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29 marzo 2025 20:52 | Actualizado a 30 marzo 2025 07:00
Àurea Rodríguez
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El otro día leí un informe sobre innovación de una conocida organización en el que había un par de autores que estoy segura de que ellos no habían escrito lo que dice allí porque, en un caso, era un fragmento de un informe y en el otro, era un documento interno de una organización de la cual conozco al autor y el documento. En definitiva, alguna persona los había escrito por ellos, aunque su nombre era el que figuraba. ¿Qué diferencia hay entre esto y que lo escriba una inteligencia artificial (IA)?

La autoría, ese halo de autenticidad que tradicionalmente se atribuía al genio individual, se ha ido diluyendo en un contexto en el que discursos, informes y hasta tweets/posts en redes sociales son a menudo el resultado de colaboraciones –y a veces delegaciones– tan habituales como polémicas ya sea a un subordinado o a una IA.

¿Acaso creemos que Elon Musk escribe sus tweets? Es más, resulta cómico imaginar que tras cada tweet se esconde un equipo de redactores o, en el futuro, una IA incansable que, sin pausa ni café, nos sorprende con su ingenio.

La magia está en cómo usamos estas herramientas. Ahora, el valor intelectual también reside en los prompts o comandos que le damos a la IA. De momento, el pensamiento humano sigue siendo el primero y el fundamental o como mínimo hasta que las IAs empiecen a tomar decisiones por sí mismas. No basta con dejar que la máquina haga el trabajo; es la capacidad de formular preguntas precisas, de diseñar instrucciones creativas y de interpretar los resultados lo que determina el éxito de la colaboración. Esa chispa original –esa capacidad de transformar una idea vaga en una pregunta poderosa– es el verdadero motor que impulsa la innovación.

La delegación –ya sea a personas o a máquinas– no borra la importancia del pensamiento humano. Al contrario, nos reta a ser más precisos, más creativos

La delegación, ya sea de una persona o de una máquina, no es un fenómeno nuevo, sino una evolución de prácticas que han permitido a diferentes perfiles mantener su presencia en los medios de comunicación sin tener que ser ellos mismos el motor creativo. Lo que hoy se debate con la IA es una extensión natural de lo que ya hacíamos en el mundo humano. La diferencia radica en que, mientras en el caso de los ghostwriters existe al menos un autor humano ‘detrás de la cortina’, la IA actúa sin conciencia, sin intención y sin un yo que reclame reconocimiento. Esto nos obliga a reconsiderar la esencia de la creatividad y a replantear si lo que valoramos es el proceso de generación o el resultado final.

Si pensamos en esto, lo que distinguirá a un buen autor en la era digital es la habilidad para orientar y aprovechar la tecnología. Es decir, mientras la IA se encarga de procesar y generar contenido, el ser humano sigue siendo quien marca la dirección, quien da el tono y quien evalúa la profundidad del mensaje. El asistente que tomaba notas, el redactor, el bibliógrafo, el documentalista, todo en uno.

En este sentido, en el próximo congreso de la economía catalana junto con el economista Oriol Amat, proponemos el concepto de Talento Interior Bruto como la capacidad de aprovechar lo mejor de ambos mundos: la eficiencia de la inteligencia artificial y la creatividad y el criterio del pensamiento humano y esto tanto a título individual como colectivo, las regiones se medirán en el futuro por esta capacidad de amplificar las capacidades humano-máquina.

Si bien el sistema tradicional del copyright y la autoría se basa en la figura del creador individual, la realidad actual nos muestra que el proceso creativo es cada vez más colaborativo incluso humano-máquina, aunque distinguiría la colaboración de plagio porque los derechos de autor deben preservarse. Así, aunque la firma en un informe o un tweet pueda no reflejar la autoría directa, lo verdaderamente valioso es la idea detrás del mensaje y por ello debemos distinguir la delegación de la falsificación o el márquetin.

Los verdaderos mensajes llegan de lo autentico y como dice mi madre se coge antes a un mentiroso que a una IA aunque es posible que hoy en día nuestro autor favorito sea una IA o como mínimo delegada. Es en el arte de preguntar, de dirigir y de interpretar donde reside el auténtico genio.

En definitiva, la delegación –ya sea a personas o a máquinas– no borra la importancia del pensamiento humano. Al contrario, nos reta a ser más precisos, más creativos y a reconocer que el verdadero talento interior se mide por la capacidad de extraer el máximo potencial de estas nuevas herramientas aunque siempre con valores. Porque, al final, lo esencial es saber escuchar el mensaje, reírnos un poco de los misterios detrás de cada autor y, sobre todo, poner en valor ese toque humano que transforma una simple delegación en una oportunidad para innovar y generar ideas genuinas.

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