1¿Cómo podemos vivir con nuestra vulnerabilidad? Esta es la pregunta central del filósofo Todd May en su libro A Fragile Life. «¿Cómo podemos asumir el duelo y el fracaso, las limitaciones físicas y las cicatrices psicológicas, el peso del pasado y del futuro? ¿Cómo podríamos asumirlos sin volvernos inmunes a ellos o sucumbir a las cargas que imponen sobre nosotros? En resumen, ¿cómo podemos aprender a vivir con nuestro sufrimiento?».
2. Tenemos vidas vulnerables. No se trata de que nuestras situaciones particulares nos pongan ante problemas concretos sino de que la propia estructura de nuestra existencia lleva imbricada la fragilidad. No hay vida invulnerable.
3. El filósofo Joan Carles Mèlich habla de una «condición vulnerable» que nos articula y nos hace ser en el mundo. «No hay humanidad, ni inhumanidad, sin estar expuestos a las heridas que nos dejan el sufrimiento, la enfermedad y la pérdida (la muerte de los otros)».
4. Pese a los azotes, ya en el siglo XXI, de la precariedad, la crisis económica, la pandemia, la emergencia climática, el terrorismo o la guerra, nos replegamos en la fantasía de que nuestra vulnerabilidad es puntual, accidental, que nos podemos librar de ella. Olvidamos que nuestro día a día está expuesto a una vulnerabilidad de baja intensidad que no es solo biológica, social o política, sino existencial: nos cansamos, envejecemos, chocamos contra nuestros límites, enfermamos.
6. La vida no es solo sufrimiento pero no hay vida sin sufrimiento. Vivimos a la intemperie. Aceptar esto es uno de los grandes retos del pensamiento contemporáneo.
7. ¿Cómo aceptarlo sin caer en el derrotismo, sin convertirnos en mártires, sufridores o víctimas profesionales? ¿Cómo evitar la tentación de definirnos por nuestro sufrimiento, de creer que es especial, de pensar que este no sólo es inevitable sino necesario, sin engancharnos a nuestras propias miserias?
8. Hay proyectos (filosóficos y políticos) que buscan negar nuestra fragilidad y convencernos de que somos inmunes al mundo. May los llama, en conjunto, «invulnerabilismo», y propone el vulnerabilismo como alternativa. Esta idea no tiene una afirmación central ni un proyecto que la rija: «No hay un modo particular en el que el vulnerabilismo nos pide que seamos, y por lo tanto no nos pide que tomemos ninguna acción particular».
9. El vulnerabilismo rechaza fantasías que nos niegan a nosostros mismos y propone permitirnos ser vulnerables al sufrimiento. Es, por lo tanto, una reconciliación con nuestra condición humana. Nuestra naturaleza es vulnerable nos guste o no, y aceptar el sufrimiento no implica celebrarlo. No implica que siempre estemos sufriendo o que debamos sufrir, sino que estamos siempre expuestos a la posibilidad de sufrir.
10. En La enfermedad y sus metáforas, Susan Sontag escribió: «A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar».
11. Detesto las metáforas bélicas para hablar de la enfermedad pues, sin querer, acaban culpando al que no las supera de su desgracia. De ahí a creer en pensamientos mágicos (que son otra forma de invulnerabilismo) hay un paso. Una enfermedad no es un castigo ni tampoco una batalla ni el resultado de nuestros pensamientos; es, simplemente, una enfermedad.
12. De vez en cuando vuelvo a un texto que Ursula Le Guin escribió ya superados los ochenta, quejándose de esos discursos mediáticos que mostraban ancianos enérgicos, resplandecientes, para los que la edad es sólo un factor mental. El reverso de eso es un pensamiento terrible y cruel: que sólo es viejo el que quiere. La vejez tiene problemas que requieren más un tejido social de apoyo que una actitud individual.
13. Son escritores vulnerabilistas Le Guin, Albert Camus, José Saramago, Kurt Vonnegut, la mayoría de japoneses. No son vulnerabilistas los pensamientos que idolatran el vigor, la juventud, la fuerza. Tampoco los derrotistas. Mucho menos la autoayuda, siempre empeñada en vendernos que todo depende de nuestra voluntad y que todo lo podemos. El espíritu de nuestros tiempos pone un pie en el voluntarismo (serás lo que quieras ser) y otro en el victimismo (eres los agravios que te han hecho); ¿cómo no estar desequilibrados?
14. La fantasía de poder e invulnerabilidad no puede sostener una política ni una ética. Toda manera de vivir (para uno mismo, en sociedad) creyéndose invulnerable está condenada al hundimiento en cuanto asome la primera grieta. En Vulnerabilidad, Miguel Seguró Medlewicz recurre a René Descartes para recordarnos esta verdad tan evidente como ignorada.
15. Una idea recurrente en estudios de discapacidad es que todos somos puntualmente discapacitados: un hueso roto, un dolor de espalda o una infección vírica nos restan, por un tiempo, herramientas para vivir en el mundo y nos hacen necesitar los cuidados de otros.
16. La aceptación de la vulnerabilidad está, para May, más allá del remordimiento o la afirmación. «Estamos indefensos ante un futuro impredecible», afirma, y no podemos saber a ciencia cierta las consecuencias positivas o trágicas de nuestras acciones. Solo podemos aprender a manejarnos con esta ignorancia y actuar sobre lo que podemos controlar y de acuerdo a nuestra situación. Se trata de actuar sin parálisis ni procesos que enmascaren nuestra fragilidad.
17. Leo con interés el blog del escritor Hanif Kureishi, paralizado en una cama de hospital tras un accidente. En él hay humor, rebeldía y fiereza, nunca enseñanzas, nunca ejemplos ni inspiraciones, nunca rechazo a la vulnerabilidad. Leyéndolo, veo una voz vulnerabilista con todo el vitalismo que esta perspectiva ha de tener.
18. Sólo el vulnerabilismo nos permite vivir en la realidad. Contra los males del martirismo, la zozobra teatralizada y la adicción a la tristeza, el vulnerabilismo nos allana el camino para disfrutar de lo que da forma a una vida buena: el humor, la amistad, la bondad, la cultura, el goce del entorno.
19. En Ocurrencias de un ocioso, el monje Yoshida Kenkōescribió un pasaje fantástico: «Le pregunté una vez a un campeón de sugoroku qué hacía para ganar. Él me respondió: ‘Yo nunca juego a ganar, sino que juego a no perder. Piensa en las jugadas que te puedan llevar al fracaso y evítalas. Mueve aquellas piezas que retrasen por más tiempo la derrota’». Algo así sería el vulnerabilismo: aceptar la vulnerabilidad pero amar la vida, intentar frenar y reducir el sufrimiento inevitable, rebelarnos contra la injusticia que produce el evitable. ¿Cómo podemos vivir con nuestra vulnerabilidad? Vivir una vida vulnerable es saber aplazar la derrota.