Y probablemente tú también, pero no entremos en detalles. El caso es que recientes estudios indican que la comprensión lectora de nuestros jóvenes está por los suelos. Que les pones El libro gordo de Petete delante y te preguntan que por qué lado deben empezar a leerlo. Imagina. No hablemos del periódico. Mucho menos de un libro técnico, un ensayo, algo sobre historia, política, ciencia o cualquier materia mínimamente compleja.
Más allá del minuto, minuto y medio, de atención que requiere un vídeo de Tik Tok protagonizado por un mermado haciendo el anormal, el cerebro de nuestra muchachada pasa a modo Homer, con un mono golpeando dos platillos, los ojos perdidos y la sonrisa bobalicona, a poco que les tratas de transmitir cualquier tipo de información que se extienda más en el tiempo.
Todo aquel que se dedique a mi profesión puede certificarlo. Otra cosa es que lo haga, claro. Salir en público y reconocer que los últimos treinta años de pedagogías varias, todo eso de meter las pantallas en clase, abandonar la memorización, olvidarse de la formalidad y la disciplina y, básicamente, dedicarse a jugar a la gallinita ciega, ha sido, por utilizar el tecnicismo académico, un montón de giliflautadas que nos han llevado a criar a nuestros pechos a una generación de idiotas..., eso ya no lo dice todo el mundo tan alegremente como el energúmeno que escribe estas líneas.
Seamos sinceros: nuestros hijos son idiotas. Los tuyos que me lees también. No, tu hijo no es superdotado por ser capaz de evitar que se le caiga la baba, como algún que otro padre ha tratado de convencerme.
Todo aquel de menos de veinticinco años debe ser visto desde la sospecha acerca de sus recursos mentales. Año tras año lo veo en clase. Cada vez son capaces de prestar atención durante menos tiempo, les cuesta más elaborar razonamientos complejos, no les pidas expresarse utilizando una subordinada y no les digas que la yuxtaposición no tiene nada que ver con algo que se haga en la cama, porque colapsan.
Las preguntas de los exámenes deben ser sujeto, verbo y predicado, porque cualquier complejidad, no hablemos ya de un juego de palabras, los bloquea. Y después te lloran y te protestan y se quejan y no comprenden por qué suspendieron, porque a su cada vez más menguada mente unen una infinita incapacidad de sobreponerse al fracaso, una absoluta inhabilidad para procesar el fallo sin echar la culpa a nadie que no sea, como hace la gente hecha y derecha, a sí mismos.
Podría decirse que qué podíamos esperar de los hijos de la generación del bakalao, de los que pasaron los ochenta y noventa empastillados, de unos padres que ya apuntaban maneras, nosotros mismos, mi generación blandita de hombres de cuarenta años con pantaloncito corto, videoconsola retro y camiseta de niño de quince años que se deja barba para parecer más adulto, cuando ni ellos mismos se lo creen. ¿Qué se puede esperar de una generación hueca, como la nacida entre finales de los setenta y los ochenta, sino tener hijos imbéciles?
Podría haberse esperado algo mejor, sin duda, pero a las limitaciones de los padres se unieron tres décadas de pedagogos con la cabeza en Marte y una entera sociedad más preocupada por no llorar al ver una foca bebé acuchillada por un esquimal, que por darse cuenta de que, si abandonas a tu prole a una pantalla y sólo te comunicas con ellos para preguntarles qué quieren cenar, después no debes sorprenderte que, cuando llegan a la universidad, sus profesores se pregunten si de verdad lo que tienen entre manos son jóvenes adultos o un grupo de niñatos malcriados, analfabetos y, encima, profundamente vanidosos y convencidos de ser la última coca cola del desierto a golpe de tanto elogio, alabanza y premios por participar que les han dado desde que tienen uso de razón.
Pues esa generación va camino de incorporarse al mercado de trabajo, amigos. Dentro de poco serán los arquitectos que construirán sus casas hipotecadas, los médicos que les operarán el hígado cirrótico, los constitucionalistas que les dirán que pasarse la Constitución por el forro porque así lo quiere la mayoría es muy democrático y chachi.
Después vendrán los tarados de algún que otro partido ultra y dirán que no a los inmigrantes. Por favor, sí a los inmigrantes, digo yo. Sí a la inteligencia artificial. Sí a Skynet y al día del Armagedón, si nos libra de semejante recambio generacional. Si nos salva de nosotros mismos y del fruto de nuestro fracaso. De nuestro desastre.
De gente que dijo qué malos fueron nuestros viejos, los que ya casi se mueren, y como contraste se abandonaron ellos al friquismo y a sus hijos a la nada, a la pantalla, al sentimentalismo de un vídeo de treinta segundos, un tutorial de dos minutos, una maldita civilización de cuatro palabras y tres mal escritas.