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¿Y el Rey qué opina de esto?

21 febrero 2023 18:40 | Actualizado a 22 febrero 2023 07:00
Alfredo Ramírez Nárdiz
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Cuentan las malas lenguas (las malas lenguas siempre son las mejores lenguas) que en una ocasión pretérita su majestad la Reina Sofía coincidió en un acto público con el director de cine valenciano Luis García Berlanga y, al encontrarse los dos en un momento determinado sin nadie más a su lado, cruzándose sus miradas en el centro de la elegante recepción oficial, y buscando urgentemente algo de lo que hablar para salir del incómodo silencio, la Reina le preguntó al valenciano que cuáles eran sus aficiones, a lo cual Berlanga respondió, con perfecta naturalidad y plena sinceridad mediterránea, que a él lo que de verdad le gustaba era la pornografía.

Pónganse ustedes en el pellejo de Sofia Schleswig-Holstein Sonderburg Glücksburg, princesa de Grecia y Dinamarca, Reina de España, con una copa de champagne en la mano, un vestido precioso en el cuerpo y, hemos de suponer, una notable expresión de espanto en las delicadas facciones, escuchando a un tipo, con barba venerable, sonrisa traviesa y cara de fumarse un puro, afirmar rumboso que a él lo que le pone son las señoras en porretas porque, mire usted, yo es que soy un erotómano confeso y culpable.

Claro, después de semejante experiencia, ¿qué podía esperarse de la Reina? Pues que no le volviese a dirigir la palabra a ninguno de sus súbditos en su puñetera vida. Panda de salvajes. Brutos. Pervertidos. De-ge-ne-ra-dos. A estas gentes sin desasnar que son los españoles mejor tratémoslos lo menos posible, debió decir inmediatamente a su marido el Rey y a su hijo, el actual Felipe VI.

Conociendo estos antecedentes, este precedente constitucional, podríamos atrevernos a afirmar, se entiende el silencio que nuestro actual monarca mantiene sobre tantas cuestiones sobre las que más de uno le pide, le urge, que tome postura por la salud y el buen desempeño de la patria, siempre y perpetuamente en peligro.

Cada vez más voces demandan que el Rey se tome en serio eso de arbitrar y moderar que dice la Constitución e imponga un poco de orden en el gallinero

Porque no sé si ustedes lo saben, pero con tanta ley del sólo sí es sí, ley trans, ley del aborto, líos en el Consejo General del Poder Judicial, más líos en el Tribunal Constitucional, desaires a Antonio en Marruecos, follones resueltos a pedradas entre narcos y policía en Gibraltar, que si la inflación, que si la malversación, que si la globalización (la de los globos chinos, no la de la economía), encima, los trenes que no entran por los túneles y los tanques para Ucrania que sí o que no..., pues cada vez más voces demandan que el Rey dé un paso al frente, se tome en serio eso de arbitrar y moderar que dice la Constitución e imponga un poco de orden en el gallinero.

A lo cual el Rey da la callada por respuesta. Pero, claro, ¿quién no la daría? ¿Se lanzarían ustedes, si pudiesen evitarlo, a la piscina de tiburones que es la política española? Una sola vez lo hizo, allá por 2017, y aún hay gente que, cuando se acerca por Barcelona, le mira torcido. Así que, oiga, yo mejor no me meto y ya se apañarán ustedes.

Pero, Majestad, que es usted el Jefe de Estado, Capitán General de los Ejércitos, ¿no debería hacer algo? ¿Hacernos saber que no le llena de orgullo y satisfacción el patio de monipodio en el que se está volviendo –aún más– este país? ¿Grabar un mensaje institucional pidiendo un poco de por favor?

Pero nada, el silencio. Como si fuera el personaje de la reina, The Queen, de la famosa serie de televisión, yo no me meto. Lo mío es no tomar partido, apoyar en público al primer ministro haga lo que haga (incluso aunque camine por delante de mí en los actos oficiales) y encarnar la parte dignificada de la Constitución (así decían en la serie, citando a Walter Bagehot). Esto es, ser la personificación y el símbolo del misterio, el encanto y la magia. Pompa y circunstancia.

El Rey calla. Pero, claro, ¿quién no lo haría? ¿Se lanzarían ustedes, si pudiesen evitarlo, a la piscina de tiburones que es la política española?

Mi deber y mi deseo es distanciarme lo máximo que se pueda de lo material, lo pedestre y lo prosaico. Que mancha. O sea, más Palacio de Oriente (¿no se han fijado que con el actual monarca el uso del colosal palacio se ha multiplicado y las ceremonias son ahora mucho más espectaculares y cinematográficas que como eran con su padre?) y menos portadas de los periódicos. Al fin y al cabo, el primero seguirá aquí el siglo que viene y a los otros mañana ya no los recordará nadie.

Así pues, ¿debería el Rey bajar al ruedo y comenzar a arbitrar un poco el tema o hace bien no metiéndose en camisas de once varas? Qué quieren que les diga. Dice el dicho que éramos pocos y parió la abuela. Mejor que la gran abuela constitucional que es la Corona para lo menos posible, desempeñe su rol simbólico (único aceptable en una democracia) del modo más sobrio, sensato y moderado que sea capaz y le dejen y no se mezcle en los desparrames diarios de nuestros nunca suficientemente loados políticos.

Que, para fastidiarnos la vida a nosotros mismos, los plebeyos nos bastamos y sobramos.

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