Trump es un síntoma, no el mal en sí. Una secuela decadente, no la causa de la decadencia política y cultural. Su antagonista Biden también, por más que sus fans lo consideren un emblema de regeneración democrática. La nueva guerra de Secesión americana acaba de empezar. La fractura social es inmensa. El asalto al Capitolio es uno de los episodios más grotescos de este conflicto. En los grandes movimientos de la historia hay siempre diversas explicaciones, y conviene elegir la más vasta. Ahora me parece difícil. Cuando me siento desorientado, recurro por instinto a Wikipedia. Es un camino laberíntico a la sabiduría en este tiempo oscuro y convulso. Me entero ahí, por azar, de que la cantante Dua Lipa ha llamado «terroristas» a los okupas capitolinos y se dispara en mí, de inmediato, el ansia de conocimiento. Profundizo. En plena perplejidad, descubro una crónica de lo sucedido en el mitin donde Trump alentó a la furiosa multitud a oponer la violencia al fraude electoral perpetrado por los demócratas.
El delirio conspiranoico de los fanáticos me conduce a otro enlace incitante. Lo pincho y emerge un escaparate con una oferta abrumadora de teorías de la conspiración. La mayoría de estas facciones de extrema derecha se movilizan contra la implantación del nuevo orden global fomentado por élites económicas que, ironías de la historia, aspiran a imponer el comunismo ateo en suelo americano. Para la extrema izquierda, en cambio, la única conspiración real es la del capitalismo contra la democracia, para hacerse aún más fuerte, con una economía más neoliberal y una política más conservadora. Leo con estupor los prolijos argumentos de sus portavoces y me sumo poco a poco en la incertidumbre. La misma conspiración diabólica persigue fines distintos según la interprete un profesor universitario de cepa marxista o un pirado de la pradera revestido con pieles de bisonte. Esta conspiración fantasma, concluyo, quizá solo exista en el cerebro de los asaltantes y los líderes irresponsables que los instigaron a hacer mucho ruido político con su furia impotente. Tanta información intoxica. La democracia tiene demasiados enemigos. Algún día todos se pondrán de acuerdo en matarla como a Julio César. Cuidado con los idus de marzo.