Hay imágenes que estremecen tanto que se convierten en un símbolo, como lo fue la de aquel niño de tres años, Aylan, ahogado en una playa cuando huía de la guerra en Siria.
Una de la invasión de Ucrania que quedará grabada en la memoria colectiva –la publicaron todos los medios, también el Diari, en su edición del lunes– es esa foto que muestra a una maleta huérfana al lado de los cadáveres de unas personas que nunca alcanzaron su destino. Y esas personas tenían nombre y apellidos, familia, una vida.
Eran Tatjana Perebeynos, una mujer de 43 años, y sus dos hijos, Miketa y Alisa, de 19 y 18, y huían del horror con sus maletas y sus dos perros hacia el puente de Irpin, que nunca cruzaron; a falta de unos metros, un proyectil ruso frustró cualquier esperanza de salvación: alcanzó la zona por la que transitaban y segó la vida de los tres y la del joven Anatolij, que caminaba junto a ellos.
Sus muertes han dejado solo al padre de familia, Sergyi, que lo ha perdido todo y no encuentra consuelo. «Perdóname, no os protegí», escribió afligido apenas un día después de la desgracia en su perfil de Facebook.
La explosión fue grabada por Dubchak, colaborador de The New York Times, quien lo compartió en redes sociales para tratar de identificar a los fallecidos. Pocas horas después, la madrina de Miketa y Alisa, quien les esperaba en un búnker, se puso en contacto con él para preguntarle, entre lágrimas, si habían sufrido. ¿Cómo no iban a hacerlo? Todos estamos sufriendo por tanta barbarie.