La declaración de Schrödinger

Esta semana hemos recibido una sobredosis de procesismo en estado puro: sí pero no, dije hoy pero será mañana, es A pero lo llamo B

15 octubre 2017 14:47 | Actualizado a 15 octubre 2017 14:50
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Ya son casi las seis de la tarde. El acontecimiento tan esperado por unos (y temido por otros) me pilla haciendo gestiones por el centro de Tarragona. Las calles están casi vacías y el mundo parece haberse detenido. Millones de personas han conectado con el Parlament a través de diferentes medios: televisiones, radios, móviles… En mi trayecto sólo he visto un grupo de personas medianamente numeroso: los policías nacionales que vigilan el exterior de la comisaría central en la plaza de Orleans. Se aproxima un hito histórico que será recordado durante décadas: ¿dónde estabas tú cuando se declaró la independencia?

Llegan noticias de Barcelona: Puigdemont pide que el pleno se retrase una hora. Los nervios afloran y se multiplican las teorías. Algo está sucediendo pero nadie sabe identificarlo. Una marea de incondicionales se ha concentrado junto al Parc de la Ciutadella para celebrar la declaración (y de paso, para evitar que los exconvergentes se bajen los pantalones en el último momento). A las siete de la tarde me acerco a la cafetería de un hotel, pido un cortado y contemplo a través del smartphone la entrada del President en la sala. Comienza a hablar, consciente de que todos los catalanes le están observando con el corazón en un puño. Escuchan cada una de sus palabras con ilusión, con miedo, con devoción, con desprecio, con euforia, con inquietud… Depende del cristal con que se mire. Los empleados del establecimiento se arremolinan alrededor de un pequeño televisor.

Del ‘Independence day’ al bluf

Después de un largo (larguísimo) preámbulo, Puigdemont enfila el momento cumbre. Afirma con voz solemne que asume los resultados del referéndum del 1-O. La adrenalina se desboca. Independence day. ¡Lo va a hacer! Los congregados junto al Arc de Triomf notan cómo se les eriza el vello de todo el cuerpo. Tocan la república con las yemas de los dedos. Y de pronto… bluf. El president solicita la suspensión de la declaración. ¿Cómo? ¿Suspensión? ¿Qué declaración? ¿Me lo he perdido mientras parpadeaba?

La marea humana que seguía el discurso desde el barcelonés paseo de Lluís Companys comienza a disolverse. Caras desencajadas, miradas perdidas, gestos de decepción. En Tarragona, el personal del hotel vuelve a sus tareas con cierta estupefacción y alguna risa mal disimulada.
Los discursos continúan. Inés Arrimadas, descolocada y sin reflejos, lee el texto que tenía escrito como si no hubiese presenciado lo sucedido. Miquel Iceta da muestras de mayor talla parlamentaria poniendo en evidencia que allí no se ha proclamado nada. Esta optimista perspectiva resulta esperanzadora de cara a la posible apertura del diálogo institucional, una tesis también defendida por Lluís Rabell. Poco después volvemos a padecer la penosa oratoria de Xavier García Albiol, un tipo a quien el puesto le queda paradójicamente muy grande, especialmente en los tiempos que corren.

Desde Barcelona han dejado las puertas abiertas y en Madrid parecen correr vientos de reforma constitucional. Ya era hora

Sin embargo, la intervención más esperada es la de Anna Gabriel. La portavoz de la CUP pronuncia un discurso suave en las formas, aunque deja claro que las palabras del President no eran las deseadas. Las juventudes cupaires fueron más explícitas en su crítica: «Estamos asistiendo a una traición inadmisible. Se respira rabia e indignación. ¿Millones de personas heridas para esto? No tenéis vergüenza, Junts pel Sí». La piña independentista comienza a resquebrajarse, aunque los anticapitalistas aceptan a regañadientes una suspensión temporal antes de que el Govern proclame la independencia de forma indubitable. Tic, tac, tic, tac…

Poco después conocimos la existencia de una declaración de independencia pactada y explícita, aunque el President se negó en el último momento a leerla en el pleno. De ahí el receso de una hora. Supongo que algún día sabremos qué sucedió entre las cinco y las seis para que se abortara la proclamación. Eso sí, minutos después los diputados secesionistas firmaron el texto originario de forma testimonial y extraparlamentaria (un documento sin ninguna validez institucional y que ni siquiera registraron en la cámara) con el probable objetivo de calmar a los más exaltados.

Sobredosis de procesismo

En definitiva, esta semana hemos recibido una sobredosis de procesismo en estado puro: sí pero no, dije hoy pero será mañana, es A pero lo llamo B, este punto no es de llegada sino de partida, etc. El independentismo ha vuelto a trasladar al mundo político la superposición cuántica descrita por Schrödinger en su conocido experimento mental del gato encerrado. Ante semejante ceremonia de la confusión, el Estado se ha hartado y ha exigido que se abra la caja para comprobar si el felino está vivo o muerto: ¿han proclamado ustedes la independencia, sí o no? La revolución de las triquiñuelas no da más de sí.

Efectivamente, no parece coherente que Puigdemont haya apelado a un diálogo honesto, para intentar a renglón seguido engañar a su interlocutor con malabares semánticos. En cualquier negociación hay que transmitir confianza y hemos empezado con mal pie. Por si fuera poco, Europa ha dado la espalda al independentismo y las grandes empresas catalanas han demostrado con sus actos que no están por la ruptura. En el momento en que escribo estas líneas, el President aún no ha contestado a la Moncloa. Todavía las puertas permanecen abiertas y en Madrid al fin corren vientos de reforma constitucional. Ojalá el Govern recoja el guante para evitar que toda esta movilización concluya de forma abrupta, traumática, estéril y frustrante.

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