En el contexto de la resolución de la crisis energética, los gobiernos deberían revertir las medidas de apoyo asociadas, con rapidez y de manera concertada, para evitar que aumenten las presiones inflacionistas a medio plazo, lo que haría necesaria una respuesta más decidida de la política monetaria. Las políticas fiscales deberían orientarse a lograr una mayor productividad de la economía de la zona euro y una reducción gradual de los elevados niveles de deuda pública».
Este oscuro párrafo procede, literalmente, del Boletín Económico número 3/23 del Banco Central Europeo publicado hace unos días. Lo he tenido que leer un par de veces para asegurarme que lo entendía bien, así que, por si acaso, se lo desmenuzo. Antes, le recuerdo un par de cosas de las que se habla poco. Los países, los europeos en especial, pero hay más, incurren en una contradicción en estos tiempos de turbulencias. Por un lado, se enfrentan a una inflación perniciosa y elevada que provoca graves disfunciones.
Agobia a los consumidores, que se las ven y se las desean para llegar a fin de mes, especialmente si han comprado algún bien de consumo que requiera financiación. Perjudica a los ahorradores, que ven mermar sus ahorros, a pesar de que las subidas de los tipos de interés -que van adjuntos a la inflación- hayan incrementado la rentabilidad de sus inversiones.
De momento, la merma de valor que provoca la inflación es superior al incremento de la rentabilidad que aportan los tipos. Y desanima a los inversores al encarecer la financiación de las decisiones y alargar los plazos de recuperación de las inversiones. Por eso, para evitar que los precios suban más y conseguir que bajen, los reguladores, es decir, el Banco Central Europeo, endurecen las condiciones de la política monetaria. Suben los tipos de interés y reducen sus balances al dejar de comprar deuda emitida por los Tesoros nacionales. Es decir, detraen dinero del sistema para presionar a la demanda, conseguir que disminuya y que eso relaje los precios de bienes y servicios.
Pero mientras ellos -las autoridades monetarias- se afanan en reducir el dinero disponible, los gobiernos nacionales se dedican a regarlo por doquier a través de unas políticas presupuestarias de una laxitud interminable. Tratan de atender todas las necesidades y de corregir todas las carencias con una generosidad propia de una orden mendicante. Esta voluntad es permanente en el tiempo, pero, en tiempos preelectorales como los que vivimos en España, se convierte en obsesiva. De tal manera que uno, el banco central, teje por el día, lo que otros, los gobiernos nacionales, destejen por la noche.
Ahora, si no es molestia, vuelva al primer párrafo de este comentario. Allí entenderá bien que el BCE pida a los gobiernos que, una vez que la energía ha aflojado su presión, den por terminadas y reviertan las ayudas de apoyo que establecieron para paliar sus efectos. Por el contrario, les pide que orienten sus políticas hacia una mayor productividad de sus economías. Es decir, que se olviden de los efectos de la crisis y se dediquen a solucionar sus causas y a garantizar el futuro. Un planteamiento con el que no puedo estar más de acuerdo.
¿Oirán los gobiernos el mensaje y actuarán en consecuencia? Lo dudo. Le recuerdo que estamos en campaña electoral y que en ellas se trata de contentar y no de exigir.
¿A cuántos candidatos ha oído prometer? Seguro que a todos. ¿A cuántos ha escuchado pedir? Probablemente a ninguno. Pues eso. Espere a las votaciones. Es probable que después tampoco le hagan caso, pero antes es seguro que no lo harán.