Lo de Djokovic empieza a ser bochornoso. Sus abogados informaron ayer que el tenista pidió la exención médica para vacunarse y poder disputar el Open de Australia porque se contagió de Covid el pasado 16 de diciembre. Hasta ahí algo más de luz sobre algo de lo que podría haber informado antes. Pero resulta que las hemerotecas han confirmado que al día siguiente, asistió a la entrega de premios de la Federación de Tenis de Serbia y que a Djokovic se le vio en todo momento sin mascarilla y sin guardar distancia social, pese a encontrarse en espacios interiores.
Es decir que si su defensa alega con tanta precisión la fecha en la que se contagió o incluso en el caso de que ese día lo que estuviera esperando fuera el resultado de las pruebas que confirmaran el contagio, el serbio no dudó en acudir al citado evento sin la menor reserva ni precaución ante el resto de asistentes.
La dimensión pública del tenista número uno del mundo es tal que debería tener sentido de ejemplaridad y transparencia. En la actual situación de fatiga pandémica y de dificultades derivadas de la misma solo nos faltaba un espectáculo así para enervar más los ánimos y, lo peor, alentar a los antivacunas. Es la ciencia la que nos puede sacar de la emergencia sanitaria y no el fanatismo, la soberbia y el victimismo exagerado de estos días de Djokovic.