Mal, muy mal

Las consecuencias de la irresponsabilidad de la mayoría las paga un inocente y esforzado personal sanitario que comienza a estar harto de tanta entrega provocada por la irresponsabilidad generalizada
 

02 enero 2022 07:12 | Actualizado a 02 enero 2022 09:52
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No hay excusa, lo hemos hecho, lo hacemos y lo seguiremos haciendo mal, muy mal. Si el coronavirus se expande a velocidad de vértigo, no es tanto por su facilidad de contagio, sino en especial por el pésimo comportamiento humano, en Catalunya, en España, en Europa y en casi todo el planeta.

Este virus que nos acosa y nos pone en ridículo a todos, incluidos algunos laboratorios, ha evidenciado que, en general, somos malos ciudadanos y que tal vez no tenemos remedio. Y no cabe la excusa de decir que el ser humano es imperfecto y que como tal se comporta, con defectos. A esas excusas se les puede replicar que por lo menos debiera haber intentos de mejora.
Seamos sinceros. En nuestro entorno, muchos bares y restaurantes no piden el pasaporte covid, muchas salas de fiestas y conciertos aceptan que la clientela vaya sin mascarilla y se apelotone para bailar, y sobre todo, la gente se arrima a desconocidos en cualquier parte y en especial en colas de espera, sin mantener una prudente distancia de seguridad. 

Añadamos que hay casi un veinte por ciento de la población que ni se ha vacunado ni piensa hacerlo, porque saben más que nadie, que es la mejor forma de definir a un ignorante. Es gente que argumenta que teme los efectos secundarios de la vacuna, pero cuando están en la UCI no preguntan por los efectos secundarios de la medicación que les salva la vida. A ese tipo de gente la definía muy bien una canción de Ornella Vanoni: «Estúpidi!» Somos los principales culpables de la pandemia que –dicen los fatalistas– acabaremos pasando todos. De momento, pretendo ser la excepción, sin desear ser modélico. Y puedo manifestar que no cuesta tanto mantener distancias, ponerse una mascarilla y ser prudente. Es la demostración del respeto que merecemos todos, base de toda convivencia. Lo contrario es como vivir en una jungla y demostrar que tanto el egoísmo como la desconsideración hacia los demás a menudo no tienen límites.

Las consecuencias de la irresponsabilidad de la mayoría las paga un inocente y esforzado personal sanitario que comienza a estar harto –y con razón-  de tanta entrega provocada por la irresponsabilidad generalizada y, en especial, porque hay políticos que toman el tema para sus batallas, descalificaciones y ridiculeces. No hemos escuchado a ninguno de ellos de hacer un pacto de emergencia para tomar decisiones conjuntas entre Gobierno y oposición, todos a una, para no sembrar más confusión en un tema que es bastante más importante que los intereses de partido. Pésima lección la de algunos líderes y peor ejemplo.

Tendríamos que avergonzarnos todos de cuanto nos está ocurriendo. Aquí y en Pernambuco. Hemos perdido la fe no ya en los políticos, sino incluso en los científicos, y hemos creado una sociedad occidental en la que cada ciudadano se cree mejor y más listo que los demás, no siente la necesidad de aunar esfuerzos y le crece  día a día un egoísmo que, como vemos, nos destruye.
Lo hemos hecho mal, seguimos en esta línea y nos falta la sensatez para analizarnos y decir que o enmendamos estas actitudes o este virus, como símbolo del futuro, hará más estragos que una guerra.

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