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Soberbia generacional

21 octubre 2023 19:30 | Actualizado a 22 octubre 2023 14:00
Dánel Arzamendi
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El pasado fin de semana, mientras conducía, estuve escuchando por la radio una interesante tertulia en la que participaban diferentes personas vinculadas con el mundo del teatro. Comentaban la situación del sector, los últimos estrenos, los proyectos en los que estaban involucrados... Se percibía buen humor y el ambiente era muy cordial y relajado. Todo era buenrrollismo y desparpajo hasta que al moderador se le ocurrió sugerir que un personaje de la obra en la que participaba una de las intervinientes, que supuestamente es un ‘bueno’ en la trama, quizás debería ser considerado un abusador verbal por la forma en que se dirigía a su pareja. Y ahí cambió todo.

En efecto, la temperatura del estudio pareció descender diez grados de forma fulminante, y desde ese momento todos echaron el freno de mano. Se acabó la conversación distendida. Estábamos jugando con fuego millennial. La cadencia se volvió más pausada, el timbre más grave, el vocabulario más solemne.

Una misma expresión, que hoy podría entenderse como síntoma de una mentalidad contraria a nuestros principios fundamentales, no debería enjuiciarse con el mismo rasero en un contexto temporal y cultural totalmente diferente

Resultaba evidente que, a partir de ese instante, cada palabra era medida con precisión nanométrica, ante el riesgo cierto de ser arrojado a la hoguera mediática por no mostrarse suficientemente ardoroso en la condena de cualquier atisbo de micromachismo heteropatriarcal.

Algunos de los participantes, sin ganas ni necesidad de meterse en un jardín repleto de espinas, se adhirieron complacientemente a la tesis del periodista, que básicamente consistía en juzgar las frases de aquel personaje con la mirada actual, pese a que la obra en cuestión se escribió hace casi un siglo.

Sin embargo, un par de osados tertulianos intentaron matizar estas valoraciones, sugiriendo casi de puntillas que la sensibilidad ante estas cuestiones había cambiado significativamente con el paso del tiempo. Plantearon como ejemplo diversos personajes literarios, que iban desde Shakespeare hasta Mercè Rodoreda, para argumentar esta razonable postura.

Una misma expresión, que hoy podría entenderse como síntoma de una mentalidad contraria a nuestros principios fundamentales, no debería enjuiciarse con el mismo rasero en un contexto temporal y cultural totalmente diferente. A pesar de la ponderación de este tipo de comentarios, cada intervención a favor de una interpretación ajustada a cada época era precedida de forma metódica por un prudente «que conste que yo no estoy justificando nada». Cota de malla.

Sin duda, la obsesión por juzgar el pasado con baremos éticos actuales favorece este tipo de situaciones. Se desprecia, incluso se condena, aquello que hicieron o dijeron nuestros antecesores, gracias a lo cual hoy hemos llegado precisamente a donde estamos. La soberbia generacional que subyace a la cultura de la cancelación revisionista, y que frecuentemente suele esconder una profunda ignorancia, parece no tener en cuenta que una valoración descontextualizada de las palabras y actitudes de todos aquellos que nos precedieron arrojaría un resultado devastador.

Asombra comprobar el delirio de este adanismo moral, que es capaz de reprochar la mentalidad de quienes pusieron los cimientos del modelo de convivencia que precisamente hoy se intenta presuntamente defender

Apenas podríamos contar con los dedos de una mano los personajes históricos, muchos de ellos admirables, que aprobarían sin matices semejante examen. Asombra comprobar el delirio de este adanismo moral, que es capaz de reprochar la mentalidad de quienes pusieron los cimientos del modelo de convivencia que precisamente hoy se intenta presuntamente defender.

Porque, en el fondo de este movimiento, emerge la íntima convicción de que nuestra generación es éticamente superior a cualquier sociedad precedente. Somos mejores que nadie y nos subimos al púlpito de la corrección política para impartir lecciones a diestro y siniestro sin rubor alguno.

Mucho me temo, desde mi punto de vista, que la realidad sea totalmente la contraria. Porque una época que se desentiende del contexto para enjuiciar y condenar moralmente a las personas que vivieron en un entorno completamente diferente demuestra una falta de empatía brutal.

¿Eso significa que la ética es algo totalmente relativo? En absoluto, por lo que respecta a los principios. Pero la forma en que dichos valores se concretan en cada época cambia de forma inevitable. Y eso no significa que unas personas sean mejores que otras, sino simplemente que vivieron en circunstancias temporales y culturales diversas. Y ahora ya me pueden arrojar a la hoguera.

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