El seguimiento del comportamiento electoral es un ámbito de estudio muy interesante y que implica tener en cuenta diversos factores. Expondré algunos datos a considerar para realizar dicho seguimiento.
El primero de ellos es la volatilidad del voto, y hace referencia a votantes que realizan una elección diferente a la de la anterior elección. Es algo más complejo que lo que comúnmente se denomina trasvase de votos, pero ese trasvase es la pieza fundamental para explicar la volatilidad. Pues bien, desde las elecciones del 2004 ha habido en España dos procesos electorales con una gran volatilidad, superior al 20%: las elecciones generales del 2015 y las elecciones generales de abril del 2019. Por poner un referente, entre las elecciones del 2004 y el 2008, la volatilidad del voto fue de 1,84%.
¿Qué tienen en común estas dos citas electorales para presentar tan elevada volatilidad? La fuerte irrupción de dos fuerzas políticas que contribuyeron a acabar con el sistema de bipartidismo imperfecto. En las elecciones del 2015, el protagonista indiscutible fue el actual Unidas Podemos y en las elecciones de abril de 2019, el protagonista fue Vox.
Lo interesante a destacar es que esta volatilidad se debe prácticamente en su totalidad a lo que llamamos volatilidad intra-bloques, es decir, al trasvase de votos de izquierda entre opciones de izquierda y al trasvase de votos de derecha entre opciones de derecha, y muy poca variabilidad se achaca a trasvases de electorado entre bloques de opciones ideológicas.
Pero la incertidumbre electoral no solo se debe a la existencia de un mayor número de actores políticos electorales. Hay otros factores que influyen y que son relativamente novedosos por lo que respecta al comportamiento electoral. En los barómetros mensuales del CIS incluimos la pregunta si la persona tiene clara la opción de votar a un partido o si duda entre varios partidos. Pues bien, en el acumulado de los barómetros de enero a septiembre de este año, el 38,3% dicen dudar entre dos o más partidos a la hora de emitir el voto. Es decir, un porcentaje que seguramente decidirá el voto en los últimos momentos de la carrera electoral.
Y al respecto, esporádicamente también incluimos otra interesante pregunta que tiene que ver con el momento de decisión del voto. Un 59,8% lo decide mucho antes del inicio de la campaña electoral: son los votantes más ideológicos, los que tienen más clara su adscripción. Pero, atención, un 11,3% lo decide al comienzo de la campaña electoral, un 15,8% en la última semana de la campaña, un 4,4% durante la jornada de reflexión y un 4,5% el mismo día de la votación. O lo que es lo mismo, un 24,7% decide su voto durante los días previos a la cita electoral.
Es por ello que las campañas electorales siguen siendo tan importantes, no porque la gente tienda a seguirlas con detalle, sino porque el último tramo de la campaña se ha vuelto muy decisivo: si un candidato o candidata se equivoca o tiene un golpe de gracia, es muy probable que tenga consecuencias directas sobre el voto de las personas indecisas y que deciden su voto a última hora y entre varias opciones políticas.
Lo curioso del caso es que cuando preguntamos a la ciudadanía sobre si las campañas electorales influyen mucho, bastante, poco o nada en su decisión, la inmensa mayoría responde que apenas influye. Quizás estemos ante un claro ejemplo de respuestas que se conducen por la deseabilidad social, parece que no queramos reconocer esa capacidad de influencia que ejercen los medios y otros agentes como ahora las redes sociales en nuestras decisiones.
Otro elemento que introduce incertidumbre en el seguimiento electoral es la disponibilidad que tiene la ciudadanía a votar, que la medimos con una escala del 0 al 10 donde el 0 representa con toda seguridad que no irá a votar y el 10, con toda seguridad irá a votar. Este indicador presenta una considerable variabilidad dependiendo del tipo de elección (municipales, autonómicas, generales y europeas) y también a lo largo de un ciclo electoral, dependiendo de la denominada mayor o menor desafección de la ciudadanía.
Pues bien, todos estos factores se tienen que tener presentes a la hora de comprender el sentido del voto de la ciudadanía, además de otros. No necesariamente tiene que ser negativa la incertidumbre electoral, sino que probablemente refleja sociedades más pluralistas y más informadas, en las que aparecen continuamente nuevas opciones electorales para determinados nichos electorales. Aunque sean pasajeras y sin continuidad en el tiempo, muestran la complejidad social. Y, en consecuencia, y como correspondencia a esta complejidad, estamos inmersos en un ciclo en el que las alianzas postelectorales son y seguirán siendo la forma en la que mejor se expresará la diversidad electoral de la sociedad.