Normandía, Mostar, Ucrania: El pacifismo ante el dolor de la guerra

Una responsabilidad del pacifismo es leer y aprender sobre guerras, genocidios y regímenes totalitarios (el Holocausto, Camboya, Ruanda, los Balcanes, Siria, el Holodomor en Ucrania, el gulag, Corea del Norte… las opciones, por desgracia, nos superan)

17 marzo 2022 09:10 | Actualizado a 17 marzo 2022 09:19
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1. Me cuentan mis sobrinas que su profesora de Historia, al llegar al tema de la 1ª Guerra Mundial, rompió a llorar y les dijo que ella era pacifista, que no le gustaba la guerra y que ese tema no lo podía dar.

No cuento la anécdota como hoja de reclamaciones sino porque ilumina algo urgente que me pregunto cada día: ¿qué es ser pacifista? ¿Y qué responsabilidades tiene el pacifismo ante la realidad?

2. Alguien compartió hace unos días en su muro de Facebook un texto del Bulletin of the Atomic Scientists (que llevan décadas luchando por el desarme nuclear) y una americana contestó:

«No sé dónde he estado, creía que las armas nucleares habían sido desmanteladas… Supongo que Estados Unidos sigue teniendo, ¿verdad?». Seguro que a su profesora no le gustaban las bombas atómicas.

3. Estoy convencido de que la mayoría de los civiles que sufren las guerras son pacifistas y preferirían hablar de otra cosa. Por desgracia, aquello de lo que no se habla no desaparece.

Con once años, mis padres aceptaron comprarme Diario de Zlata, el testimonio de una niña de mi edad, Zlata Filipović, durante el asedio de Sarajevo. Zlata tenía una vida muy similar a la mía antes de las bombas, los francotiradores y los muertos.

Con ella experimenté de forma vicaria aquello que en la tele parecía lejano e incomprensible y vi el día a día del horror. Y comprendí pronto algo que muchos, empeñados en hacer la vista gorda o en comentar la guerra como si fuera una partida de Risk, no quieren asumir: las guerras las viven personas reales.

4. Es una perogrullada pero se olvida pronto. En Ante el dolor de los demás, Susan Sontag se preguntaba si las imágenes de atrocidades nos hacen más empáticos, si los que no han vivido esos horrores pueden imaginar las experiencias que retratan.

Y aunque sus conclusiones no son muy optimistas, apuesta por seguir mostrándolas.

5. Hablaba hace poco con A. de nuestros respectivos viajes a Normandía y de cómo, cuando uno se encuentra frente a las marcas de un morterazo en un búnker o al interminable cementerio en Colleville-sur-Mer, la 2ª Guerra Mundial deja de ser algo de libros y documentales.

Pasó de verdad. Fue algo enorme, inconcebible, y pasó de verdad. Aunque nuestra amiga profesora se niegue a contarlo.

6. No he estado en Sarajevo (todavía). Sí viajé a Mostar con B., que tenía motivos personales para ir: su padre estuvo en la ciudad con los Cascos Azules.

A mí, empeñado en visitar museos del horror como Auschwitz o Hiroshima, Mostar me parecía un símbolo por ese puente que vemos en todas las fotos, destruido por la guerra y levantado una vez más con la paz, pero también un lugar que conectaba imágenes televisivas de los 90 con la realidad.

Además del puente visitamos su museo del genocidio y un cementerio en el que las mismas fechas se repetían lápida tras lápida: 1992, 1993.

Y por toda Bosnia encontramos agujeros de balas y mortero, paredes derruidas, destrucción preservada tan intacta que parecía que la guerra no hubiera acabado nunca. Golpes de realidad como preguntas que no podemos ignorar.

7. Mientras leía Diario de Zlata, yo, que me supe objetor de conciencia antes de saber dónde estaba Normandía, entendí que nunca usaría el pacifismo como excusa para la pasividad. No se puede ser pacifista sin aceptar que la barbarie puede volver en cualquier momento.

Que los derechos y la civilización no siguen una lógica irreversible de «pantalla superada». Que, como dijo Kissinger, la comunidad internacional puede estar fácilmente a merced de su miembro más despiadado.

El pacifismo requiere plantearse con honestidad una pregunta que, en caso de no saber responder, nos incapacita para funcionar como adultos: ¿cómo ser pacifista en un mundo en el que existen agresores que no lo son?

8. La respuesta ha sido siempre la misma: con justicia. Creyendo en los puntales que nos hacen vivir razonablemente bien: la compasión, el estado de derecho, la división de poderes, la convivencia, las libertades individuales, el diálogo entre dialogantes, la tolerancia entre tolerantes, el rechazo al que quiebra esas reglas, el muro de contención ante los matones.

Ningún tirano se apacigua cuando se le deja hacer. A los que nos repugnan las armas y nos alegra vivir en culturas de paz no se nos puede olvidar esto. Ante aquel que ataca sin provocaciones, ignora el derecho internacional y bombardea hospitales y escuelas, el pacifismo ha de fundamentarse y aceptar que se encuentra en un momento trágico.

9. La filósofa Martha Nussbaum habla de «decisiones trágicas» y no se me ocurre ninguna mayor que la respuesta a una guerra: «cuando detectamos un conflicto trágico no nos resignamos sin más: nos preguntamos cuál es la mejor intervención posible de cara a crear un futuro en el que las personas no tengan que seguir enfrentándose a esa clase de elección».

10 . Ante el dolor de los demás hay que escuchar. Una responsabilidad del pacifismo es leer y aprender sobre guerras, genocidios y regímenes totalitarios (el Holocausto, Camboya, Ruanda, los Balcanes, Siria, el Holodomor en Ucrania, el gulag, Corea del Norte… las opciones, por desgracia, nos superan).

Es un deber moral conocer la Historia de las decisiones trágicas pasadas para anticipar las futuras, evitarlas en lo posible y saber responder en caso de que se den.

11 . Hay que recordar, como avisa Camus, «el testimonio de lo que fue necesario hacer y que sin duda deberían seguir haciendo contra el terror y su arma infatigable, a pesar de sus desgarramientos personales, todos los hombres que, no pudiendo ser santos, se niegan a admitir las plagas y se esfuerzan, no obstante, en ser médicos».

12 . Y tenemos que escuchar sobre todo las historias personales, no por sentimentalismo sino para dotar de verdad al continente de las imágenes.

Seguí la guerra de Bosnia con Zlata y ahora, de adulto, sigo a ucranianos como la violinista Vera Litovchenko (@veralytovchenko en Instagram), que esta misma mañana se grabó tocando junto a cristales rotos en su piso de Kharkiv.

13. Nadie quería una guerra en Ucrania. Se puede ser cínico y teorizar sobre poderes económicos y geopolítica, pero la realidad es que a los poderes contemporáneos (no a los megalómanos pre-modernos) les gusta la estabilidad tanto como a la población, aunque sea por motivos diferentes, y que toda discusión que no parta de realidades tangibles es escurrir el bulto de una decisión trágica.

14. El otro día pasé una hora intentando explicar a mis sobrinas los Convenios de Ginebra, la Corte Penal Internacional, el Derecho Internacional o la Declaración Universal de Derechos Humanos. Yo también soy pacifista y tengo ganas de llorar pero así no se apagan las decisiones trágicas.

No sé cómo responderemos a ésta (aunque apostaría por una combinación de ayuda al que ha decidido defenderse, sanciones para debilitar al que ataca y un “puente de plata” diplomático para animarle a parar) pero sí sé cómo aspirar, una vez salgamos, a un futuro sin decisiones trágicas parecidas: desarme nuclear, más derecho internacional y enseñar Historia a los que tendrán que decidir en el futuro.

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