Pues sí, mi coche es un diésel del año 2005. En este mundo de friquis en el que vivimos creo que eso me hace estar apenas un par de escalones por detrás de Charles Manson, el butanero de Hitler y Osama Bin Laden. Todo tiene explicación, por supuesto. Cuando volví de mi estancia caribeña de casi una década y me reincorporé a la universidad necesitaba con urgencia un vehículo, no andaba muy fuerte de efectivo y me ofrecieron de segunda mano un coche que dos años más tarde me sigue ofreciendo un muy buen servicio. Tristemente para la ecología, la ecosofía y su ecomadre, es un coche viejo, que contamina y que, según me ha dicho mi confesor, el Padre Karras, cada vez que lo cojo, un demonio sumerio se apodera del alma de una adolescente virgen. Con los inconvenientes y el cargo de conciencia que eso me genera, como se pueden ustedes imaginar.
Pero es lo que tiene el mundo moderno. Según se ve, los coches de combustión son un desastre y están provocando el cambio climático. Gasolina o diésel, todo es malo y se vuelve imperativo transformar nuestro parque móvil en uno electrificado que no contamine y nos permita salvar el Planeta. La UE se ha fijado como fecha el ya casi inminente 2030 y todos los fabricantes se apresuran a sacar sus modelos eléctricos tan pronto como pueden. El problema es que los coches eléctricos no son una perita en dulce y plantean toda una serie de problemas. El primero y más obvio es que son caros de narices. No los encuentras de segunda mano y nuevos te cuestan bastante más que uno de combustión. Con lo que aquellos de nosotros que no tenemos treinta o cuarenta mil euros entre los cojines del sofá o en el fondo del bolsillo de la americana, no podemos pasarnos a la modernidad de la noche a la mañana como se nos exige.
¿Se exige? Y tanto que sí. Métase usted en Barcelona, por ejemplo, con mi vieja carraca diésel, a ver si puede y le dejan. Sólo puedo entrar los fines de semana y de noche. Y en nada será así en todas las ciudades y pueblos de más de veinte mil habitantes. Con lo que, si su coche es carraquil como el mío, más le vale revisar todos los bolsillos de sus americanas a ver si encuentra unos euritos para el eléctrico. Dicho así puede resultar gracioso, pero en un par de años, insisto, la prohibición se extenderá a casi todos los núcleos de población. ¿Podrá todo aquel que necesita el coche cambiar el suyo viejo por uno nuevo? Los que viven en un pueblo y bajan a la ciudad a trabajar. Los que trabajan a domicilio. Los que cargan materiales y herramienta. ¿Se imaginan a todos esos autónomos –electricistas, fontaneros, pintores– que a duras penas llegan a final de mes comprándose la furgoneta eléctrica bajo amenaza de multa si entran sin permiso en las zonas de bajas emisiones?
Pues que vayan en transporte público. Sí. Claro. Por supuesto. Porque, como bien es sabido, nuestro transporte público es tremendamente eficiente. Y puntual. Y llega a todos los municipios y barrios. Y es sumamente cómodo si eres un albañil manitas a domicilio y tienes que cargar dos sacos de veinte kilos de cemento más la herramienta. ¿No sería más lógico mejorar primero el transporte público y después exigir a los ciudadanos que se cambien de coche? Pues no. Eso sería demasiado lógico. Lo que vamos a hacer es dejarles sin transporte privado y amontonarles en un transporte público escaso y de mala calidad.
Y todo esto sin entrar en cuestiones del tipo de: muy bien, no contaminan circulando, ¿pero contamina su fabricación que requiere abrir en canal la tierra para encontrar las tierras raras de las que están hechos? Quizá de lo que vaya el coche eléctrico sea de limpiar las ciudades de los países ricos y enmierdar un poco más los lugares de los que se extraen sus componentes; más, ¿hay ya suficientes puntos de carga? Si tienes un chalé posiblemente tú si tengas tu punto privado, pero, ¿y la gente que no tiene un chalé? Para ellos no hay tantos; ¿Y hay fábricas de baterías eléctricas en Europa? ¿Y yacimientos del litio que necesitan estas baterías? Resulta que tanto las unas como el otro están casi todos en China. Con lo que dejaremos de depender de las petromonarquías y pasaremos a hacerlo de una dictadura totalitaria. Jugada maestra, burócratas.
El paso al coche eléctrico es una maravilla para los que no necesitan el coche y para los que tienen un buen sueldo y ahorros para comprárselo. Para el resto, discúlpenme que lo diga así, imponerlo bajo amenaza es una ocurrencia de chupatintas desconectados de la realidad y con bastante más ideología que sentido común. Es el tipo de estropicio que sucede cuando de verdad crees que la ingeniería social mejora las cosas. Cuando te dejas llevar por las buenas intenciones y no te das cuenta del pifostio en el que nos estás metiendo.