenso corazón, que por si alguien no lo sabe todavía, era una auténtica «rotativa» humana. Una máquina de fundar y dirigir periódicos. Siempre desde la honestidad más radical creías en el periodismo comprometido, contrastado y bien hecho. Y hasta tu último suspiro has estado proponiendo ideas para mejorar y sujetar con dignidad la prensa y los medios.
Los que tuvimos la suerte de aprender de la saga de fotoperiodistas y periodistas Pérez de Rozas, en el piso de la «Ronda» de Barcelona, sabemos que aquello fue una oportunidad única de aprender el oficio mejor que en cualquier universidad. Y tú llegaste primero, lo viste claro y supiste empaparte y transmitirlo a por lo menos dos generaciones de periodistas. Tiene mucha razón, Emilio Pérez de Rozas cuando escribe en tu despedida, que eras como el Flautista de Hamelin, «tocaba su flauta, se ponía a caminar y nosotros le seguíamos. Sólo él sabía el destino. Pero le seguíamos porque sabíamos que íbamos a hacer algo grande». Los periodistas «de provincias» como yo, hubiéramos pagado encantados por ser un ratón-periodista más de tu grupo de incondicionales que transitaron contigo del Diario de Barcelona a fundar El Periódico de Catalunya, luego todos juntos a fundar El País Catalunya, para finalmente volver casi todos, de nuevo, a El Periódico. ¡Pero nunca me contrataste, bandido!. Sólo tuve una oportunidad cuando se fundó El Periódico de Aragón y no pudo ser; yo tenía dos niños muy pequeños, un marido y la vida hecha en Tarragona en este Diari desde donde hoy te lloro. Se me pasó aquél hermoso tren. Pero mantuve las orejas alertas y los ojos bien abiertos para aprender todo lo posible de lo que Emilio iba aprendiendo a tu lado y sabía compartir conmigo. He sido muy afortunada de tenerte siempre, más o menos cerca, porque seguramente sin ser muy consciente, has sido maestro de muchos periodistas. Un superviviente de un mundo que se hunde bajo nuestros pies: la defensa de la prensa en papel.
Todavía no me he recuperado de tu discurso en el funeral de Carlitos Pérez de Rozas. Tan grande como un oso y llorando a lágrima viva ante casi quinientas personas, sin pizca de vergüenza. Ante los periodistas y editores más importantes de España. Desde tu enorme humildad, porque todo lo tuyo era grande -incluidos los gritos y palmotadas a tus jefes de sección-; llorabas y llorabas diciendo: ¡Pero ¡cómo es posible que no me haya muerto yo, que es lo lógico, y se nos haya ido Carlitos que casi no le pasaba nada! Y nos contaste un rosario de anécdotas de juventud que acabamos todos con lágrimas emocionadas.
Antonio, casi mejor que no me leas, porque como hombre sabio que eras, me tacharías medio artículo, en tu opinión, «lleno de cagarrutas que no mejoran el texto». Ya lo hará por ti, mi director, Antoni Coll - ¡que también tacha lo suyo!- casi siempre como tú, con criterio. Solo deseo que los jóvenes periodistas que tienen que pilotar la prensa, cuando se dispongan cada día, a construir su periódico, su informativo, su documental, sigan tu consejo eterno: «Venga chicos, ¡vamos a salvar el mundo!».