Hace dos años un tipo intentó dar un golpe de Estado en Washington disfrazado de bisonte. Hace un mes, un aristócrata segundón de fular y pañuelito en el bolsillo, agente de la propiedad inmobiliaria y al parecer nostálgico de Bismarck, intentó dar un golpe de estado en Alemania para restaurar el Segundo Reich.
Hace dos días, cientos de brasileños en bermudas y camiseta trataron de dar un golpe de Estado en Brasil e incluso ocuparon las principales instituciones. Se grababan ‘videoselfis’, se tiraban por las mesas, ondeaban las banderas como si Neymar hubiera marcado gol.
Todo tiene un aire cutre, como de despedida de soltero que se desmanda. Lo de Tejero fue también una majadería, pero al menos había una cierta escenografía y un par de tanques desfilando por Valencia. Sobre el 23F Javier Cercas escribió un novelón y hay algún documental estimable, pero estos últimos episodios no van a dar ni para una serie adolescente de tontainas.
Los ultras brasileños entraron en el Congreso como los niños se meten en una piscina de bolas
El domingo los ultras brasileños entraron en el Congreso como los niños se meten en una piscina de bolas y todos ellos (los trumpistas, los del alemán zumbado, los bolsonaristas) dan la sensación de haberse escapado de un frenopático. Como pueden ser peligrosos, sería buena idea meterlos a todos en una isla (propongo las Malvinas) y que gocen ahí de sus conspiraciones. Bajo el reinado de Heinrich XIII Reuss, con el del bisonte de primer ministro y los brasileños organizando la economía y el equipo de fútbol. El paraíso terrenal, oiga.