La imagen de Boris Johnson, solo, en el Museo del Prado, extasiado ante el retrato de la familia de Carlos IV pintado por Goya, en el marco de la cena de la cumbre de la OTAN de Madrid, ha sido el mejor epílogo de una formidable operación que ha afianzado el peso de España en el mundo. El indiscutible éxito político y de imagen de la cita constituye un activo para Pedro Sánchez en un momento muy complicado de su mandato pero, a la vez, sitúa el principio de realidad como un horizonte estratégico que plantea incógnitas sobre la viabilidad a medio plazo de la coalición PSOE-Unidas Podemos.
Nos encontramos, casi, ante la cuadratura del círculo. Por un lado, la actual fórmula de gobierno es la única que le puede permitir seguir en el poder a Sánchez una nueva legislatura. Por otra parte, el escenario internacional está plagado de incertidumbres. La revitalización de la OTAN, el rearme general que vive Europa y los anuncios de incrementar el gasto en Defensa plantean una hoja de ruta que es de muy difícil digestión por el espacio que se encuentra a la izquierda del PSOE. La posibilidad de que este asunto bloquee la negociación de unos próximos Presupuestos y fuerce a una prórroga es una hipótesis más que plausible.
En este contexto, el día a día ofrece verdaderas paradojas. La de un Gobierno de izquierdas que se ha convertido en socio preferente de Estados Unidos. La de un aliado fiable para el ‘interés occidental’ a pesar de contar en su seno con ministros «comunistas». La de un Ejecutivo que, en este asunto, va a contar con el respaldo expreso del PP de Alberto Núñez Feijóo, convencido de que los datos económicos son tan alarmantes que este Gobierno no va a resistir el embate de un otoño que se presenta, sobre todo si continúa la guerra de Ucrania, como un tsunami.
En este inestable cuadro geopolítico, el Ejecutivo afronta el último año de legislatura con un aliado incómodo, que es EH Bildu, que empieza a rivalizar con el PNV en el territorio de los aliados preferentes. La aprobación de la Ley de Memoria Histórica con el respaldo de los votos de los dos grupos nacionalistas vascos frente a los recelos de ERC, en contra del proyecto mientras no se derogue la Ley de Amnistía de 1977, es un botón de muestra elocuente de la nueva etapa que se ha abierto después de las elecciones andaluzas.
El Ejecutivo sabe que tiene que ponerse las pilas para aprobar el paquete de medidas políticas más complicadas y afrontar las elecciones municipales con un elevado grado de cumplimiento del programa si no quiere verse arrastrado por la inercia del viento en contra. La apuesta es relanzar ese relato para amortiguar el ruido por las desavenencias internas. El apoyo de EH Bildu al Ejecutivo de Sánchez en determinadas materias tensiona el tablero político. En el PSOE se teme compartir posición en una cuestión tan sensible con EH Bildu. Los socialistas aseguran que las enmiendas pactadas con Unidas Podemos y Bildu no suponen una revisión histórica de la democracia española –impugnada por ETA de forma muy virulenta– pero los recelos y los temores están a flor de piel porque, además, el centroderecha pisa los talones al PSOE en las encuestas.
En el seno de EH Bildu también han emergido algunas críticas internas a la proyección de una imagen demasiado dócil al Ejecutivo, por ejemplo, tras la tragedia de la valla de Melilla. En las bases de la formación independentista hay voces crecientes que piden una mayor contundencia frente al gabinete y se detecta un temor: que la imagen del respaldo ofrezca un perfil excesivamente tacticista y poco firme en la crítica a la estrategia de Sánchez con Marruecos. Un giro que se explica en la nueva sintonía alcanzada con EE UU. En todo caso, desde el PSOE se piensa que la negociación con EH Bildu puede influir a medio plazo en la estrategia de dureza de ERC, aún muy renuente a recuperar la normalidad en las relaciones con el presidente, bajo la presión de Junts, y de sus bases, y el desconcierto por el bloqueo en el que se encuentra la mesa de diálogo en Catalunya. Septiembre promete emociones fuertes.