País de listos

Mientras algunos padres gastan el dinero en lujo, otros evitan vacunar a sus hijos sin coste alguno

19 mayo 2017 22:26 | Actualizado a 22 mayo 2017 14:33
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Tenía que pasar, estaba cantado. Si una serie de padres irresponsables se dedican a no vacunar a sus hijos están jugando a la ruleta rusa no sólo con la salud de éstos, sino con la de toda la comunidad. Su grado de fanatismo entra en la patología cuando, a pesar de las consecuencias letales para Pau, el niño de Olot fallecido por difteria, los grupos antivacuna siguen negándose a asumir la dramática realidad. Sus peregrinas e irracionales teorías deberían contárselas a los pobres padres de Pau, que habrán de convivir el resto de sus vidas con el horror de esta tragedia, y convencerles de que al no vacunar a su hijo actuaron correctamente. Que en pleno siglo XXI asistamos a este debate es descorazonador, evidenciando una vez más que el progreso humano no es lineal sino el resultado de avances y de retrocesos que amenazan con retrotraernos a la barbarie. Las ciencias sociales han demostrado reiteradamente a lo largo de la historia humana que no hay teoría, creencia o ideología que por irracional, estúpida o absurda que sea, carezca de seguidores. Precisamente se atribuye a San Agustín la frase: Credo quia absurdum, esto es, creo porque es absurdo, pues es propio de la fe el creer sin necesidad de comprender. Cuestionar los avances que la medicina y la investigación médico-farmacéutica han representado para la salud y la vida humanas, -junto con la mejor higiene y alimentación-, erradicando enfermedades mortales y alargando la esperanza de vida de las personas, en base a oscuras teorías de la conspiración, entran de lleno en lo irracional, sembrando dudas sobre la eficacia de las vacunas y su supuesta peligrosidad –la medicina es la primera en reconocer y advertir de los efectos secundarios de cualquier medicamento, el riesgo cero no existe-, junto a la acusación de que todo es un inmenso complot entre intereses políticos y de la industria farmacéutica para aumentar sus beneficios a base de medicar innecesariamente a la gente.

Así, tenemos la trágica paradoja de que mientras la sociedad gasta alegremente su dinero en ropa y zapatillas deportivas de marca o en toda clase de gadgets electrónicos para sus hijos, que enriquecen, y mucho, a los que producen dichos bienes, después algunos padres mal informados y manipulados por grupos y organizaciones de indocumentados supuestamente cultos y modernos, evitan vacunar a sus hijos sin coste alguno para sus bolsillos y con grave riesgo para su salud y su vida -como por desgracia se ha evidenciado-, para evitar que la industria farmacéutica se enriquezca, pues estos genios de la antivacuna han descubierto que esa industria hace negocio. ¿No es un comportamiento penalmente punible negarse a vacunar a sus hijos para evitar que las farmacéuticas hagan negocio? ¿No hace negocio todo el mundo que se ganar la vida produciendo bienes y servicios? ¿O es que hacer negocio u obtener beneficios es un delito sólo en el caso de la industria farmacéutica? Intentar ilustrar a estas mentes precarias sobre los costes de la investigación, a veces durante años, hasta que se produce –y no siempre- un avance o descubrimiento que salva vidas, es un esfuerzo inútil. Por supuesto que pueden existir tratamientos médicos científicamente cuestionables, o que donde intervienen grupos políticos y económicos poderosos se puede generar corrupción e intereses espúreos en absoluto motivados por el bien de la humanidad, pero nadie puede poner en duda que gracias a la medicina y en especial a las vacunas, -y esto son hechos, no opiniones-, se han erradicado terribles enfermedades seculares y mejorado la salud, la calidad y los años de vida de los afortunados que vivimos en el mundo desarrollado, así como de los habitantes del tercer mundo en cuanto estos avances llegan a ellos. Muchos de los que leen estas modestas líneas seguramente ya no estarían entre nosotros si no fuera por los progresos de la medicina.

Mucho de lo ocurrido tiene su origen en el bajo nivel cultural de nuestra población que la hace vulnerable a la manipulación de cualquier charlatán pseudocientífico. Bastará recordar, como ejemplo, que hace dos meses una encuesta oficial ponía de manifiesto que el 25% de los españoles creen que es el Sol el que gira alrededor de la Tierra, a lo que añadiremos lo denunciado recientemente por Umberto Eco sobre los contenidos problemáticos de las redes sociales: «El drama de Internet es que ha promovido al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad. Las redes sociales le dan derecho de palabra a legiones de imbéciles que antes hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la colectividad”, y ese es el problema, el daño irreparable.

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