Mi amigo Maurici me decía que no hay mayor separatista que quien desde afuera separa a los catalanes. Esto podría aplicarse a los que hablan de una Catalunya dividida, cuando España anda partida en dos desde hace más de un siglo, como ya decía Machado, un anticatalanista a quien desde aquí ayudamos a huir de Franco.
Viene esto a cuento del discurso repetido por Sánchez de que ha conseguido «pacificar» Catalunya, o de Feijó que denuncia una división de la sociedad catalana. Son gente que o no pisan la calle de nuestras ciudades y pueblos o están mal informados o tienen un manifiesto cinismo al mentir sin un rictus que los delate.
Tengo la manía de salir a la calle, hablar con gente de toda condición y escuchar. Y veo un gran respeto entre todas las personas en este pequeño país llamado Catalunya. No escucho discusiones ni frases airadas, ni entre amigos ni entre gente dispar. En bares y restaurantes he tenido la extraña casualidad de no haber presenciado discusiones políticas. Pensamos diferente unos y otros –por suerte- pero creo que nos entendemos bastante bien.
Sin embargo, cuando me conecto a la televisión, no escucho –en boca de los políticos, es cierto- más que ofensas inaceptables entre ellos, delictivas muchas veces, que llegan al «hijo de puta» oído de una lider contra el presidente de Gobierno. Esa misma señora remató días después su escalada verbal acusando al actual Ejecutivo de gobernar «con criminales». Esta es alguna de la gente que se preocupa por si en Catalunya andamos a la greña.
Mírense al espejo, salvadores de la patria y verán cuántos años lleva España dividida en dos, sin apenas un par de mayorías absolutas que duraron cuatro años en cuarenta años de democracia. Mírense y verán que unos y otros han gobernado en debilísimas mayorías de componendas, que se abroncan en el mismísimo Congreso día sí y día también.
España no sólo está dividida, está enfrentada, al borde de la violencia. La incontinencia verbal que nos rodea es, como ha escrito John Carlin, «escupir sangre». Así van las cosas entre los que quieren salvarnos a los catalanes.
Déjennos en paz que sabemos muy bien cómo convivir. Dejen que nuestros periódicos sigan siendo ejemplos de ecuanimidad y convivencia, déjennos prosperar a nuestra manera. Y si tanto se preocupan por nosotros, equilibren las balanzas fiscales, que aquí vamos muy apretados y no nos gusta esa frase tan manida del «de tanto que te quiero, te aboñigo».