En nuestra sociedad prolifera sobre todo la buena gente. Pero también gente que nos amarga la vida y gozan con ello. Son los abusadores (sociales o políticos), los aprovechados los que se creen listos y burlan el respeto y la ley, y otras especies, entre las que figura la del perfecto imbécil. Todos tienen mucho de estúpidos aunque se crean geniales. El genio es para los creativos, los que de la nada hacen o inventan cosas maravillosas, y suelen ser discretos y humildes.
El imbécil es el idiota o necio, es decir el que anda corto de mollera e impone su cortedad intelectual creyéndose inteligente. Y, así, se ríe de los demás cuando debiera llorar de sí mismo. Es un tipo que no aporta nada a la sociedad pero blasona de tener la solución para salvar al mundo.
Suele ser holgazán porque por poco que haga, cree que hace más que un batallón de trabajadores. Piensa también que el mundo es injusto con él pues merece mayor reconocimiento a sus habilidades e ideas macarrónicas. Se mofa del que trabaja y piensa que burlar la ley es una astucia que pocos tienen. El dinero es para él, aunque no lo alcance simplemente por un golpe de mala suerte o «porque no me interesa tanto». Desprecia a quien lo gana honradamente pues eso de la honradez no va con él, y es de los que gobernaría el mundo como un salvador de la humanidad, porque los demás “no entienden” como ha entendido él la clave de la vida.
El imbécil se retuerce en bares de mala calaña, está a la espera de compartir la mesa con algún ingenuo para demostrarle que él sí que sabe vivir. Si puede, no paga el café, porque esas minucias no van con su altura de miras. En fin, un ser despreciable si no fuera porque en general los demás son caritativos o no les gusta buscarse problemas.
El cielo nos libre de ese tipo de individuos que se reproducen con extraña fertilidad. Que en la otra vida no demos con ninguno de ellos porque nos gustaría ser felices y no tan merecedores de tamaño castigo.
Sí, hay perfectos imbéciles que escriben en diarios, llenan las redes con mensajes y pretendida sabiduría y salen en televisión porque son famosos y son famosos porque salen en televisión. Ahí están, como penitencia a lo que no hemos hecho. Inmerecida penitencia mientras ellos jamás están contritos. Debiéramos tener el coraje de decirles a la cara «pero, hombre, ¿no te das cuenta de que eres un perfecto imbécil?» aunque sirviera de bien poco porque tienen algo de indestructibles.