En 2014 una película cambió para siempre la visión que teníamos del espacio, los agujeros negros y también la física. Esa película es Interstellar, el film del multipremiado director Christopher Nolan, creador de grandes títulos como la espectacular Oppenheimer o la sorprendente Origen. Interstellar narraba la historia de Joseph Cooper, un granjero que trabajó como astronauta de la NASA, y que se veía envuelto en un viaje casi sin retorno con el fin de salvar a la humanidad de la degradación ambiental que aquejaba a la Tierra.
Nolan se rodeó de expertos como Kip Thorne, y que fue uno de los ganadores del Nobel de Física en 2017. Por eso todo lo que ocurre en la película no es por casualidad, todo tiene una explicación científica, y eso es lo que la hace tan apasionante. Revisarla es una excusa ideal para hablar de teoría de la relatividad de Einstein, agujeros de gusano, dilatación temporal y hasta los viajes en el tiempo. Y también como no de la física cuántica.
Erwin Schrödinger y Werner Heisenberg son dos de los padres de la física cuántica. Afirmaron en el primer tercio del siglo XXI algo asombroso en ese momento. Decían que a nivel microscópico, las partículas pueden existir en varios lugares a la vez y atravesar las barreras de energía como fantasmas que se desplazan a través de paredes sólidas.
No era solo una teoría, se hizo realidad con la invención del transistor, el láser, el GPS o la resonancia magnética, entre muchos otros logros. Esta fue la primera revolución cuántica. Pero ahora en 2024 volvemos a vivir una nueva era en este sentido. ¿Pero por qué decimos que esta nueva revolución cuántica nos cambiará la vida? Pues porque nos ayudará, por ejemplo, como alerta temprana de terremotos o erupciones volcánicas, o bien podrá crear imágenes cerebrales que podrían dar información vital para detectar enfermedades como la demencia o el cáncer en fases muy iniciales. Las capacidades tecnológicas permitirán tener relojes atómicos mucho más exactos que los actuales, o sistemas GPS con una precisión asombrosa.
Para que lleguemos a eso todavía quedan unos años. Eso si, la revolución cuántica ya es real en el sector de la informática. Los tradicionales bits se convierten en bits cuánticos o también llamados cúbits. Esta tecnología permitirá poco a poco que nuestros ordenadores con los que trabajamos cada día se conviertan en una piedra del Pleistoceno en comparación a lo que ya se está creando. Será como pasar de ir a caballo a conducir un coche de carreras. Y es que los ordenadores cuánticos serán capaces de realizar tareas totalmente imposibles para la informática clásica.
Es un terreno muy goloso y las grandes empresas están muy al día. Compañías como Google, IBM, AWS, AQT o IonQ siguen avanzando cada día que pasa en esta revolución que está pasando muy desapercibida. Por ejemplo IBM está construyendo un ordenador cuántico 200 veces superior a su procesador más potente. Todas estas corporaciones están haciendo pruebas con ordenadores cuánticos que son capaces de realizar cálculos a velocidades vertiginosas y de manera simultánea, superando por mucho a los sistemas de procesamiento tradicionales. China y Estados Unidos son las dos grandes potencias que están dedicando más recursos al desarrollo de la computación cuántica, pero Europa también está contribuyendo con avances muy significativos.
Si esto se hace realidad, Internet puede alcanzar unas velocidades increíbles gracias a la tecnología cuántica. Eso sí, serán necesarias autopistas de transmisión de datos más rápidos y que tienen que dejar, por ejemplo, el 5G en un juego de niños. La pregunta es, ¿estaremos preparados para aplicar esta tecnología? ¿Habrá división mundial entre las naciones que inviertan en ello y las que no? ¿En qué grupo de los dos estará nuestro país? Seguiremos informando.