La pasada semana, un juzgado prohibió que en el ayuntamiento de Ripoll hubiera una pancarta que decía simplemente «Democràcia». La democracia es un peligro para muchos de los que pugnan por un escaño y les gustaría que la gente no votara. Es la tentación de los déspotas. Y tenemos demasiados, todavía, entre nosotros y parece que a unos cuantos les gusta este tipo de manera de actuar.
Viene esto a cuento porque apoya la evidencia, confirmada en estas elecciones del domingo, de que la democracia en Catalunya se sostiene débilmente en una sociedad inmadura, tanto porque solamente fueron a votar la mitad de los ciudadanos, como porque casi una tercera parte de los votantes cambiaron su intención de voto respecto a las anteriores consultas. La excusa del virus no se sostiene, porque la democracia no es un virus.
Los principios de la sociología política denominan «indecisos» a los que cambian de voto de unas elecciones a otras. Otros llaman sociedad de comportamiento adolescente a la que varía de metas a medio plazo (tres o cuatro años). En cualquier caso, estamos ante una inmadurez social notoria fruto no solamente de la incorporación de nuevos votantes (250.000 jóvenes que había cumplido ya 18 años), sino también de una «cultura líquida» en la que nada es estable, y en donde la inmigración asociada tiene un buen puñado de votos de alta variabilidad. Ahí están para demostrarlo el batacazo de Ciudadanos y los ascensos abruptos de Vox y socialistas.
Frente a este panorama, hay una solidez -creciente, pero eso tiene escasa importancia- del voto catalanista que esta vez ha superado el 50 por ciento del total de votos y que evidencia un bloque social consolidado, férreo e inamovible, que es como decir de grandes convicciones. Frente al «ciudadano líquido» (dos terceras partes de nuestra sociedad) tenemos al «ciudadano sólido». ¿Se puede llamar al primero como «ciudadano frívolo»? ¿Es el segundo un «ciudadano cívico»? Lo importante es que están ahí y reflejan la pérdida de referencias a causa de los vaivenes de los partidos políticos, que se mueven dando bandazos en busca del voto efímero en lugar de tener un proyecto sólido que garantice un rumbo seguro –del color que sea– para nuestra sociedad.
Esta es la situación, me parece, que ha quedado reflejada en las urnas. Ahora muchos ciudadanos pasarán página y la mayoría de partidos se pondrán a pensar en cómo ganar las siguientes elecciones sin pensar que entre todos hemos de favorecer que aparezcan hombres y mujeres de estado, con sentido de estado, capaces de gestionar la cosa pública con ideas claras, generosas, entusiasmadoras, de progreso y con futuro, partiendo de la realidad de lo que somos y con visión de lo que queremos ser.
La democracia es eso y no debiera asustar ni a los jueces. Aunque, como dijo Albert Camus, «la justicia está separada de la inocencia». Podría añadirse que la política, hoy por hoy, está todavía mucho más separada de la inocencia en una sociedad donde prolifera en exceso la inmadurez.
Josep Moya-Angeler: Periodista.