Cada vez se oye hablar más de los BRICS (el club formado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y también del sur global, una denominación militante y antioccidental del conjunto de los países emergentes en ese hemisferio. Una posible razón es la pérdida de peso de Estados Unidos como superpotencia. La herencia aislacionista de Donald Trump, con su lema ‘America first’ (que en el fondo quiere decir ‘el mundo puede esperar’) pesa todavía sobre la Administración Biden. Bajo el presidente demócrata, el país ha recuperado protagonismo internacional pero solo de forma selectiva, de forma parecida al realismo con el que Barack Obama planteaba su política exterior. Washington ya no aspira a extender la democracia y el libre mercado. Se concentra en frenar el ascenso de China y, más en concreto, el deseo de Xi Jinping por pasar a la historia al ser el líder que se quedó con Taiwán. Además, Estados Unidos no tiene más remedio que frenar al expansionismo ruso.
Los BRICS se han reunido hace poco en Sudáfrica y han anunciado que su asociación se podría ampliar a otros países como Arabia Saudí, Emiratos, Argentina, Egipto o Cuba. Se trata de una iniciativa poco deseable para Occidente. China y Rusia formaron el año pasado una alianza sin límites basada en el autoritarismo y la supresión de los derechos humanos y no sería nada bueno que se extendiese aún más su modelo de gobierno.
les interesa más lidiar con interlocutores pragmáticos en África o en Asia que tener que gestionar tensiones con un bloque inspirado en la visión china del mundo
A muchos países del sur global no les entusiasma la propuesta de convertirse en BRIC, impulsada por Pekín. India juega por su cuenta y prefiere la estrategia del «no alineado». De este modo, consigue ventajas al respaldar a cualquiera de las dos superpotencias, dependiendo de lo que le interesa más en cada momento. Brasil tiende a hacer lo mismo. Esta triangulación es imitada por otros, por ejemplo, en las negociaciones sobre la emergencia climática y la puesta en marcha de transiciones hacia una economía verde.
Por su parte, a los países occidentales les interesa más lidiar con interlocutores pragmáticos en África o en Asia que tener que gestionar tensiones con un bloque inspirado en la visión china del mundo. La tarea de los norteamericanos y los europeos es recuperar poder blando o de atracción, acompañado de capacidad inversora, en todos los rincones del planeta y reformar y fortalecer las instituciones multilaterales. Justo lo contrario del repliegue y el ensimismamiento que proponen los nuevos arquitectos del desorden mundial. Cuidado con los partidarios de cerrar fronteras y renunciar a todo lo conseguido durante la globalización.