Escuché ayer como un hombre le decía a otro en una conversación de bar que «si quieres que llueva, solo tienes que sacar un paso de Semana Santa a la calle». Sí, parece que siempre llueve en esta festividad.
Lo saben bien esos cofrades que se preparan con especial ilusión para participar en las procesiones y ven todo su gozo en un pozo, al quedarse compuestos y encerrados en la iglesia. Imposible no emocionarse ni sentir empatía hacia esos hombres y mujeres de todas las edades con la cara llena de lágrimas de frustración porque otra vez las precipitaciones les han impedido cumplir con una tradición para la que en algunos casos se preparan durante todo el año.
Tampoco los hoteleros ni restauradores se llevan bien con las lluvias típicas de este periodo vacacional, causa de tantas cancelaciones y cambios de planes. Toda esta presión hace que ser meteorólogo en Semana Santa sea una de las profesiones menos envidiadas.
Es verdad que los avances tecnológicos han favorecido los aciertos en las predicciones, como lo es la cautela con la que aún se enfrentan a las previsiones en días tan señalados. Nada que ver con el ímpetu y la seguridad mostrados por su colega Eugenio Martín Rubio en enero de 1967, cuando anunció por televisión que si al día siguiente no llovía se cortaría el bigote.
Pues aquella jornada los elementos se aliaron de tal forma que no cayó ni una gota en todo el país. Y el pobre Eugenio apareció en pantalla sin su característico bigote. Pues sí, es bastante habitual que llueva en Semana Santa –ya se sabe aquello de en abril, aguas mil–.
Pero ni siquiera con la falta que hace llueve a gusto de todos. «Sí, sí, tiene que llover, mucho. Pero, ¿tiene que ser siempre en Semana Santa?», ilustraba el parroquiano del bar. Ojo, no se olviden del paraguas.